Por Gerver Torres
Las nuevas narrativas que
están surgiendo
Durante años la sociedad
venezolana estuvo dominada por una familia de relatos que impuso el chavismo y
que, junto con otros factores como los altos ingresos petroleros y el carisma
de Hugo Chávez, les permitió a éste y sus sucesores controlar al país. Esa
familia de relatos está compuesta por algunas narrativas que resuenan en la
mente de muchos pueblos en el mundo, y por otras que tienen eco más
específicamente en la sociedad venezolana. Entre las primeras, están la
narrativa de la revolución, la del populismo, la del nacionalismo, la del
socialismo y la del militarismo. Entre las segundas está la narrativa de
“tierra de gracia”. Cada una de esas narrativas tiene su especificidad,
pero comparten muchos elementos, por lo que precisamente constituyen una
familia y se refuerzan mutuamente.
Pero antes de avanzar en la
discusión de estas narrativas chavistas y de las que están surgiendo para
oponérsele, conviene hacer algunas precisiones sobre el concepto mismo.
Sobre las narrativas
Una narrativa es un cuento; un
cuento que relaciona hechos y personajes en una misma trama, y que establece
secuencias, relaciones y causalidades entre todos ellos. Este es un dato
fundamental de la narrativa; la causalidad. Así, por ejemplo, en una
determinada narrativa, la escasez de bienes se debe al exceso de controles que
se han impuesto sobre los productores, mientras que en otra, es al revés. La
escasez se debe precisamente a la falta de controles que hace aparecer
especuladores por todas partes. Escasez y controles aparecen en las dos
narrativas, solo que la causalidad está invertida. En un caso, la narrativa
clama y justifica más controles; en el otro, su desmantelamiento.
La importancia de las
narrativas es que ese es, por excelencia, el lenguaje en que nos comunicamos y
nos entendemos los seres humanos. No son el inglés, el español o el chino. Es
el de las narrativas. El hombre es un ser de cuentos, de narraciones. El
mundo a nuestro alrededor lo entendemos y lo pensamos como un cuento. También
nuestras vidas, experiencias y recuerdos, las estructuramos en forma de un
cuento. Nuestras vidas son vidas narradas. Las narrativas nos dicen de dónde
venimos y hacia dónde vamos. Nos dan la sensación de entender el mundo, de
entender lo que ha pasado y de poder predecir lo que va a pasar. Es una
comprensión que adquirimos basada en la narrativa que creemos y compartimos.
Los cuentos no tienen que ser
ciertos, solo tienen que parecer coherentes. Por eso se pueden imponer
narrativas que luego llevan a individuos y sociedades enteras a estrellarse con
la realidad. Es que las narrativas pueden generar o anclarse en creencias que
son falsas. Así, por ejemplo, la narrativa del nacionalismo, encuentra asidero
en la creencia generalizada de que las naciones han existido desde tiempos
inmemorables o desde siempre. Cuando un soldado en una guerra piensa que va a
morir por la patria, muy posiblemente esté pensando que lo hará por un lazo,
una identidad ancestral, milenaria. Resulta que las naciones son un fenómeno
reciente en la historia de la humanidad. Antes que a las naciones, los hombres
pertenecían a imperios y a religiones que no conocían fronteras
nacionales.
Como cualquier cuento, las
narrativas pueden mutar, debilitarse, entrar socialmente en receso sin
necesariamente morir o desaparecer del todo, hasta que nuevos actores o eventos
las traigan de nuevo, tal vez modificadas en algún grado.
La narrativa chavista
Volviendo a la narrativa
chavista, decíamos que es una familia de narrativas, unas de carácter
internacional, otras más nuestras. Empezando por éstas últimas, tenemos la
narrativa de “tierra de gracia”. Este fue el primer nombre que tuvimos
como territorio. Es el que nos dio Cristóbal Colón cuando llegó a las costas de
Paria en 1498 y se maravilló tanto de lo que había descubierto que pensó que
estaba en el paraíso terrenal. Tierra de gracia significa tierra bendecida
con todas las riquezas de la naturaleza. Bajo esa narrativa se desarrolló la
creencia, reforzada en su momento con la aparición del petróleo, de que éramos
ricos y prácticamente no necesitábamos hacer nada para disfrutar de la mejor
vida posible. De lo que se trataba era de distribuir la riqueza que nos
brindaba la naturaleza, de manera equitativa. Esa narrativa precede al
chavismo, solo que éste le dio mayor preminencia y la conectó con otras
narrativas, incluyendo la del populismo que nos plantea el mundo como escindido
en masas indiferenciadas por un lado y élites privilegiadas por la otra;
con un líder mesiánico, salvador, que redime a las primeras. En este
caso, las redime haciendo una justa distribución de la riqueza petrolera, que
debe arrebatarle a los privilegiados. Por su parte, la narrativa de la
revolución plantea que eso no es posible hacerlo sin un cambio radical, sin la
destrucción de los viejos poderes, y los factores del status quo. Por eso
mismo, entiende y justifica la violencia. Supone enemigos, que son todos
partes de lo mismo, que no diferencia entre ellos. El relato de la revolución
es dicotómico; a favor incondicionalmente o enemigo acérrimo al que hay que
destruir. Es el relato de la pólvora; por eso, aunque se esté en tiempos de
paz, el lenguaje es de guerra.
Por su parte, la retórica
socialista le da un rostro más definido a los actores que se enfrentan: son
clases sociales; los pobres contra los ricos. Hay un instrumento para el
control y la dominación del enemigo de clase que es el Estado, y éste puede y
debe ser utilizado sin restricciones de ningún tipo. Esta narrativa plantea
además que el poder no se entrega hasta haber transformado totalmente a la
sociedad (hacerla socialista) lo cual nunca se alcanza definitivamente.
La narrativa que está
emergiendo
Frente a esa retórica y al
fracaso del proyecto que ella sustenta, ha empezado a emerger en Venezuela,
desde las calles y en medio de la lucha contra el régimen, una nueva familia de
narrativas. Una es la de la reconstrucción nacional. Esa narrativa tiene mucha
fuerza. En el imaginario colectivo se asocia con la resurrección, que es
también una narrativa con un anclaje profundo en muchos pueblos y religiones.
La resurrección es el regreso de la muerte; pero también es el regreso de una
experiencia cercana a la muerte. Cuando las personas han vivido una situación
extremadamente crítica o peligrosa, y logran recuperarse, dicen que han vuelto
a nacer. Es decir, han resucitado. La sociedad venezolana está luchando por
renacer.
Hoy, la narrativa de la
reconstrucción nacional se opone palmo a palmo a la de la revolución y en eso
consiste su fuerza. La reconstrucción es construcción, la revolución es
destrucción. La reconstrucción supone e invoca unidad, reconciliación, entendimiento,
paz. No hay reconstrucción en medio de una guerra. La reconstrucción es lo que
sigue a la guerra. La revolución, en cambio, se asocia con todo lo
opuesto: división, confrontación, guerra.
La narrativa de la
reconstrucción nacional adquiere fuerza y se desarrolla en múltiples formas;
como la reconstrucción de las instituciones, la reconstrucción de la economía y
del aparato productivo, la reconstrucción de la infraestructura, del buen
gobierno y de la civilidad; y así de todas las esferas que hacen nuestras
vidas. Podemos incluso hablar de la reconstrucción de las familia, habiendo
sido ésta tan seriamente afectada por las divisiones y pugnas que introdujo el
chavismo en la sociedad venezolana. Podemos hablar de la reconstrucción de
nuestras propias vidas, de nuestra cotidianeidad, habiendo sido tan
profundamente trastocada por el régimen chavista.
Por otra parte, la
reconstrucción nos plantea la posibilidad de construir algo mejor de lo que
siempre tuvimos. Esa es la licencia que nos da la narrativa. Cuando alguien
dice voy a reconstruir mi casa que fue devastada por un huracán, nadie espera o
exige que la nueva construcción sea una copia fiel de la que antes existió.
Puede ser algo muy superior y aun así será pensado y entendido como una
reconstrucción. El sueño de la reconstrucción deja libre la imaginación, la
creatividad y el emprendimiento. La reconstrucción de los Estados Unidos
después de la guerra civil entre el norte y el sur, o de Europa después de la
segunda guerra mundial, dio lugar a países más prósperos y democráticos de lo
que estos eran antes de esos acontecimientos. No siempre el retorno es al mismo
lugar donde antes nos encontrábamos.
La narrativa de la
reconstrucción tiene otro ángulo interesante, valioso. La reconstrucción supone
que ha habido destrucción. Y en el caso venezolano ¡sí que la ha habido! Por
eso mismo surge hoy con facilidad, espontáneamente, el llamado, el clamor por
la reconstrucción. Pero, si ha habido destrucción, entonces queda abierta la
puerta para que el cuento explique por qué ocurrió esa destrucción. Es la
oportunidad, para aprender, para socializar importantes lecciones sobre la
experiencia vivida, sobre lo que nos ocurrió como país y sociedad. Hay modelos,
sistemas, prácticas, políticas, actitudes, lenguajes a los cuales los
venezolanos no querremos volver jamás. Hay mitos y creencias que deben ser
desmontados. Los errores y equívocos deben incorporarse a la narrativa en
desarrollo, como los personajes malos del cuento.
Es así pues que la narrativa
de la reconstrucción se desarrolla en dos direcciones. Mira hacia adelante; el
país a reconstruir, y mira también hacia atrás; el país que no debemos repetir;
las creencias, valores, conductas que debemos desterrar.
Otra narrativa que está
despuntando con fuerza en las calles del país es la de la libertad. ¿Quiénes
somos? ¡Venezuela! ¿Qué queremos? ¡Libertad! Poderosa narrativa. A primera
vista, eso puede parecer simplemente una consigna; una frase. Pero no, esa
palabra no es cualquiera palabra. La libertad no es simplemente una palabra; es
toda una narrativa. Una narrativa que ha jalonado innumerables jornadas épicas
a lo largo de la historia de la humanidad y que resuena con fuerza en los oídos
de cualquier oprimido. Se pudiera decir que la historia de la humanidad es la
lucha por la libertad. Por supuesto, esa narrativa hay que desarrollarla.
Libertad para expresarnos; para participar de cualquier causa sin temor a
represalias, para producir, para crear riquezas sin ser bloqueados por el
Estado. En la medida en que el régimen extiende y profundiza su control
totalitario de la sociedad, en esa medida esa narrativa se reivindica, toma
fuerza, se hace una necesidad.
Las narrativas de la
reconstrucción nacional y de la libertad se fortalecen y retroalimentan entre
sí. Reconstruimos para ser libres; queremos ser libres para reconstruir.
El liderazgo democrático de
esta hora tiene allí, a flor de piel, las narrativas que él puede encarnar para
sacar al país adelante. Es al mismo tiempo un mensaje de esperanza y un trabajo
de pedagogía social. La tarea va más allá de remover al régimen dictatorial del
poder. Hay que remover de la sociedad las narrativas del fracaso que nos
trajeron a donde hoy estamos, y darle aliento y vida, a las que pueden
hacer sólidas y sostenibles, el progreso y la libertad.
20-07-17
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