Por Luz Mely Reyes
Se inicia la semana crucial en
Venezuela. Algunos aún esperan que el presidente Nicolás
Maduro detenga la elección de la Asamblea Nacional Constituyente.
Pero realmente él luce entrampado.
Si Maduro avanza, nada
garantiza la estabilidad del país, aunque el oficialismo pueda
endurecer aún más la represión y la persecución por razones políticas; además
cedería totalmente el poder a Diosdado Cabello. La Constituyente no es
garantía de nada. Al contrario, es como una hidra, en la medida en que avanza
su posibilidad, le van saliendo nuevas cabezas. Si Maduro retrocede, se
debilita todavía más, si no logra al menos algún tipo de seguridad para su
integridad y la de sus cercanos.
El oficialismo necesita una
puerta de salida, pero no solo porque en la otra acera están la oposición y un
país mayoritariamente clamando por elecciones libres, sino por su propia
salvación.
Pero este escenario, que puede
ser producto de una negociación, igualmente expone a la oposición que
también luce enredada entre expectativas infladas, figuras extremas sin fuerza,
pero que generan mucho ruido así como por las diferencias internas,
que siempre afloran.
La Constituyente es un
error, pero no porque lo diga la Mesa de la Unidad y otros sectores. Eso lo
sabe la cúpula chavista, eso lo sabe el Consejo Nacional
Electoral que se ha prestado, como nunca, para llevar a cabo
un proceso comicial fraudulento.
El CNE se había ganado el
respeto de observadores internacionales en cuanto al sistema de votación, no
obstante el ventajismo oficial que precedía cada elección y las críticas de
factores de oposición.
Ahora, el órgano
rector de las elecciones ha dado su paso más riesgoso al adelantar un
proceso con listados dudosos, dejar de lado las auditorias que garantizaban la
transparencia, avalar unas bases comiciales excluyentes y
anticonstitucionales, fomentar un proceso interno del gobierno en el que no se
garantiza la equidad de los participantes y además asumir, con los centros
alternativos, la posibilidad de violar el principio de un elector, un
voto.
El CNE además se contradijo
totalmente. En septiembre de 2016 afirmaba que organizar un referendo implicaba
mas de 200 días. Pues esta vez organizó en menos de 90 días unas elecciones más
complejas, con déficit de información, sin tarjetón digital y sin que el
elector, aun chavista, pueda realmente estar debidamente informado de la oferta
electoral.
Por si fuera poco, es irónico
que ningún chavista puede ofrecer una explicación coherente de los aportes que
tendrá la Constituyente a la construcción de la paz, como ofreció Maduro cuando
la convocó.
Si escuchamos los discursos de
quienes apoyan la ANC vemos las contradicciones internas. Por ejemplo, Maduro
ha dicho que la ANC es para construir la paz, propiciar al diálogo, mientras
que su contraparte, Diosdado Cabello, es más sincero. Dice que la
Constituyente servirá para poner patas pa´arriba el ministerio público,
eliminar la Asamblea Nacional y hacer que la Revolución sea “indevolvible”. Van
hacia el no retorno.
Como todo lo que ocurre en el
país es inédito, por la capacidad innovadora del oficialismo de reducir la
democracia, no hay paralelismo con otros procesos, aunque si elementos que
pueden tomarse como parámetros de comparaciones, especialmente para
eventuales desenlaces.
Por ejemplo, Andrés
Oppenheimer explora cuatro posibles escenarios para el desenlace de la
crisis venezolana. Ellos son:
El escenario
nicaragüense: una salida democrática, y relativamente pacífica. Tras la
masiva consulta popular opositora del 16 de julio, en que más de 7 millones de
venezolanos votaron en contra del plan de Maduro para cambiar la Constitución,
la comunidad internacional intensifica su presión sobre el régimen venezolano
para lograr que Maduro acepte con garantías suspender la elección “ y que
celebrará elecciones libres supervisadas internacionalmente el próximo año,
tras recibir garantías de que ni él ni sus principales colaboradores irán a la
cárcel”.
El escenario egipcio: un golpe
militar. Una vez instalada la ANC, la Asamblea Nacional nombra un
gobierno “legítimo” paralelo al de Maduro, y pasa a la clandestinidad. Hay
una escalada de violencia. El ejército se niega a disparar contra los
manifestantes opositores. Un comandante militar arresta a Maduro por violar la
Constitución, anuncia la creación de un “gobierno provisional” y promete
celebrar elecciones libres en seis meses.
El escenario cubano: la
consolidación de una dictadura de Maduro. Maduro impone su Constitución al
estilo cubano, el gobierno de Trump anuncia un embargo petrolero a Venezuela,
el país desemboca en una crisis humanitaria y centenares de miles de refugiados
venezolanos se escapan a Colombia, Brasil, Panamá y otros países.
Los escenarios de Libia o
Siria: Maduro impone su Constitución totalitaria, y algunos comandantes
militares regionales se levantan contra el gobierno central. Hay una
fragmentación del país, y Venezuela se desliza hacia una guerra civil.
Sobre estos escenarios tengo
comentarios y además dos variaciones.
Como ha ido evolucionando el
conflicto venezolano, y como está el oficialismo, cualquier cosa puede ocurrir.
Difícilmente, Maduro podría desconvocar la ANC sin que haya algo muy grande a
cambio. Para que un escenario tipo Nicaragua se concrete es necesario y
obligada una negociación que ofrezca una alternativa a Maduro, pero que además
recoja el espíritu de cambio instalado en la población venezolana.
De parte de la oposición, se
sigue avanzando hacia la creación de la estructura paralela y amenaza esta
semana con eventos nunca antes realizados: un paro de 48 horas, una toma de
Caracas desde el interior. Todo esto nos da un cuadro de ingobernabilidad y
caos generalizado que podría obligar al gobierno, no tanto a suspender la
elección de la ANC, sino a realizarla en un escenario tan irregular que sus
resultados serian más que fraudulentos.
Sin embargo, la oposición
hasta ahora no tiene poder de choque ni una fuerza armada y organizada que
pudiera ejecutar acciones insurreccionales exitosas.
Por otro lado, pensar en una
guerra civil implica dar equivalencias al poder de fuego del Estado con lo que
pudiese organizarse en grupos de oposición. No parece que esto fuese viable.
Pero el escenario cubano sí es
muy posible, incluso para quienes nos negábamos a creer que pudiese pasar.
En la práctica nos hemos cubanizado: menos libertad, más represión y
administración de la escasez.
Por supuesto que una
cubanización sería más moderna ahora, con todas las herramientas que hay para
controlar a la población, entre ellas, la aplicación del carnet de
la patria.
Hay otro escenario para mi que
deriva del cuarto expuesto por Oppenheimer
Podemos asistir a
una balcanización. Es claro que políticamente el país está dividido
casi territorialmente, que las zonas urbanas son opositoras, que
las zonas rurales son chavistas, que incluso en las zonas urbanas hay
espacios en donde cada uno de los polos reina y puede someter a la disidencia.
El gobierno poco puede hacer
con los trancazos, porque no hay manera de que reprima tantos a
la vez. Pero tampoco puede “gobernar” en las zonas donde grupos opositores se
organizan para trancar accesos a calles. Se han reportado episodios sobre
protestas de personas que impiden a funcionarios del Estado actuar. Tampoco
valen las amenazas particulares a los alcaldes de estas zonas para apresarlos
por supuesto desacato, ya que aunque los destituyan, el o la sucesora
sería de oposición. Ocurrió en San Cristóbal, ocurrió en San Diego, ocurre en
Chacao, Petare y otros municipios de dominio opositor.
Algo similar sucede con zonas
manejadas por los grupos de civiles armados que apoyan al gobierno.
Con el agravante de que estos grupos no responden ni siquiera a la autoridad
que dicen respaldar.
La territorialización es un
escenario de altísima volatilidad e ingobernabilidad, que
para mí es posible pero que a la larga puede ser dominado. Solo que en el
camino quedarían muchas más víctimas de las que hay ahora.
No he visto ni siquiera un
argumento que pueda hacernos creer que la Constituyente traerá paz al país. Ni
los candidatos y candidatas a la ANC lo tienen claro. Ellos apuntan más al
control, a eliminar a la dirigencia de oposición y consolidarse en el poder
como una dictadura.
Y sin embargo, ni siquiera una
dictadura podría garantizar la estabilidad. La desobediencia civil en
Venezuela es una realidad. Pero desobediencia sin estrategia es un pasto para
el caos.
Un posible escenario
posconstituyente puede ser como el de la caída de Fujimori. Una elección
fraudulenta, de una instancia que se quiere instaurar como un suprapoder
justificaría la organización y la acción de los grupos para restaurar la
democracia. Es en este contexto donde pueden articularse las presiones
internacionales con la acción interna.
Pero no hay indicios que nos
permitan avizorar alguna salida menos traumática a la crisis, que no sea una
negociación de alto nivel en la que ambas partes cedan y eviten el choque de
trenes.
Hay razones de sobra para
estar preocupados por el futuro de Venezuela, pero es posible que esta semana
sea realmente la semana de un desenlace, ojalá que pacifico, para el país.
24-07-17
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