Trino Márquez 20 de julio de 2017
@trinomarquezc
Si la
Mesa de la Unidad Democrática fue capaz de organizar un evento tan
extraordinario en tan pocos días y con escasos recursos, como la consulta
popular del 16 de julio, también está preparada para conducir la reconstrucción
nacional en todos los órdenes. El 16-J ha sido, desde el Firmazo y el
Reafirmazo, a comienzos de la década pasada, la manifestación de rebeldía y
desobediencia civil, nacional e internacional, más impactante expresada por la
sociedad venezolana a lo largo de la historia contemporánea. Comparable con los
actos de Solidaridad en Polonia, durante el régimen comunista, y con el
movimiento de los negros en defensa de sus derechos civiles en los momentos
álgidos del racismo en Norteamérica. La claridad y determinación de los
dirigentes de la MUD, junto a la mística y disciplina de los voluntarios,
permitieron materializar un proyecto que al comienzo parecía quimérico.
El
plebiscito ha sido leído con perfecta claridad por la comunidad internacional.
La Unión Europea, los Estados Unidos, los gobiernos latinoamericanos y de
diversas regiones del mundo, han entendido que la constituyente madurista es un
fraude inaceptable a la voluntad de la inmensa mayoría de los venezolanos y le
han pedido al gobierno que la retire. Esta glamorosa victoria contrasta con el
sonoro fracaso del simulacro organizado por el gobierno -y su aliado
incondicional, el CNE- para promover la constituyente comunal.
El domingo 16-J quedó claro que el pueblo no
acepta una constituyente que se convoque a sus espaldas, que desea que la grave
crisis nacional se resuelva a través de elecciones populares, que condena la
violencia gubernamental y propicia una fórmula de entendimiento entre el
oficialismo y el gobierno para hacer posible la resolución pacífica del
conflicto. El pueblo, en nombre del principio de la soberanía popular
establecido en la Constitución de 1999, le ordenó a Maduro acatar la voluntad
de la gente y, en consecuencia, suspender el llamado a la Asamblea Nacional
Constituyente. De esa orden debería tomar debida nota la Fuerza Armada,
institución vertical y monolítica, concebida para someterse a los dictámenes
emanados del soberano, en este caso el pueblo.
El otro mandato que partió de las urnas va
dirigido a la MUD: hasta que el pueblo decida cambiarla, la única Constitución
vigente es la del 99. El Estado que aparece diseñado en sus artículos es el
único legítimo. Lo diputados actuales representan la expresión de la voluntad
del pueblo y esa representación no puede ser conculcada por unos forasteros
usurpadores. Todos los funcionarios, incluidos los militares, están obligados a
cumplir la Carta Fundamental.
El Compromiso de Gobernabilidad propuesto por
la MUD se inscribe en ese propósito de recuperar el hilo constitucional trazado
en la Carta del 99. Los temas tratados son los fundamentales para restablecer
los equilibrios institucionales básicos y crear la confianza indispensable para
comenzar a recuperar la nación, tan maltrecha por los estragos causados por los
rojos. Los destinatarios fundamentales de ese mensaje son los ciudadanos
acosados por tantas incertidumbres frente al futuro, los militares, el chavismo
disidente y la comunidad internacional.
En el mensaje queda claro que la salida de Maduro de Miraflores no será un salto al vacío, ni se correrá el
riesgo de que el país entre en un período de mayor inestabilidad y violencia.
El acuerdo convoca a la nación entera, sin exclusiones odiosas, a enfrentar el
reto de rehacer la nación. Deja sin argumentos a quienes de forma machacosa
insisten en que la gente no apoya a la oposición democrática porque no la ve
como alternativa de poder, ni sabe qué ocurrirá una vez el madurismo sea desplazado,
pues no se ve una proposición concreta y confiable. Bueno, pues allí está
cubierta esa exigencia.
Lo que falta para darle credibilidad al
Compromiso y consolidar la plataforma de cambio, es cohesionar el mando. La MUD debe ser el eje del proceso
de resistencia, combate y transformación. Tiene que haber un mando unificado,
con planes y acciones que respondan a una línea común en esta etapa tan dura.
Las acciones intempestivas, espontáneas, cuando son violentas o
confrontacionales, causan daño. No es verdad que cada quien debe protestar como
se le ocurra. En sociología y en teoría política rige un principio esencial: el
todo no está en las partes. Los hechos sociales no surgen de la sumatoria de
acciones individuales, sino de la forma específica en la que esas acciones se
combinan. Nada de rendirle culto al espontaneísmo o a la anarquía. Así como la
MUD puede equivocarse y, en consecuencia, habría que criticarla, la sociedad
civil puede hacerlo. Los líderes de la MUD deben demostrar coraje suficiente
para unificar la dirección y cuestionar las acciones erráticas que conspiren
contra el propósito fundamental: resolver al menor costo posible la enorme
crisis nacional.
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