Por Mario Villegas, 21/07/2017
Columna de Puño y Letra
Si las encuestas de opinión no
eran suficientes para que el presidente Nicolás Maduro y la cúpula oficialista
entendieran que la mayoría del pueblo venezolano rechaza el zarpazo que nos
quieren dar bajo el disfraz de constituyente, la multitudinaria y entusiasta
movilización ciudadana del 16 de julio debería hacerlos abrir bien esos ojos
para constatar lo que está a la vista y no necesita anteojos.
Para descalificar esa jornada
democrática, engañar a su propia gente y a la comunidad internacional, el alto
mando madurista, incluida la muy disciplinada presidenta del Consejo Nacional
Electoral, ha pretendido rotularla como una consulta interna de los partidos de
oposición, aparte de poner a circular la especie de que las cifras finales de
participación fueron infladas por los organizadores.
Claro que la dirigencia y la
militancia de los partidos que componen la Mesa de la Unidad Democrática fueron
columna vertebral en la preparación del evento, pero la puesta en escena fue
claramente ciudadana, no solo porque las organizaciones políticas renunciaron a
teñirla con sus siglas y colores, sino porque la inmensa mayoría de quienes
acudieron al llamado fueron venezolanos sin militancia política, muchedumbres
de a pie esperanzadas en un cambio democrático en paz.
Siete millones 600 mil y tantos
electores constituyen la más grande movilización humana realizada en Venezuela
al margen de los procesos electorales formales.
Pero hagamos un ejercicio de
exageración. Y supongamos, con el perdón de los ilustres compatriotas que
sirvieron de garantes del proceso, que en efecto la cifra real haya podido ser
perversamente inflada y que en vez de 7 millones 600 mil hubieran sido
muchísimos menos. Quitémosle incluso la mitad. ¡Hay que ver lo que significan 3
millones 800 mil personas manifestándose pacíficamente en las calles de toda
Venezuela!
Imposible ocultarlas. Con razón
fracasaron la censura impuesta a los medios de comunicación y demás
triquiñuelas dispuestas por el gobierno para esconder el abrumador rechazo
nacional a su proyecto dizque constituyente.
Iniciativas democráticas de
incuestionable carácter pacífico como esta del 16-J suman y multiplican
voluntades. Atraen, enamoran, convocan, agregan, agigantan.
Algunas otras, de naturaleza
anárquica y violenta, restan y dividen. No puede considerarse buena ninguna
acción que atemorice, aleje, ahuyente, disperse, desencante.
La lucha por el cambio
democrático requiere, para ser eficaz y eficiente, de una dirección política
seria, unida, firme, responsable, capaz de conducir el proceso hacia la
conquista del objetivo. Esa dirección define la estrategia y traza una
ruta de acuerdo con las realidades y eventuales contingencias. Ese papel
corresponde en este momento a la MUD, en cuyo seno confluye una pluralidad de
partidos. Esa dirigencia está para dirigir y elevar sin sectarismos el caudal
de fuerzas e individualidades que empujan el cambio.
El llamado dibujo libre, según el
cual cada quién hace lo que le da la gana y cuando le venga en gana, incluyendo
acciones violentas y aberrantes, podrá ser excitante para algunas mentes
enfebrecidas y carentes de claridad política, pero lejos de favorecer una
estrategia victoriosa lo que hace es entorpecerla y beneficiar al gobierno,
oxigenarlo, alentarlo, unificarlo, prolongarlo.
Bien dice mi amigo Freddy Díaz:
“Cuando en un barco hay dos capitanes, lo único seguro es el fondo del mar”.
A quienes justifican actos
vandálicos y criminales bajo el argumento de que estamos enfrentando a un
gobierno forajido les recuerdo que el pueblo chileno no necesitó convertirse en
criminal para sacar del Palacio de La Moneda al sanguinario Augusto Pinochet. Y
caben muchos otros ejemplos. ¿Si hacemos lo mismo que el malandraje oficialista
cuál es entonces la diferencia entre ellos y nosotros? ¿Acaso hay malandros buenos
y malandros malos?
Por lo demás, no siempre ese
dibujo libre es tan libre como se quiere presentar. Hay ciertamente los
espontáneos, pero muchas de esas presuntas espontaneidades no son tales sino
obedecen a agendas paralelas, ocultas, que tienen organización y propósitos
distintos al del cambio democrático en paz que anhela la abrumadora mayoría del
pueblo venezolano. Esas agendas también llevan agua al molino oficialista, y no
siempre ingenuamente.
La jornada cívica del 16-J fue
una rotunda derrota para los violentos de todo pelaje, tanto para los del
oficialismo como para los de una presunta oposición cuyas acciones anárquicas,
divisionistas y distraccionistas, le arriman el mingo al gobierno.
@mario_villegas
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