Por S:D:B: Alejandro Moreno
Hasta hace poco cuando se
hablaba de diáspora nos referíamos a la dispersión del pueblo hebreo después de
la total conquista de Jerusalén por los romanos. La palabra ha venido
adquiriendo como significado, después, la obligada expulsión de su propia
tierra y la consiguiente diseminación por todas las naciones del planeta, de
quienes tuvieron una patria común y fueron obligados a perderla. Algunos
totalmente, como los citados hebreos, otros en grupos numerosos. Esta última es
nuestra actual situación. Así, la población de Venezuela queda dividida en dos
grandes bloques: el de los que tuvieron obligadamente, por necesidad producida desde
fuera y contra su voluntad, que abandonar el país y el de los que nos quedamos
todavía en él. Una experiencia totalmente nueva en los quinientos años de
historia y doscientos de patria independiente que aquí se han vivido.
Por el hecho mismo de ser novedad,
y novedad inédita y obligada, no hemos logrado darle sentido, esto es,
comprender e integrar en una experiencia razonada, afectivamente sentida e
integralmente significada, la vivencia. Las dos experiencias, la del que sale
como expatriado a vivir necesariamente con quienes tienen otra forma de vida,
otros afectos, otras representaciones del mundo y de la realidad, otros
paisajes y otros tiempos, incluso si se expresan en nuestra misma lengua, pero
más diverso aún si hablan otro idioma, y la de quienes viven como un
dolorosísimo desgarramiento la ausencia de los que estuvieron siempre no solo a
nuestro lado, sino profundamente adheridos a lo más hondo de nuestra propia
vida. Es una tragedia demasiadas veces vivida en silencio.
Una y otra experiencia nos
desquicia lo más vital de nuestras entrañas. No sabemos en qué sistema de
imágenes, de conceptos, de figuras y de emociones encuadrarlas para que sean
comprendidas con algo de normalidad, esto es, dentro de algunas reglas
conocidas.
Para ubicar adecuadamente el
quicio de la realidad actual, hemos de tener en cuenta, sobre todo, que en esto
no se trata de culpas personales de nadie, ni de desapego, egoísmo, alocadas
pretensiones o cualquier otra irreflexiva decisión, en los que se van o ya se
fueron, ni de cobardía, terquedad o ingenua esperanza en los que se quedan. Uno
solo es el culpable, este sistema inhumano de violenta e inevitable coerción
que no deja a nadie la libertad de decidir de otra manera. En este contexto de
terrible y duro encarcelamiento de nuestra voluntad hallaremos el sentido de lo
que padecemos y estaremos en condiciones de reaccionar y liberarnos.
22-05-18
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