Mons, Mario Moronta 26 de mayo de 2018
Desde
los inicios de la humanidad hasta nuestros días, siempre ha sido apasionante el
estudio sobre Dios. Se presentan muchas interrogantes, entre las cuales surge
la de su no-existencia. Son muchas las respuestas a la pregunta sobre Dios.
También lo son las expresiones religiosas que nos presentan diversas doctrinas
acerca de este tema. Cuando se trata de estudiarlas, se apela a lo que
denominamos “la Historia de las religiones”. Luego la filosofía y la teología
van delineando doctrinas acerca de su ser y existencia. También la sociología
habla acerca del fenómeno religioso presente en las diversas culturas. En todas
las diversas facetas desde las que se suele enfrentar el tema “Dios”, siempre
se corre el peligro de querer manipular el concepto y la doctrina acerca de la
divinidad. Sea porque se imponen criterios humano-culturales, sea porque se le
quiera dar a dicho concepto y tema apreciaciones demasiado subjetivas.
Los
cristianos tenemos todo un acervo doctrinal acerca de la divinidad. Para
nosotros, el concepto de Dios no ha sido inventado por los seres humanos,
aunque se emplee el lenguaje y cultural de cada época para tratar de explicarlo
o difundirlo. Para los discípulos de Jesús, la idea y el concepto de Dios nos
han sido revelados por Él mismo, quien se presenta como comunión trinitaria: un
Dios en tres Personas. Una de esas Personas se hizo hombre y así nos dio a
conocer al Padre y nos concedió la gracia del Espíritu Santo. Aquí nos
conseguimos con la principal diferencia frente a las demás expresiones
religiosas: la imagen que tenemos de Dios no ha sido inventada por los
creyentes, como sí sucede en otras religiones, las cuales han fabricado su idea
y hasta la figura (imagen) de Dios. Es lo que denominamos los ídolos.
Jesús,
el Hijo de Dios Padre, Dios humanado, nos ha dado a conocer la profundidad de
la divinidad. Quien lo ve con ojos de fe puede acceder también al Padre. Más
aún, por su acción redentora y salvífica, ha dado un paso inédito en la
historia de las religiones: nos ha permitido llegar a ser “hijos de Dios
Padre”. Y el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad Santa, nos
concede la luz y la fuerza para reconocer, desde nuestra experiencia humana y
de creyentes, que somos eso, hijos de Dios Padre. Es importante tener en cuenta
todo esto: somos seguidores de una Persona que nos da a conocer el misterio de
Dios y nos introduce en él, para que podamos alcanzar la plenitud. Los
mandamientos que nos pide cumplir Dios, se centran en algo importante que
deviene en su definición como ser trascendente: el Amor.
No
deja de presentarse la tentación de querer manipular y convertir al Dios Uno y
Trino en una especie de ídolo: cuando no actuamos en su nombre, cuando le
exigimos que haga lo que queremos, cuando reducimos la práctica de fe a meros
elementos formales… Hay muchos que se dicen creyentes en Dios, pero a su
manera… y no a la de Dios. La única manera de tener fe en el Dios Uno y Trino
es la que Él nos pide: con la fuerza del amor. Por eso, un cristiano, creyente
y testigo de Dios, debe distinguirse por el amor; nunca puede permitir que el
odio, o la maldad, o la corrupción, o el pecado, o la mediocridad… se hagan
presentes como estilo de vida. Un creyente en el Dios Uno y Trino manifiesta en
su vida que está en comunión con Él. Y así mismo, al hacer vida cotidiana su
fe, se convierte en una página viva de la Palabra de Dios… sencillamente,
permite que quien lo vea como un creyente, pueda conocer quién es el Dios que
refleja con su actuación y su existencia.
El
mundo de hoy trata de separarse de Dios. O, si no, también busca someter a Dios
a sus criterios. No deja de hacerse presente la acción y tentación del maligno,
quien siempre ha querido destruir y desplazar a Dios. Por eso, la pregunta: Y
Dios ¿qué? Diera la impresión que no es una pregunta para ser respondida sino
para someter a los criterios egoístas y secularizantes la idea o el tema de
Dios. Pero, para un creyente cristiano, esa pregunta tiene una sola respuesta;
la misma de Pedro ante la interrogante de Jesús luego del discurso acerca del
pan de vida: “Y ¿a quién iremos si sólo Tú tienes palabras de vida eterna?”
Se ha
repetido últimamente que la gente prefiere seguir a los testigos. Es el desafío
de los creyentes en el mundo de hoy. Y Dios ¿qué?... Sencilla y claramente, es
el Dios de la vida, que nos ha introducido en su mundo y nos ha hecho
participar de su naturaleza divina, para alcanzar la única y verdadera plenitud
que eleva nuestra dignidad humana al rango de ser hijos de Dios.
+Mario
Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico