Por Froilán Barrios
La escasa participación
ciudadana en la fallida jornada electoral del 20/M ha generado múltiples
lecturas, acordes con los intereses de cada quien, y cada una compite con la
otra en su distanciamiento de la realidad, lo que convierte el evento en un
torneo donde cada cual reclama su versión de victoria, acompañada de
descalificaciones y de traiciones.
Lo cierto del caso es que ese
día el pueblo venezolano estremeció a la comunidad internacional pendiente de
la tragedia que padecemos, al asumir una decisión contundente y autónoma que ha
determinado, entre responsos y funerales, la muerte de una forma ancestral de
hacer política, característica de quienes abusan del poder y de la miseria
humana, y de quienes creen que la política es el ejercicio infinito de
demagogia, maniobras, manipulaciones, en un concierto de impunidad que el
subestimado manso pueblo acate.
En tal sentido, Maduro y su corte
no tienen otra suerte que avizorar tempestades, ya que el esfuerzo digital de
la compatriota del CNE de inflar hasta 6 millones de votos para sosegarles no
logra esconder la realidad de una maquinaria chavista que se esfumó para
siempre, de nada valieron 23 aumentos salariales, bonos de Día de la Juventud,
Carnaval, Semana Santa, Primero de Mayo, madres del barrio, parto humanizado;
las pensiones de amor mayor, la misión vivienda, los 12 millones de inscritos
en el carnet de la patria y los diez y tantos millones de inscritos en el PSUV,
la aparición ventajista de otro partido oficialista, Somos Venezuela, al no ser
suficientes para impedir la dramática escena nacional de 14.000 centros
electorales convertidos en cementerios un plácido domingo primaveral.
La sonrisa siniestra
trastocada en mueca del ministro de comunicación pretende esconder su desazón,
sabiendo que está sentado sobre una bayoneta y debe derrochar felicidad por los
cuatro costados para esconder su fracaso y justificar el presupuesto abusivo
publicitario que abrumó a un pueblo harto de la farsa que lo ha conducido a la
ruina producida por un régimen cuya divisa es el saqueo, la destrucción
nacional y su incapacidad de atender las exigencias de la población.
Por otra parte, la oposición
pretende esconder sus vergüenzas; unos, asumiendo gratuita y cómodamente la
abstención como su victoria, y aquellos que participaron en el proceso
electoral, culpando a los primeros de su derrota. Si fuere así, la consigna hoy
sería: ¡Vete Maduro, y gobierno ya del Frente Amplio! Pues, ni lo uno ni lo
otro, sino todo lo contrario, la abstención fue una decisión ciudadana asumida
por cada venezolano; incluso, fue una abstención asumida por chavistas, por
opositores, por Ni-Ni, en fin, por todo un país hastiado que condena en primer
lugar a la banda criminal gobernante y, en segundo término, a quienes, por su
incapacidad, han sido un comando organizador de derrotas y de capitulaciones
ante la dictadura.
Este trance puede ser superado
mediante un inmediato reagrupamiento opositor de todos los sectores, cuyo norte
debe apuntar a un gobierno de transición y a la convocatoria a elecciones
generales, ya que el retorno del pueblo a la política estará marcado por una
renovación total del liderazgo a todos los niveles. Si, por el contrario, la
oposición continúa en un torneo de descalificaciones rumiando resentimientos,
brindará un suspiro a un régimen en agonía y sin destino, prófugo de la
comunidad internacional, que percibe a un Maduro aún más debilitado por el
fraude electoral.
La política brinda
oportunidades a quien persevera y asume los principios consagrados en la
vigente CRBV; y, como dijera E. Krauze (2018), la historia no tiene libreto,
decimos que la escribirá quien asuma plenamente sin chantajes a un colectivo
heroico que es el pueblo venezolano, como el caso actual de Nicaragua, donde un
cura de parroquia y un movimiento estudiantil aguerrido han puesto en jaque
mate al gobierno de Ortega, colega de Maduro.
23-05-18
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