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domingo, 27 de mayo de 2018

Un Nuevo comienzo: el llamado a la santidad en nuestro tiempo, por @RodrigoGuerraL




Rodrigo Guerra López 26 de mayo de 2018

Parecía una tarea fácil. Recibí la invitación de Giovanni Maria Vian para escribir una breve reflexión sobre la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate acerca del llamado a la santidad en el mundo actual. El texto es breve, el lenguaje sencillo, y el estilo goza de la frescura propia del Papa Francisco. ¿Qué dificultad podría existir para que un fiel laico dedicado a la vida académica escribiera una primera reacción a este documento?

Conforme fui leyendo y releyendo Gaudete et exsultate experimenté aquello que sólo me ha pasado con unos cuantos libros de espiritualidad que han marcado mi vida (Giussani, Biela, Carreto, Peguy, Stein, Romero, Agustín, Ignacio): me sentí removido y cuestionado en lo más hondo. No es un texto escrito en abstracto sino dirigido muy personalmente a cada uno. Ha sido como leer la carta de un amigo cercano que sabe hacer “lectura del estado del alma”, que conoce qué pasa en mi interior, en los recovecos más privados e íntimos. Lo leí una vez y luego otra. En la oficina, en la capilla, en las noches antes de dormir. Y quedé pasmado durante varios días.

1.       Una vida que interpela la vida

La nueva Exhortación de Francisco no tiene como punto de partida un cierto manual de teología de la vida espiritual, una cierta doctrina que “hay que aplicar” o un cierto paquete conceptual más o menos refinado. Lo que está en el centro no son las categorías más o menos típicas utilizadas en estas materias (ascética, mística, edades de la vida interior, virtudes sobrenaturales, etc.) sino la realidad misma que nutre las categorías. Francisco nos exhibe desnudamente la vida cristiana concreta. No pide al lector que se fije obsesivamente en sus palabras sino que mire a dónde ellas apuntan: a Jesucristo presente y eficiente en la historia de cada persona. Presente en la comunidad, en los sacramentos, en la Palabra de Dios, en los más pobres. Presente a través de los encuentros sorpresivos que actualizan nuestra conciencia de que el cristianismo es Acontecimiento. Presente en nuestro interior: más íntimo a mí mismo que yo mismo, diría Agustín. Esta suerte de primacía de la vida real convocada y provocada por la vida igualmente real de Jesucristo, permite que este acto de Magisterio ordinario del Papa, no sea un mero esclarecimiento doctrinal sino más bien una llamada de atención personal para la propia conversión. De nada sirve leer este texto de Francisco si uno no coloca en primer plano su propia realidad, su propia verdad, es decir, la frágil condición humana, con sus heridas y pecados, y se abre a la misteriosa acción de la gracia (cf. n. 29). En otras palabras, para sacar provecho de la meditación de Francisco, nada como tomar la decisión de volverse vulnerable frente a sus letras: bajar la guardia y pedir a Dios que El actúe y purifique nuestra vida de toda nuestra mentira y de toda nuestra traición.

2. Cada santo es un mensaje

Francisco, junto con el Concilio Vaticano II, está convencido de la llamada universal a la santidad. Todas las personas, y en especial, los más pecadores “estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día” (n. 14). Pero “cada santo es una misión” (n. 19), es decir, cada persona está llamada a encontrar su propio camino de santificación y de servicio. Hay testigos que nos pueden estimular y motivar, sin embargo, es preciso no pretender copiarlos de manera más o menos mecánica. Más aún, recordando a San Juan de la Cruz, Francisco señala que es preciso evitar reglas fijas para todos porque la vida divina se comunica a unos en una manera y a otros en otra. Con estas indicaciones el Papa parece buscar desactivar la homogeneización ascética y normativa que prevalece aún en algunos espacios y ambientes. Homogeneización que hace mucho daño y que frecuentemente evoluciona en formas abiertas u ocultas de moralismo. Esto, me parece, está conectado con otra indicación precisa: “no todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto” (n. 22). Es preciso evitar la idolatría de formas y estilos particulares y contingentes del santo fundador de mi grupo, movimiento o comunidad, que en ocasiones se sobreponen a la enseñanza de la Iglesia universal. No es mi santo fundador o mi carisma particular el criterio hermenéutico para interpretar a la Iglesia sino que es la Iglesia la que da la luz para interpretar y matizar de modo adecuado la enseñanza y el carisma de los santos.

3. La tentación gnóstica y pelagiana

Francisco diagnostica con agudeza los rasgos de personas y grupos que de un modo o de otro, abrevan del gnosticismo y del pelagianismo. Al atravesar por esta parte de la Exhortación, de inmediato el lector puede sentir la tentación de imaginar a uno o más grupos que siguen alguna modalidad de estos comportamientos heréticos: buscan seguridad doctrinal o disciplinaria a toda costa, transpiran superioridad por encima de los demás fieles, afirman un cierto “elitismo narcisista y autoritario”, absolutizan las propias teorías, se tornan obsesionados por el cumplimiento de normas o de un cierto estilo católico, les fascina mostrar sus propias conquistas sociales o políticas,  son especialistas en la vanagloria ligada a la eficiente gestión de asuntos prácticos y en ocasiones hacen ostentación de la perfección litúrgica de sus ceremonias (cf. nn. 35-62).

Sin embargo, si somos atentos podemos descubrir algo más. Sin negar que existen comunidades más afectadas por estas enfermas disposiciones espirituales, todos los cristianos en alguna medida estamos sumergidos de estas pretensiones llenas de orgullo ya sea de manera parcial, ya sea de manera completa. Me ha llamado la atención que en diversos ambientes estas y otras llamadas de atención del Papa se dejan pasar de lado como diciendo “¡quién sabe a quién le está hablando el Papa! ¡A mí no!”. Y más me llama la atención que yo mismo soy víctima de esta lamentable actitud. Las fuerzas verdaderamente capaces de cambiar al mundo son las fuerzas capaces de cambiar el corazón humano. Sólo si mi corazón se abre a la primacía de la gracia y al anonadamiento sincero (cf. Flp 2,6-11), es posible que yo no sea cómplice de quienes tanto daño hacen hoy a la Iglesia.

4. Si soy manso, pensarán que soy tonto o débil

Muchas cosas más habría que comentar de la Gaudete et exsultate. Sin embargo, tres me han resultado particularmente significativas. La primera es el apartado dedicado a la mansedumbre. En este mundo “donde por todos lados hay odio, donde constantemente clasificamos a los demás por sus ideas, por sus costumbres, y hasta por su forma de hablar o de vestir. En definitiva, es el reino del orgullo y de la vanidad, donde cada uno se cree con el derecho de alzarse por encima de los otros.” (…) “Jesús propone otro estilo: la mansedumbre” (n. 71). “Aun cuando uno defienda su fe y sus convicciones debe hacerlo con mansedumbre (cf. 1Pe 3,16), y hasta los adversarios deben ser tratados con mansedumbre (cf. Tm 2,25). En la Iglesia muchas veces nos hemos equivocado por no haber acogido este pedido de la Palabra divina” (n. 73).  Este es un mensaje a todos los que de algún modo tendemos a reaccionar de manera apologético-defensiva ante los reales o supuestos enemigos y creemos que ser mansos nos presenta como tontos o débiles. Para Francisco, la caridad evangélica es método de acción (apostólica, política, social). No sólo porque el otro merece respeto sino porque Dios coloca preferentemente sus ojos “en el humilde y el abatido, que se estremece ante mis palabras” (Is 66,2). “Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad” (n. 74).

5. Las calumnias y falsedades

En segundo lugar, otro de los aspectos que más me ha impactado es la meditación que realiza Francisco sobre los perseguidos por causa de la justicia, debido a que “muchas veces las ambiciones de poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra” (n. 91). Además de los que de manera cruenta son martirizados, el Papa recuerda que existe una más sutil persecución: el recibir calumnias y falsedades, burlas y ridiculizaciones por ser fieles al don recibido. Aún en ambientes cristianos esto sucede: hablar a las espaldas del otro, actuar con hipocresía y simultáneamente silenciar las exigencias de la moral cristiana como si estos graves pecados contra la justicia no exigieran reparación. Las calumnias más graves se maquillan artificiosamente y se pasa a destruir la vida del prójimo. Francisco dice: “si no queremos sumergirnos en una oscura mediocridad no pretendamos una vida cómoda” (n. 90). La persecución es una dimensión constitutiva de la experiencia cristiana. “La humildad solamente puede arraigarse en el corazón a través de las humillaciones” (n. 118). Esto no obsta para eventualmente “reclamar la justicia” o “defender a los más débiles” aunque esto traiga consecuencias a la propia imagen (n. 119).

6. Audacia, oración y María

Finalmente, en el camino de transformación que los cristianos debemos emprender y reemprender cada día es preciso: a) El empuje del Espíritu Santo para no ser paralizados por el miedo y el cálculo, para salir de nuestras zonas de confort (cf. n. 133) y para recuperar “el valor apostólico de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos” (n. 139); b) Hacer silencio interior e incursionar en la oración con profunda memoria agradecida. En efecto, “mira tu historia cuando ores y en ella encontrarás tanta misericordia” (n. 153); y, c) todo esto confiando enteramente en María: “Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos” (n. 176). ¡Cómo me recuerda esto al Nican Mopohua! Cuando San Juan Diego intenta huir de la Virgen para ir a atender las necesidades de su tío enfermo, Santa María de Guadalupe le sale al encuentro, lo purifica y corrige a través de la ternura, nunca con reproche. María recoge nuestra vida - muchas veces hecha pedazos -, y la reconstruye haciendo frecuentemente lo que a nosotros nos correspondería realizar. “Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica” (n. 176). Y así, la vida cristiana, con esta ayuda maternal, puede ser cada día, un nuevo comienzo.


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