Trino Márquez 30 de mayo de 2018
@trinomarquezc
El
recrudecimiento de las sanciones y amenazas, lleva a pensar a un grueso
segmento de la oposición venezolana que la solución de la grave crisis
nacional, se halla en la presión que sea capaz de sostener la comunidad
internacional sobre el régimen cada vez más aislado, desprestigiado y
sancionado de Maduro. Para que tal premisa se cumpla, resulta indispensable
resolver algunos problemas internos que esa colectividad no puede corregir.
En su
relación con los sectores democráticos venezolanos, desde finales de 2017, la
comunidad internacional ha ido cambiando sus nexos, definidos hasta entonces
sobre la base de una conexión fluida con la Mesa de la Unidad Democrática,
instancia que agrupaba a la mayoría de la dirección opositora: la que gozaba de
mayor prestigio y autoridad. Había sido un arduo trabajo de varios años lograr
que la opinión pública internacional reconociera un interlocutor válido, al que
le concediera valor y prestigio. Hugo Chávez se había encargado de demoler a AD
y Copei, los grandes partidos históricos, las otras organizaciones languidecían
y las nuevas agrupaciones no habían tenido tiempo para implantarse y
desplegarse por el territorio nacional. La MUD a partir de 2010 se convierte en
esa plataforma que la comunidad internacional estaba esperando que apareciera.
La
atomización que se produjo recientemente dentro de los sectores adversos al
régimen, modificó ese panorama. Ahora se mueven varios grupos en el escenario
sin que ninguno de ellos posea la hegemonía. En la actualidad encontramos el
Frente Nacional, la MUD, los factores que integran Vente Venezuela, los
partidos que apoyaron a Henri Falcón durante la campaña electoral, el chavismo
disidente y algunos núcleos realengos que, estricto sensu, no se ubican en
ninguna de las facciones anteriores. Los voceros más activos de la comunidad
internacional, especialmente Luis Almagro, secretario general de la OEA, Marco
Rubio, senador republicano de Florida, y Antonio Tajani, presidente del
Parlamento Europeo, mantienen contacto permanente con los miembros de las
fracciones que decidieron abstenerse en las elecciones del 20-M, pero sus lazos
con los otros segmentos opositores es muy precario o inexistente. Esta
diferencia se entiende. Los voceros opositores más dinámicos e influyentes en
el frente internacional son Julio Borges, Antonio Ledezma, Carlos Vecchio y
Luis Florido, cuyos partidos forman o formaron parte de la MUD y,
posteriormente, se negaron a asistir a la cita del 20-M. Son ellos quienes
construyen los puentes con el exterior. Sin embargo, esta cercanía de ningún modo significa que
sean esos dirigentes y sus agrupaciones los únicos que pueden potenciar la
influencia foránea dentro del país. Para que ese respaldo se traduzca en una
fuerza emancipadora, resulta esencial que vuelva a aparecer en el ambiente
nacional una plataforma política y organizativa similar a la MUD, capaz de sintetizar los intereses y
aspiraciones de ese espectro tan amplio y complejo de grupos y partidos que
conforman la oposición. El Frente
Nacional nació con esta misión, pero hasta ahora no ha pasado de ser una
promesa.
Roberto
Casanova, de Liderazgo y Visión, propuso recientemente en un artículo,
organizar una consulta popular para que sean los ciudadanos quienes elijan un
pequeño grupo de dirigentes, entre cinco y siete, que asuman la vocería y
conducción de la resistencia y lucha contra el régimen. Sería una dirección
colectiva conformada ad hoc, investida de la autoridad para trazar planes y
definir metas para el corto, mediano y largo plazo. Una decisión de esta naturaleza implicaría
que las organizaciones y líderes existentes cederían parte de su escaso
protagonismo actual, en aras de alcanzar un grado de coherencia y unidad
indispensable para enfrentar con éxito a un gobierno que luce acosado y débil, pero
cuyo ocaso definitivo puede tomar años, con las graves consecuencias que esa
dilación traería.
Además
de las ventajas de contar con una dirección interna uniforme, ese núcleo
dirigente, u otro elegido mediante un procedimiento distinto, podría convertirse
en el interlocutor que la comunidad internacional está esperando para,
concertados, actuar dentro de una línea coherente. La eficacia de la acción
internacional se elevaría. Podrían establecerse parentescos complementarios
entre la actividad foránea y la endógena. Esto sucedió en Sud África y en otras
naciones beneficiadas por la solidaridad internacional.
Sin
resolver las enormes diferencias internas existentes y sin una conducción
homogénea y cohesionada que actúe como interlocutor de la comunidad internacional,
los esfuerzos que esta realice se perderán. Los factores internos aparecerán
como meros espectadores pasivos, en el mejor de los caso, de medidas adoptadas en el exterior, pero con
escasa incidencia en la resolución final del drama venezolano.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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