Por Fernando Mires
Una máxima recomienda no hacer
abuso del tiempo subjuntivo en los análisis políticos entre otras razones
porque la política a diferencia de la filosofía no se rige por las pautas del
pensamiento especulativo. Hay, sin embargo, excepciones que confirman la regla.
Una parece ser la situación surgida en Venezuela después de las elecciones del
20-M. Sí, digo elecciones. Fueron, efectivamente, elecciones en dictadura,
como son las elecciones en la Rusia de Putin, en la Bielorusia de Lucaschenko o
en la Nicaragua de Ortega. Elecciones viciadas, hechas para confirmar el poder
del régimen.
Las de Venezuela pertenecen
–han pertenecido siempre desde que hay chavismo– al tipo de las elecciones
dictatoriales y bajo ese bien entendido la oposición venezolana ha participado
en ellas obteniendo incluso victorias resonantes. No fue ese el caso de las
elecciones presidenciales del 20-M. Y es ahí donde surge la pregunta
subjuntiva: ¿qué habría sucedido si una oposición tan unida como el 6-D hubiera
participado masivamente? La respuesta desde una perspectiva numérica es una
sola: una unidad electoral masiva habría sepultado a Maduro. Ningún fraude
habría podido contener un aluvión de votos de proporciones tan gigantescas. Por
eso la impresión es ya general: la oposición venezolana perdió una gran
oportunidad para deshacerse definitivamente de la dictadura. La mejor
oportunidad de toda su historia.
No vale la pena, ni en
política ni en otros órdenes de la vida, hurgar heridas ni mucho menos llorar
sobre la leche derramada. Pero sería omisión no afirmar que la abstención
venezolana no fue producto de un plan meticulosamente fraguado por las
dirigencias políticas. Por el contrario, fue un producto de su propia
impotencia. Porque la abstención -seamos honestos- no comenzó con las presidenciales.
La abstención masiva surgió de
la crisis política de la oposición después de que Maduro aplastara a las
movilizaciones del 2017 y del mega-fraude que dio vida a la Asamblea
Constituyente, hecho que llevó no solo a los electores, también a los propios
partidos, a desconfiar de su única arma: El voto. La abstención tomó forma en
las regionales de octubre de 2017 y después en los desórdenes electorales de
las municipales en diciembre del mismo año. Derrotismo, apatía, dispersión,
abstencionismo, ausencia de línea y conducción, fueron los signos de ambas
elecciones.
Las regionales y las
municipales fueron regaladas por la oposición, a la dictadura. La abstención en
las presidenciales de mayo, vista desde esa perspectiva, fue solo el corolario
de una crisis política y moral dentro de, y entre los, partidos de la MUD. O
dicho en una sola frase: no la abstención llevó a la crisis de la
oposición sino la crisis de la oposición llevó a la abstención. Quizás la
más clara expresión de esa crisis fue la imposibilidad de los partidos de la
MUD para ponerse de acuerdo en torno a un candidato único. Y no precisamente
porque faltaran nombres sino simplemente porque el egoísmo de los partidos
imposibilitó ese acuerdo. No ha sido por cierto la primera vez en la historia
-pienso en los orígenes del fascismo italiano- en que la razón de partido ha
terminado imponiéndose por sobre la razón política.
Puede ser que no valga ya la
pena detenerse demasiado en hechos ultraconocidos. La MUD al abandonar el
centro político abrió un espacio por donde penetraron las tendencias más
extremistas de la oposición. Sorpresa, incluso lástima, producía el espectáculo
dado por parlamentarios, elegidos en elecciones, pronunciarse en contra de la
vía electoral, repitiendo como loros las consignas aventureras de la señora
Machado quien al menos fue siempre consecuente con ella misma. No así los
personeros de la MUD. De un día a otro echaron por la borda la esencia de su
propia historia: las elecciones como medio de lucha política.
La primera gran lección que
dejó entonces el 20-M, fue la siguiente: Nunca más la oposición deberá
abandonar su única ruta, sobre todo si se toma en cuenta de que no es capaz de
transitar por ninguna otra. El precio ha sido muy caro. Ha ayudado a una
dictadura a mantenerse en el poder, cuando todos los números hablaban en su
contra
No fue Falcón quien dividió a
la MUD. Falcón solo se puso a la cabeza y dio forma política a una gran
cantidad de voluntades que nunca habrían acatado la línea anti-electoral de la
MUD. Pues si sus dirigentes no lo sabían, deben saberlo ya: siempre el
abstencionismo ha sido, es y será divisionista. Si la MUD, o el Frente Amplio
dio curso a la abstención electoral debió contar con fuertes divisiones
internas. En cambio, cada vez que ha ido con decisión a confrontar
electoralmente a la dictadura, el abstencionismo es recluido en sus bastiones
tradicionales: los que ocupan hoy SoyVenezuela y otras siglas sin contenido
social.
Falcón evitó que el inmenso
espacio abandonado por la MUD fuera convertido en algo similar a uno de esos
agujeros negros que existen en el universo cuya atracción negativa hace
desaparecer a todo lo que aparece en sus cercanías. Falcón mantuvo la
línea de la MUD evitando que ella desapareciera tragada por su propia
inercia. Gracias a la mantención de esa línea, la oposición podrá, al menos
hipotéticamente, rehacer la continuidad con su pasado electoral frente a los
desafíos que vienen por delante, todos electorales: la renovación de la AN,
elecciones municipales y la amenaza de un revocatorio a los diputados de la AN
propuesto por Diosdado Cabello.
Queda así demostrada la
importancia que juega la existencia de un candidato en los procesos
electorales. Y esa es la segunda lección para la MUD. Frente a una dictadura
que adelanta o atrasa elecciones a su mera conveniencia, la disposición a
unirse en torno a una persona (la política será siempre personalizada) deberá
mantenerse siempre presente. Falcón ocupó el lugar del
contrincante que no supo, no quiso o no pudo elegir la MUD, lugar del cual
la política jamás deberá prescindir. Más todavía, dio, con sus modestas
fuerzas, un poco de “calle” a la lucha política, contraviniendo a un
abstencionismo que no llamaba a nada.
Por enésima vez ha sido
probado que la lucha en las calles y la alternativa electoral son partes de una
sola unidad. Elecciones sin calle, son un absurdo. Calle sin elecciones, lleva
a enfrentamientos luctuosos con las fuerzas represivas. Incluso, el mismo
Falcón, después de denunciar los atropellos en que había incurrido la dictadura
durante el proceso electoral, señaló como posible perspectiva, la repetición de
las elecciones. Su idea fue evidentemente, mantener el tema electoral en el
centro de la acción. Pues, así como el abstencionismo es fuente de
divisiones, las elecciones son fuente de unidad. Nunca la oposición ha estado
más unida que durante las contiendas electorales. Nunca más desunida, cuando
hace abandono de ellas. Haber mantenido la ruta electoral de la MUD aún en
contra de la MUD fue el gran aporte de la candidatura de Falcón. Tarde o
temprano la MUD, o lo que quede de ella, deberá agradecer a Falcón.
Como suele suceder, después de
una debacle abundan los llamados a la unidad. La mayoría de ellos son
insustanciales y no se refieren a objetivos determinados. Suelen ser simples
frases piadosas para salir del paso. Por eso, al llegar a ese punto, cabe una
reflexión. La unidad por la unidad no existe en política y en algunas
ocasiones tampoco es deseable que exista. Para decirlo en clave de síntesis: la
unidad es siempre unidad, si no de contrarios, por lo menos de “diversos”. En
ese sentido mantener la unidad a cualquier precio puede ser incluso
contraproducente y, como ya lo vimos en el caso de la MUD, puede llevar a la
inacción. Pues probablemente no pocos dirigentes y activista de la MUD no
estaban de acuerdo con el callejón sin salida a que fueron llevados. Pero una
mal entendida lealtad con sus partidos los condujo a la parálisis total. El
caso de Henrique Capriles fue muy elocuente. Al renunciar a tomar posiciones
definidas en aras de una unidad abstracta, debió expresarse en un lenguaje
críptico, es decir, hacer justo lo contrario que debe hacer un líder: señalar
vías y hablar más claro que el agua.
Las líneas de la política son
siempre divisorias. En tanto la política incorpora a la contradicción, a la
controversia y al debate, no la unidad sino la división es su principal
característica. Más aún: la división es condición de unidad. Pues solo puede
ser unido lo que está dividido. En ese sentido vale la pena hacer una
diferencia entre dos términos muy distintos que suelen usarse como sinónimos:
División y desintegración. Lo que hay que evitar en política no es la
división sino la desintegración. Y la desintegración suele aparecer justo allí
donde las líneas divisiorias no están claras. Y bien, el gran problema es que
hoy la MUD no solo aparece dividida sino, además, en un abierto estado de
desintegración. Así se explica por qué las diferencias políticas toman la forma
de simples luchas personales. Una de las tareas que tiene por delante la
oposición es retornar a la unidad en la diversidad, razón de ser de todas las
grandes coaliciones políticas.
Maduro es derrotable. Su Talón
de Aquiles es el voto popular, no la abstención. Por lo mismo, todos sus
esfuerzos han estado dirigidos a desprestigiar al voto. Más aún cuando ya no
cuenta con el apoyo de muchos de los que ayer fueron sus partidarios. La
inmensa mayoría del país está en contra suya. Transformar a esa mayoría en gran
fuerza electoral -la palabra electoral incluye la defensa de las elecciones
cuando estas son negadas- es posible. Esa vía ya la mostró Falcón.
22-05-18
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