Luis Manuel Esculpi 24 de mayo de 2018
Los
resultados electorales asignados por el CNE y lo sucedido el domingo en la
noche, crean una nueva situación política, con muy pocas excepciones, la
mayoría de los analistas que participaron en los programas de televisión no la
valoraron en toda su dimensión. Incluso las cifras anunciadas por Lucena
revelan la más baja participación electoral en elecciones presidenciales
realizadas en Venezuela.
La
votación asignada a Maduro es -junto a la de las últimas parlamentarias- la más
baja de las obtenidas por el oficialismo en dos décadas. El rechazo a su
gestión se manifestó de las dos maneras como la oposición, se comportó ante la
convocatoria del proceso, bien con la abstención o también votando por los
candidatos que participaron en las elecciones, especialmente Henry Falcón.
Pensamos
que habían razones validas tanto para abstenerse como para participar en el
proceso, observábamos la inconveniencia de una confrontación descalificándose
mutuamente por las posiciones adoptadas, sabíamos que después del veinte
necesariamente había que favorecer el reencuentro y la recomposición de la
unidad en el campo de las fuerzas democráticas.
El
discurso y el comportamiento asumido por Falcón, debe ser valorado justamente y
constituye,sin duda, un factor determinante en el cambio de calidad en el
cuadro político que se conforma a partir del pasado domingo; por una parte se
pone de manifiesto la debilidad y aislamiento del gobierno y por otra toda las
potencialidades de la fuerzas que lo adversan.
El
desconocimiento de los comicios y el reclamo de nuevas elecciones libres y
competitivas por parte de Henry Falcón e incluso -en menor medida- por Bertucci
, coloca en primer plano la exigencia que había planteado el Frente Amplio, la
Conferencia Episcopal, diversas instituciones nacionales y la comunidad
democrática internacional.
Esa
coincidencia indudablemente constituye un espacio propicio para el
relanzamiento de una estrategia unitaria, colocando en primer plano la
confluencia de las distintas fuerzas que luchan por el cambio, ubicando en un
nivel muy subalterno las diferencias y la confrontación surgida a partir del
reciente debate.
La
necesidad y posibilidad de la reconstitución de la plataforma unitaria
constituye un propósito prioritario, para atender la gravedad de la crisis que
continuará agudizandose y siendo un factor desencadenante del malestar que se
observa en todos los estratos de la sociedad, incluyendo esferas y círculos
decisivos en el sostén del régimen.
Adelantar
con éxito una política frente a la realidad actual, supone necesariamente
colocarse por encima de la diatriba intrascendente, a la altura de nuevas
exigencias, superando la tentación de ver constantemente por el retrovisor,
concentrándose en debatir anteriores posturas, sin proyectar la mirada hacia el
horizonte.
Hemos
observado con preocupación la existencia de factores -sobre todo en las redes
sociales- que parecieran regodearse en la polémica estéril, en atrincherarse a
priori en sus posiciones, desoyendo argumentos y solo validando los suyos; tal
comportamiento no está en sintonía con los requerimientos y la urgencia de
definición de una estrategia unitaria para el próximo tiempo.
Así
como quienes optamos por la no participación debemos valorar la posición
asumida por los que decidieron concurrir al proceso, quienes participaron
tienen que considerar las razones y la fuerza expresada por la abstención y lo
justo de exigir condiciones electorales para asistir a la votación.
No se
trata de ser eclécticos, sino de comprender que a partir de la racionalidad,
alejada de todo fanatismo, de la flexibilidad para comprender las nuevas
realidades y la significación y fortaleza del planteamiento unitario, será
posible diseñar una ruta que nos conduzca a superar el desastre actual y
alcanzar el cambio político.
Luis
Manuel Esculpi
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