Por Marino J. González R.
La tasa de mortalidad
infantil ha sido considerada como uno de los indicadores de referencia para
analizar el bienestar de los países. Una de las ventajas es que es
relativamente muy sencillo. Se toma el número de defunciones en menores de un
año para el año de análisis y se divide por el número de nacidos vivos
registrados. Esa cifra se expresa en defunciones en menores de un año por
cada 1000 nacidos vivos registrados.
Este indicador no solamente
expresa las condiciones de vida de los niños. También es de utilidad para
expresar el nivel de bienestar de los países. La lógica es sencilla. Si en los
países existen condiciones de bienestar, es esperable que los más beneficiados
sean justamente los más desprotegidos, es decir, los niños. Pero también este
indicador nos da información sobre las condiciones de vida de las madres. A
menor mortalidad infantil también se encontrará menor mortalidad materna.
Incluso en algunos países, con sistemas de información menos desarrollados, la
mortalidad materna, por ser más notoria que las muertes infantiles, puede ser
de utilidad para estimar la mortalidad infantil con más precisión. Además, la
mortalidad infantil es una excelente medida para expresar el máximo de mejoras
en las condiciones biológicas. Es decir, en la medida que se reduzca la
mortalidad infantil se está más cerca de las muertes que no pueden ser
evitadas, al menos con la tecnología disponible.
De acuerdo con lo anterior,
la mortalidad infantil es una evidencia de la capacidad de los sistemas de
salud para acercarse al máximo de muertes evitables, En otras palabras, en los
países en lo que se tenga la menor mortalidad infantil, deben encontrarse el
máximo de posibilidades para disminuir las muertes evitables, con la tecnología
disponible para el período considerado
En 1960, de acuerdo con la
base de datos del Banco Mundial, los cinco países que tenían la menor tasa de
mortalidad infantil eran: Suecia (16,3 defunciones por cada 1000 nacidos vivos
registrados, Holanda (16,5), Islandia (17,5), Noruega (18,4) y Australia
(20,4). Podría señalarse que en esos países se habían conjugado las condiciones
institucionales y tecnológicas para reducir la mortalidad infantil en mayor
magnitud para ese año. En 2016 (último año disponible) los cinco países con
menor mortalidad infantil eran: Islandia (1,6), Eslovenia (1,8), Finlandia
(1,9), Japón (2) y Luxemburgo (2). De manera que solo Islandia permaneció en el
grupo de menor mortalidad.
Ahora bien, cuando se
analiza a los países con mayor mortalidad infantil en 1960 para conocer la
brecha con respecto a los de menor mortalidad en 2016, encontramos que la
brecha ha aumentado en todos ellos. Por ejemplo, Afganistán tenía 15 veces más
la tasa de mortalidad infantil que Suecia en 1960 (el país con menor mortalidad
infantil). En 2016, la brecha había aumentado a 33 veces con respecto a la
mortalidad infantil de Islandia (el de menor mortalidad infantil de ese año).
Las brechas de Liberia, Costa de Marfil, Nepal y Sierra Leona también se han
multiplicado más de tres veces en algunos casos.
Es bastante claro, en
consecuencia, que las reducciones de la mortalidad infantil no se trasladan
automáticamente a todos los países. Las condiciones particulares de cada país,
y de cada sistema de salud, influyen para que los niños en ese contexto puedan
disfrutar del máximo de disponibilidad institucional y tecnológica. En
muchos países, justamente por las debilidades en esos aspectos, las brechas han
aumentado a pesar de los avances realizados en el mundo en los últimos sesenta
años. Lo cual nos lleva entonces a influir en las condiciones concretas en las
cuales operan las políticas de salud. De lo contrario, solo se puede esperar el
aumento de las brechas en mortalidad infantil.
30-05-18
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