Por Antonio Ecarri Bolívar
“Las bayonetas sirven para
todo menos para sentarse sobre ellas”. Charles Maurice Talleyrand-Perigord.
En estos momentos de angustia
y desasosiego no queda más que estudiar la historia de Venezuela para ver qué
nos pasó, cuándo nos desorientamos y quiénes son, sociológica y políticamente,
los responsables de esta catástrofe colectiva. Por mi parte, estoy trabajando
para publicar un libro a fin de año –si aún quedara papel en Venezuela– sobre
el tema del militarismo desde nuestra génesis de nación independiente, es
decir, desde 1830 hasta nuestros días.
En ese trabajo voy a tratar de
explicar cómo el cesarismo democrático –tesis positivista del eminente
sociólogo Laureano Vallenilla Lanz– justificaba en el siglo XIX al “gendarme
necesario”, pero verlo renacer en el siglo XXI es una aberración política,
histórica, sociológica, sin explicación alguna. En efecto, el cesarismo impregnó
toda la política venezolana del siglo XIX y parte del XX, aunque ese trauma fue
interrumpido durante cuarenta años de civismo, de democracia y progreso; ah,
pero resulta que ahora, en el presente siglo, estamos viendo aparecer de manera
preocupante un gendarme innecesario, reminiscencia de ese pasado inmerso en el
alma y en la psicología social de nuestro pueblo.
La independencia de Venezuela
fue lograda por militares, lo que permitió a este estamento lograr un prestigio
merecido por sus luchas en la liberación de la patria, pero tampoco debió
convertirse, aunque siga ocurriendo, en una factura que fuese cobrada en una
especie de tracto sucesivo eterno, por cuotas pagadas ad infinito y nunca
saldadas por el resto de la sociedad. El cobro de esas facturas no es una
especulación teórica, sino un hecho legalizado, desde el proceso
independentista, a través de la “Ley de haberes militares”, que terminó siendo
el inicio de una etapa conocida en nuestra historia como del “feudalismo
militar”.
Los héroes de la independencia
se pasearon durante todo el transcurso del siglo XIX, con sus armas,
alternándose en el poder detrás de José Antonio Páez, de José Tadeo Monagas o
de Antonio Guzmán Blanco. El propósito de ese trabajo no es denostar del
estamento militar, sino, más bien, convenir en que fue inevitable su
preeminencia durante una época que el cambio de régimen se resolvía en el campo
de batalla. Además, eso ocurría porque aquella clase social civilista,
privilegiada y elitista, que había roto con la Madre Patria, había quedado tan
diezmada, durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, que estuvo rezagada
detrás de aquellos héroes en una situación sub judice o
de capitis diminutio, conformándose, al menos, con seguir influyendo en
los gobernantes como un “poder detrás del trono”.
Los militares en política son
un desastre, porque las diferencias las resuelven como solo saben hacerlo: a
plomo limpio. Para muestra un botón: “(…)Se cuenta que entre 1892 y 1900 (en
apenas 8 años del final de aquel siglo) se registraron 6 rebeliones mayores y
¡437 encuentros militares! En esas actividades militares miles perecieron, 80%
del ganado fue destruido y la deuda de la nación pasó de 113 millones a 208
millones de bolívares. Esta deuda y su incremento por Castro se convertirán en
la fuente de innumerables conflictos internacionales, particularmente con el
bloqueo de las costas venezolanas de 1902” (Consalvi. 2007).
Después vino Gómez, con su
“paz en los cementerios, unidad en las cárceles y trabajo en las carreteras”
luego, los gobiernos transicionales de López y Medina, seguidos por “la
revolución de octubre”, con su paréntesis democrático de apenas tres años,
interrumpidos de nuevo por la bota militar y, con ese retorno, diez largos años
de la tiranía perezjimenista. Por fin el pueblo se obstinó y, en alianza con
militares demócratas, en 1958, puso término a la etapa de dictaduras militares
durante cuarenta años, la época más larga de nuestra historia que Venezuela ha
vivido en paz, en progreso y bienestar. Era la época del militar profesional,
sin poder inmiscuirse en la deliberación política, que le estaba
constitucionalmente vedada, pero dedicado a la preservación de la soberanía de
la nación, su auténtica misión.
Ahora, en pleno siglo XXI,
apareció esta montonera que nos vuelve a regresar al siglo del oscurantismo,
del atraso, del hambre y la miseria. Maduro arrebata en estas elecciones que
nadie reconoce y ahora, ¿para dónde va su gobierno y qué hará la oposición?
Busquemos la brújula todos: la oposición deberá unirse en torno a una política
coherente, sin dejarse chantajear por un radicalismo enfermizo o por un
oportunismo logrero y ramplón. Y el gobierno deberá sacudirse el yugo y
chantaje militarista mafioso, dar un vuelco de 180 grados a la política
económica, de acuerdo con Díaz Canel (con Trump atrás), si quiere mantenerse en
el poder un rato más.
A esta regresión histórica la
llama el maestro Carrera Damas “una ideología de reemplazo”; a mí me parece, en
cambio, que mantener a los militares decidiendo los destinos del país es una
enfermedad de viejo, de anciano, en sus últimos estertores. Sí, se podría
denominar esa enfermiza regresión histórica como “el militarismo, enfermedad
senil del comunismo”. Así se llamará el libro. Espero que Venezuela se cure
mucho antes de su publicación.
PS: Después les cuento la
paradoja que significa el odio comunista a los militares y cómo ahora, sin
embargo, gobiernan con ellos (por ahora), como una necesidad para poder
repartirse cuotas de poder con cierta impunidad. Ya veremos cómo se comportarán
los alacranes.
aecarribgmail.com
25-05-18
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