Por Henrique Capriles
Revisemos los números que el
Consejo Nacional Electoral decidió entregarle a Nicolás Maduro después del
fingimiento electoral del 20 de mayo y entenderemos dónde está parado y por qué
este parapeto montado por el gobierno sirvió para que sus propios cómplices
evidenciaran que no hay más apoyo popular y que les resulta casi imposible que
la gente les crea que van a solucionar los problemas del país.
Vayamos por partes y
empecemos por la mayor de las crueldades: la manipulación del hambre de quienes
menos tienen. Hoy en los barrios más populares de Venezuela están negándole el
acceso al alimento con precios regulados a esas familias que decidieron no
participar el 20 de mayo.
Ya la semana pasada dije que
una abstención superior al 53% (según sus datos) pone en evidencia que las
opciones políticas no han logrado ofrecerle al venezolano las soluciones a sus
problemas. Ni siquiera a esos que algunos analistas llaman “el voto duro” del
oficialismo.
Basta con sacar una
operación matemática bastante sencilla para darse cuenta de que más de la mitad
de esos 16 millones de venezolanos que han sido obligados a sacarse el Carnet
de la Patria decidieron no acompañar al candidato oficialista en su delirio.
A pesar de las amenazas. A
pesar de la extorsión. A pesar de la crueldad. Incluso a expensas de ser
excluidos de los programas sociales por sus convicciones democráticas, los
ciudadanos honestos no se dejaron chantajear.
¡Y ni hablar de la
militancia! El PSUV, a pesar de tener a su favor toda la maquinaria y el
presupuesto del gobierno, ha declarado más de 5 millones y medio de inscritos y
su tarjeta no alcanzó ni siquiera a completar esa cifra. Por otro lado, Somos
Venezuela, esa organización recién fundada a la medida de Maduro, tiene un
millón de inscritos. Sin embargo, esa tarjeta obtuvo apenas unos 375 mil votos
en el resultado abultado del 20 de mayo.
Con la mayoría del país
decidiendo no participar en su parapeto electoral, con el país comprometido con
la urgencia de un cambio del modelo y una respuesta valiente de nuestro pueblo
contra las amenazas y extorsiones de quienes se atreven a jugar con el hambre,
es evidente que Nicolás Maduro no tiene cómo mantenerse sino por la fuerza,
mediante abusos y violaciones a la Constitución que cada día encuentran menos
respaldo en sus filas.
De modo que los líderes
democráticos tenemos que empezar a proyectar lo que haremos cuando haya un
cambio de gobierno. Algo que pasará más temprano que tarde, ante la frágil
gobernabilidad que tiene el régimen actual, sostenido sobre la ambivalente
plataforma de la violencia y las armas.
Y sé que existe una premisa
obligatoria para que esta acción pueda evolucionar: puertas adentro del
liderazgo democrático debemos superar los estigmas de la Unidad, aprender de
los errores cometidos para no repetirlos, y reconducir al país político hacia
una idea de Gobernabilidad.
Una gobernabilidad que será
conducida por nosotros, los venezolanos demócratas que estamos preparados para
gobernar en beneficio de una nueva idea del Estado venezolano.
Un nuevo modelo político. Un
nuevo Estado. Un nuevo gobierno.
Soy consciente de mi
condición de inhabilitado político por este régimen, capaz de hacer cualquier
cosa por quitar del camino a quienes tenemos un liderazgo nacional que podría
ofrecerle a los venezolanos la posibilidad de imaginar un futuro posible. Sin
embargo, dentro de esa idea de un Plan de Gobernabilidad Democrática que empecé
a exponer en este mismo espacio la semana pasada, mi condición de inhabilitado
me coloca como a nadie en una posición desinteresada, solo a favor del anhelo
de libertad y paz de nuestro pueblo.
Ya basta de esperar a que
haya las condiciones para conseguir un candidato. Ya basta de esperar que haya
un candidato para pensar en un plan de gobierno. Ya es hora de articular un
plan en conjunto, donde nadie se quede atrás, como parte de un acuerdo común.
Cuando en la alternativa
democrática concretemos un Plan de Gobernabilidad Democrática a la altura del
futuro que merece nuestro Pueblo, entonces llegará el momento de elegir al
candidato que esté a la altura de ese proyecto común, que tenga la capacidad y
el equipo para cumplir con esos objetivos y que consiga el respaldo de la
mayoría para avanzar hacia esa idea de futuro.
En ese sentido, creo que es
necesario que empecemos a articular los nuevos espacios de la política
ejecutiva que serán necesarios para resolver de inmediato los problemas más
urgentes de los venezolanos y, al mismo tiempo, devolverle la vida a las
dinámicas de la democracia en Venezuela.
Lo primero es pensar desde
ya en la manera de recuperar la Institucionalidad Electoral. Pensar en las
personas y las estrategias necesarias para que, desde las políticas públicas,
se le asegure a cada venezolano la manifestación de su sufragio sin
reprimendas, chantajes ni retaliaciones.
Nosotros debemos asegurarle
a los venezolanos que podrán recuperar su confianza en el arma del voto como
mecanismo de expresión, como vehículo para generar cambios políticos y como
instrumento democrático para dirimir los disensos.
Lo segundo que creo necesario
en esta nueva manera de articular la posibilidad de ser gobierno es proyectar
cómo es ésa Transición Pacífica y Democrática que estamos imaginando. Es
nuestra responsabilidad idear las estrategias que nos permitan establecer una
suerte de comités de auditoría que adelanten una fiscalización del Estado y
generen un diagnóstico real de infraestructura, finanzas y políticas.
Esa avanzada debe hacerse
desde ya. Nombres, mecanismos y estudios que nos ahorren tiempo a la hora de,
convertidos en gobierno, tomar las acciones más importantes de manera
inmediata.
Un tercer punto que quiero
poner en la mesa de discusión es la idea de una Diversificación Económica que
disminuya la dependencia económica y política del Estado de la renta petrolera.
Sólo así evitaremos en un futuro el secuestro financiero y político del Estado
en manos de PDVSA.
Durante décadas se le ha
ofrecido al pueblo cambiar el modelo rentista. Sin embargo, creo que en estos
momentos es importante volver a la productividad. Aun así, pienso que en un
futuro cercano los venezolanos debemos empezar a ver en el petróleo una fuente
más de ingresos, y no el eje que determine nuestro destino. Para eso debemos
consultar y escuchar a empresarios y académicos del país, con la intención de
plantear una estrategia de recuperación real, verosímil y palpable.
Finalmente, creo que también
será necesario pensar en las estrategias para una Reinstitucionalización
Democrática para que, desde las políticas públicas, podamos recuperar la
estructura constitucional del Estado, haciendo énfasis en organismos de urgencia
como el CNE, el BCV, el TSJ y la Asamblea Nacional, sin dejar de lado todos y
cada uno de los entes.
Es urgente que entendamos
que no hay tiempo que perder y prepararnos desde ya para ser un gobierno que le
hará saber al Pueblo que cuenta con un liderazgo comprometido y capaz y, al
mismo tiempo, le sabrá gritar al oficialismo que ha llegado su final y que
estamos listos para hacer de Venezuela el país que soñamos.
Invito a mis compañeros de
lucha a convertirnos en los grandes articuladores del nuevo Plan de
Gobernabilidad Democrática que dé viabilidad al Estado y dejar a un lado, por
un momento, las ambiciones presidenciales basadas en el poder partidista.
Ya hemos sido testigos de
las consecuencias que tiene esa manera de hacer política.
Ahora bien: esto va a
demandar una evolución y una transformación de la dirigencia opositora. Debemos
construir el modelo que convertirá a este ciclo político en parte del pasado.
Avancemos hacia la
gobernabilidad y el pueblo nos acompañará en esa avanzada.
Estoy seguro de eso.
¡Qué Dios bendiga a nuestra
amada Venezuela!
03-06-18
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