Miguel Méndez Rodulfo 15 de junio de 2018
Desde
que se llevan registros científicos de las temperaturas mundiales; es decir
desde 1880, el mes de julio de 2017 fue el más caluroso de todos estos 138
años, según la agencia estadounidense NOAA (Administración Nacional Oceánica y
Atmosférica). Vale destacar que nueve de los 10 julios más calientes, de la serie
histórica, han ocurrido desde 2005; es decir que en los últimos trece años se
baten records casi consecutivamente. En julio de 2016 se registraron
temperaturas superiores a 50 grados centígrados en varios lugares de Oriente
Medio cuestión que parecía establecer un récord absoluto mundial. Las sequías
“bíblicas” que hoy sacuden a la humanidad, no son nuevas. La civilización Maya
se acabó por dos sequías consecutivas que en conjunto duraron 95 años, lo que
trajo como consecuencia la aniquilación de la agricultura, la imposibilidad de
alimentar a millones de ciudadanos y las naturales guerras por adueñarse de los
pocos recursos. La inestabilidad subsiguiente y la diáspora que se derivó de
ello, acabaron con ese imperio.
Entre
1985 y 1988, en la región de Darfur, en Sudán, hubo una terrible sequía y
consiguiente hambruna que acabó con la agricultura, redujo considerablemente la
producción de alimentos, disminuyó dramáticamente la provisión de agua potable,
aumentó los riesgos para la salud y propició una emigración de las poblaciones
de origen árabe, asentadas en el norte del país, hacia el sur territorio de la
población negra sudanesa. La natural lucha por las tierras y el agua, propició
los enfrentamientos que fueron escalando hasta estallar la guerra en 2003. Como
ambos bandos son predominantemente musulmanes, se trata de un conflicto racial
entre árabes y negros. Se habla de una cifra de 400.000 víctimas, en tanto que
se cree que más de dos millones de personas se han visto desplazadas de sus
hogares a causa del conflicto.
Entre
2006 y 2010 hubo la sequía más larga e intensa que se recuerde en el Oriente
Medio, que afectó la zona más fértil de ese enclave, pero que especialmente se
ensañó con Siria, quebrando su base agrícola y ganadera. Las consecuencias de
esta terrible sequía que asoló 60% de su territorio, hizo reducir un tercio la
producción agrícola, lo que trajo problemas de desnutrición infantil, además
arruinó a la población rural y generó un éxodo hacia las ciudades calculado en
ochocientas mil personas, lo que incrementó el hacinamiento en los cinturones
de miseria, ya poblados por sirios pobres y por refugiados iraquíes,
exacerbando las tensiones sociales. La Primavera Árabe que había prendido en
Túnez, Libia y Egipto, atizó las revueltas en Siria y estalló la guerra. Pero
Al Assad a diferencia de los demás tiranos derrocados por este movimiento,
desde el principio masacró a la insurgencia con bombardeos y cañoneos navales
así como de artillería, sin importar para nada la vida de los inocentes
civiles, ni la destrucción de las ciudades sirias como Alepo o Homs, que
quedaron arrasadas.
Las
guerras en África han desatado una ola de 500 mil refugiados sobre Europa como
no se veía desde la segunda guerra mundial; en tanto que 4,5 millones de
ciudadanos sirios se encontraban refugiados en Líbano, Turquía, Irak, Egipto y
Jordania. Las guerras climáticas, como se les conoce, se van a incrementar
según las consecuencias del cambio climático arrecien. Expertos predicen que al
este del Mediterráneo se observa una tendencia a la sequía y que el Oriente
Medio se secará más en las próximas décadas a medida que avanza el
calentamiento global. Paradójicamente fue en Mesopotamia y sus alrededores
donde hace doce mil años surgió la agricultura y ello dio origen a la
civilización; en ese mismo territorio es posible que ocurra el comienzo del fin
del género humano, justamente por la inviabilidad de la agricultura. Si la
ciencia y la tecnología, en su lucha desesperada por la mitigación del cambio
climático no logran reducir las emisiones contaminantes, no encuentran
rápidamente especies resistentes a la sequía en toda la variedad de alimentos
que los pobladores del mundo requieren, si no se hace un uso racional del agua
y si no se preservan los acuíferos y los bosques, la humanidad estará en riesgo
de desaparecer.
Miguel
Méndez Rodulfo
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