FRANCESCO MANETTO 07 de junio de 2018
Un estudio de Gallup sitúa a Venezuela,
azotada por la violencia, en último lugar por detrás de Afganistán en seguridad
ciudadana
Los
venezolanos perciben vivir en el país más peligroso del mundo. Esta es la
principal conclusión del estudio sobre percepción ciudadana que elabora
anualmente la firma estadounidense Gallup. Al desastre económico del régimen de
Nicolás Maduro se suman desde hace años unas estadísticas más propias de un
territorio en conflicto. En 2017 hubo casi 27.000 asesinatos, de los que más de
5.000 se produjeron por resistencia a las fuerzas de seguridad, y el 20% de la
población fue víctima de la delincuencia, según el Observatorio Venezolano de
Violencia. Gallup sitúa al país caribeño a la cola de los índices de seguridad
incluso por detrás de Afganistán, que vive una precaria posguerra y que el año
pasado registró el peor dato de víctimas civiles en atentados, según Naciones
Unidas.
Solo
el 17% de los venezolanos creen que pueden salir solos por la noche sin correr
riesgos frente, por ejemplo, al 20% de los afganos, al 40% de los mexicanos, el
42% de los colombianos y al 93% de los noruegos. Esa impresión ha empeorado
radicalmente en la última década. En 2007, el 44% de los ciudadanos compartían
esa sensación. El porcentaje de quienes confían en las fuerzas de seguridad, la
Policía o la Guardia Nacional Bolivariana, es del 24%, cuando la media de
América Latina es del 42% y la europea del 80%. Estas cifras se enmarcan en un
contexto en el que los casos de microcorrupción o extorsión, alimentados por
una hiperinflación insoportable, y el hostigamiento a los críticos con el
chavismo se han convertido en una rutina.
Hay
más datos que dibujan un panorama desalentador. El 42% sufrió un robo en los
últimos 12 meses, un índice solo superado en este caso por Afganistán, Uganda y
Sudán, y un 23% una agresión. El informe de Gallup, conocido este jueves, se
elabora a partir de una encuesta realizada en 140 países (entre los que no
figura, por ejemplo, Siria). La lista está encabezada por Singapur, Noruega e
Islandia, mientras que Venezuela, que afronta una crisis sin precedentes,
vuelve a cerrarla, por debajo de Afganistán, Sudán, Gabón y Liberia. España
ocupa el puesto número 26.
México
es el segundo país latinoamericano de esta clasificación. Le siguen República
Dominicana, Bolivia, Argentina, Perú, Brasil y Colombia, que acaba de salir de
un conflicto armado de más de medio siglo con las FARC pero sobre todo en las
zonas rurales sigue sufriendo la violencia de disidencias, grupos insurgentes
menores y carteles de narcotraficantes. La desmovilización de la guerrilla ha
generado un vacío de poder en algunos territorios que durante décadas
estuvieron bajo su influencia y que ahora se han convertido en un objetivo de las
mafias. Eso puede haber contribuido a aumentar la percepción de inseguridad,
aunque los hechos, como señala el último estudio de la Fundación Paz y
Reconciliación, demuestran que desde la firma de los acuerdos, en noviembre de
2016, han disminuido los asesinatos y los desplazamientos.
En
cualquier caso, los países de la región quedan en este ranking muy lejos de
Venezuela, donde las estadísticas sobre la percepción de inseguridad de sus
habitantes son fruto de una deriva generalizada de las instituciones. Caracas,
su capital, obtiene periódicamente las peores puntuaciones del mundo. De las 50
urbes más violentas, según el último análisis del Consejo Ciudadano para la
Seguridad Pública y Justicia Penal, 42 se encuentran en América Latina. Pero la
grave crisis que azota al país andino dificulta todavía más la recopilación de
datos. Las cifras oficiales a menudo no existen, y las que proporciona el
Gobierno chocan con las que recaban las ONG o las plataformas opositoras.
La
realidad es que, a partir de las seis y media de la tarde, cuando se pone el
sol, Caracas se convierte en una especie de ciudad fantasma. Incluso en los
barrios residenciales tradicionalmente más seguros, como los que lindan con la
plaza de Altamira, en el municipio de Chacao, es inusual cruzarse con alguien,
salvo quizá en las puertas de los hoteles o de algún restaurante. Esta es la
sensación habitual, que suele empeorar, cuando se producen movilizaciones y
protestas, por la represión de las fuerzas de seguridad. El año pasado, entre
abril y julio, más de 120 personas murieron en las manifestaciones contra el
régimen de Maduro y la convocatoria de unas elecciones constituyentes.
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