Por Elvia Gómez
“Para criar a un
humano hace falta una tribu”
Yuval Noah Harari
El pasado mes de
febrero algunos titulares nacionales se ocuparon de reseñar el resultado de una
medición internacional de la encuestadora Gallup para la ONU, en la cual se
evidenció que Venezuela ya no es un país feliz. Entrevistado en la radio,
Gerver Torres, uno de los coordinadores de ese estudio mundial, dijo que fue en
2006 cuando los venezolanos llegaron al pico más alto de su sensación de
felicidad y él lo vinculó con el efecto de las “misiones” que Hugo Chávez había
puesto en práctica a partir de 2004 para evitar ser revocado.
Hoy, Chávez ya no vive
–aunque la propaganda oficial insista en lo contrario– y las olas de “el mar de
la felicidad” y la asesoría de Cuba y los Castro han arrastrado al país
completo a la latitud de los caballos, esa zona atlántica de depresión
atmosférica donde los barcos de la corona española se quedaban varados por
semanas y echaban todo por la borda, incluyendo las cabalgaduras, con la
esperanza de que algún viento los sacara del atolladero. El régimen de Nicolás
Maduro se ha desembarazado de buena parte de la claque heredada de Chávez,
incluyendo al expoderosísimo “rojo-rojito” Rafael Ramírez, pero sigue
encallado. Y las condiciones del país expulsan, por decenas de miles, a los
jóvenes que harán falta para la reconstrucción.
Los corresponsales
internacionales, en sus descripciones de la cotidianidad nacional, apelan cada
vez con más frecuencia a descripciones propias de las distopías apocalípticas o
las series de zombies cuando hablan de la infraestructura y del aspecto de la
población. No están nada descaminados. Crecen en las zonas peatonales – que
aumentan por las fallas del transporte público– los vendedores de miserias,
porque siempre hay alguien más pobre que cree encontrar en un artículo usado (a
veces muchísimo) algo que pueda suplirle un zapato roto o una pieza de ropa
raída. Están también los “vendedores” de su miseria y su ruindad, que usan
todos los mecanismos del Estado venezolano, puestos al servicio del
autoritarismo, para convencer a la población de que no hay salida posible.
Sin embargo, los ciudadanos
no se rinden y siguen dando lecciones a una dirigencia que no termina de
encontrar su centro. De esas historias del heroísmo cotidiano están llenas las
redes sociales, la vía de escape comunicacional al cerco oficial.
Si se lee la literatura, de
ficción o no, sobre cómo operaron los regímenes comunistas en Europa del Este,
queda claro que uno de los aspectos que implantaron fue el de cooptar
tempranamente cualquier núcleo de organización social y asfixiar a los que se
resistieran. Los estudios comparados indican las rutas a seguir –y las que no–
pero hay que ver que el caso de Venezuela tiene también algo de mutación
genética, de singularidad matemática, donde las ecuaciones no arrojan siempre
los resultados previstos. Verbigracia, los datos oficiales según los cuales los
portadores del Carnet de la Patria no cumplieron la orden de ir a votar el 20
de mayo y dos tercios de esa población censada, y que se supone más vulnerable
a la presión estatal, no atendieron la orden de “reelegir” a Maduro y se la
jugaron con la abstención.
La sociedad democrática es
un organismo vivo y, como cualquier otro, se adapta porque se resiste a morir.
Conscientes de esa realidad, desde el Centro de Estudios Políticos de
la UCAB (CEP-UCAB) se viene impulsado desde el año pasado, sobre la base de
estudios de opinión que midieron las expectativas y aspiraciones de los
venezolanos, un proyecto de articulación social que busca alentar la
organización ciudadana para el largo plazo, que existe hoy como una enorme
fuerza potencial.
“En la línea tenemos un
socio con veinte años de antigüedad, se iba a retirar porque se le echó a
perder el carro. Era algo grave, no le alcanzaba la plata para la reparación,
pero nos reunimos todos y decidimos que el resto vamos a poner algo, así, entre
todos, lo vamos a ayudar para que lo pueda reparar y no se tenga que retirar”.
La anécdota, proveniente de un taxista en Caracas, ilustra el poder de la
organización y la cooperación. Así, precisamente, fue como la especie humana se
hizo con la supremacía del ecosistema, reforzada por creencias comunes y
relatos que fueron dando sentido a la existencia en sociedad.
La Venezuela de hoy,
empujada a la premodernidad, desconfía de las instituciones del Estado. Como
alternativa, debe reforzar los vínculos interpersonales y la organización
social para rescatar la democracia moderna. Los millones de venezolanos que
siguen dentro del territorio tienen la opción –casi el deber– de incorporarse a
alguna organización, por pequeña que sea. Las más factibles son las más
cercanas, las de la propia comunidad residencial y desde allí rescatar los
valores constructivos.
Desde el CEP-UCAB se han
venido dictando desde enero talleres de ciudadanía –“Se buscan ciudadanos” –
con la plataforma Creemos
Alianza Ciudadana, en una docena de capitales venezolanas. Se
trata de formar a multiplicadores del mensaje de que rescatar la democracia sí
es posible. Que como los apóstoles, vayan predicando la buena nueva de que los
venezolanos no son pueblo sino nación, que se hace fuerte ante el autoritarismo
en la medida en que tome conciencia del poder de cada ciudadano organizado. Con
una red formada, concientizada y organizada, el país podría experimentar de
nuevo, por ejemplo, gestas como la del plebiscito del 16 de julio de 2017, que
dio una conmovedora lección de democracia al mundo.
Lo que los venezolanos que
no se van del país pueden hacer mejor es no rendirse –como no lo han hecho– y
sumar, organizarse y vencer.
01-06-18
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