Por Sebastián de la Nuez
Es maestra, por encima de
cualquier otra cosa. Estudió Educación Comercial en el Pedagógico. Comenzó con
el grupo comunitario Utopía, de La Vega, dando clases de deportes los sábados
por la mañana a los niños de las escuelas donde no había lugar para hacer
gimnasia ni nada de eso. Cuando a Sixta Cortez le dicen que es un ejemplo para
todo el país, como que se ruboriza. Y lo es: un ejemplo en valores y en sumar
entusiasmos; ahora, en medio de la tragedia, organiza los comedores de Fe y
Alegría donde los niños comen lo que no pueden comer en sus casas
¿De dónde viene la capacidad
de esta mujer para armar una organización tal que le haya podido dar alimento,
cada día, a los niños de la Escuela Canaima allá arriba en lo más alto de La
Vega, manteniendo el servicio aun en las peores condiciones del país, que son
las actuales?
Su fuerza viene de un caserío
del estado Sucre donde vio a su mamá con esa pierna mala toda la vida,
arrastrándola siempre, emprendiendo cada mañana un invento para aportar a la
casa y sacar adelante a ocho muchachos que parió junto al agricultor Juan
Bautista Rojas García, quien tuvo otros cinco vástagos por otro lado y quizás
Pura Cortez, que así se llamaba la madre de Sixta, también los apoyó para
hacerlos hombres y mujeres de bien. “Hacía aceite de coco, esteras, de todo. Me
enseñó a no quedarme quieta, siempre hay algo que hacer”. Así dice Sixta al
recordarla.
La pregunta es: ¿cuántas
mujeres más como Pura y como su hija, y como las monjas de La Vega y como la
educadora Isabel Castellanos (primera directora de la Canaima) harán falta en
Venezuela para su reconstrucción?
La historia de Sixta
No es tan raro ni tan heroico
el perfil de Sixta Cortez. Simplemente es una buena mujer, inquieta y
solidaria. Algo en ella vio Jean Pierre Wyssenbach —el jesuita que ha regado a
Venezuela de olimpiadas matemáticas— cuando la puso en contacto con la Escuela
Canaima, donde hizo carrera con tal entusiasmo que se convirtió en directora
durante muchos años y hasta enero de este año, pero sigue ligada. “No ha sido
nunca un empleo, es mi compromiso de vida”. La Canaima no pertenece a la red Fe
y Alegría, es una iniciativa de un grupo de madres de alumnos del Colegio San
Ignacio de La Castellana que crearon una Fundación y así abrieron las aulas en
1982. Ella, Sixta, comenzó en 1986 a dar clases a sus muchachos de deportes
porque le dio nota, porque tenía esa vocación de aportar algo y de hacerlo
sobre el material humano más sensible de una sociedad. Gratis.
No entró formalmente a la
Canaima hasta 1988, y más tarde sería su directora. Isabel Castellanos fue,
además de Pura y del popular “Wyssen”, una persona muy significativa que
comenzó a formar parte de su familia, o sea, como si lo fuera. Contribuyó a
hacerla pedagoga y a desarrollar carácter con los muchachos del barrio, sin
tratarlos como “pobrecitos”.
—Y ahora busco recursos para
el programa del comedor porque si los chamos no comen no tienen ganas de
estudiar y no asisten. No es un empleo, es un compromiso de vida, y un
compromiso moral y sentimental con Isabel.
Desde que llegó a Caracas en
1970 ha vivido toda la vida con Isnarda, su hermana mayor. Aun cuando no
pernocte en la parroquia, La Vega ha sido su casa y su escuela: el lugar donde
se incorporó a Utopía y se formó en la práctica pedagógica pues ella, en
verdad, iba para administradora. En La Vega están sus querencias, sus logros y
esa familia inmensa que no es su familia en realidad, pero actúa como tal.
—La Vega tiene cualquier
cantidad de gente maravillosa —dice—, no tienes idea de la cantidad de gente
buena que tenemos allá. Es, además, una parroquia muy organizada de la cual han
salido grupos de trabajo, organizaciones sociales, juveniles … Por San Juan
compartíamos en la calle, íbamos a misa a las once de la noche en el barrio El
Carmen. No tenía miedo. La situación del barrio sabemos, ahora, que no es
fácil, sin embargo, siempre creo que son más las cosas buenas que se viven allá
que las negativas.
Y ahora, Fe y Alegría
Fue hace pocos meses cuando la
llamaron de Fe y Alegría, la red de enseñanza nacional, privada y de vocación
católica que se ha extendido a otros países en tres continentes porque su
prestigio se pierde de vista. Fe y Alegría ha comenzado a procesar ayuda
para dar directamente alimentación a sus alumnos. Sus directivos se alarmaron
cuando vieron que, en muchos casos, por la hambruna, hasta 50% del alumnado
estaba dejando de asistir a clases. ¿Y a quién se han buscado para la
organización de los comedores? Pues a Sixta. Como ella salió jubilada y los
jesuitas conocen los logros del comedor escolar de la Canaima, le pidieron
apoyo para gerenciarles su proyecto. Está en eso desde febrero. Hay 32 escuelas
sumadas al programa. Ella está en estos momentos motivando y formando a madres
procesadoras pues la idea es que los representantes de los muchachos colaboren.
Así se hizo en la Canaima, donde los padres han asumido el compromiso de pasar
una vez a la semana por la escuela, y meterle el pecho al asunto en la cocina y
en otras cosas. Dice Sixta:
—Mi misión es acompañar a los
coordinadores del proyecto a nivel regional y a los directores de las escuelas
pues no resulta fácil decirle a un director, a un equipo directivo, “miren, a
partir de ahora van a dar comida”. Más todavía en la situación de ahorita, que
cuesta tanto conseguir cualquier cosa.
Alfredo Infante, párroco de
San Alberto Hurtado de La Vega, dio la idea de contratar a Sixta para este
trabajo. La conoce; la conocen muchos, a ella y su trayectoria, y saben de la
buena marcha del comedor de la Canaima. Es, además, directora de la zona oeste
de la AVEC (Asociación Venezolana de Educación Católica) y se conoce como nadie
la red de escuelas, incluyendo las de Fe y Alegría en La Vega: la Luis María
Olaso (en La Estrella, una zona bastante fuerte), Alianza La Vega (fue creada
por una organización norteamericana, pero se la dejaron a los jesuitas al
marcharse del país) y la Andy Aparicio.
Sixta trabaja de la mano con
Juan Carlos Escalona, quien dirige los proyectos de Fe y Alegría.
Sixta, si tuvieras el poder de
un ministro, o influencia en las políticas públicas y un gobierno que te
escuchara, ¿qué harías en materia educativa?
—Uy, ¡esa pregunta!
Parece dudar, pero enseguida
suelta de carretilla:
—Todos los cambios que hemos
tenido en el país, los nuevos lineamientos, han sido mal llevados. Hemos
perdido los niveles de exigencia. Hay que rescatar y valorar la calidad
académica. No sé, creo que tenemos que dar un vuelco. Los maestros debemos
cambiar la forma de dar las clases. Que haya una justa evaluación del desempeño
docente. Nuestro desempeño ha disminuido, hay que incentivar al personal
docente, administrativo y obrero. Si nosotros nos sentimos entusiasmados, el
cambio se va a notar de inmediato en el cariño que le ponemos al trabajo. Hemos
visto eso en las actividades con la comunidad y en la propia escuela: cuando
hay entusiasmo, se nota.
Me gustaría que el Ministerio de Educación
planificara. Lo digo porque por ejemplo el otro día me llamaron de la Zona
Educativa. Viernes en la tarde para una actividad el lunes a las 8:00 de la
mañana, y no se habían enterado de que ya no soy directora de la Canaima. ¡Son
tantas cosas que uno quisiera…! Entusiasmar a los estudiantes por estudiar. Hay
quienes no quieren ir a la escuela. No sería fácil hacer todos estos cambios
porque hemos tenido un franco deterioro. Hace poco estaba hablando con una
profesora de la Universidad Simón Bolívar y, bueno, tendríamos que hacer cosas
para que los estudiantes, cuando lleguen a la universidad, no se sientan tan
perdidos. Y deberían tener opciones. Están hasta tercer año en la Canaima, por
ejemplo, y el año que viene, si la situación del transporte sigue igual, no van
a poder estudiar cuarto y quinto años porque los liceos les quedan demasiado
lejos y no hay transporte. Debería ser política de Estado, garantizar eso. Allá
arriba, en el sector Las Casitas, el Estado no les facilita un liceo.
¿Una situación triste que te
haya conmovido particularmente?
—Fíjate, muchachos que han
dejado de asistir porque simplemente su papá no quiere. Otra: hace cinco o seis
años, en una actividad, se le preguntó a un alumno “qué quieres ser tú cuando
seas grande”, y respondió: “Maestra, yo voy a ser malandro”. “¿Y por qué
quieres ser malandro?” “Porque así uno se muere rápido”. Lo recuerdo y se me
vuelve a encoger el alma. El muchacho era muy violento en la Escuela y vivía,
también, una situación de violencia en su casa. Y estaba la mayor parte del
tiempo solo. Sin embargo, tenía grandes sentimientos. También ha vivido y vive
grandes momentos, como cuando cierta vez fue a una empresa aseguradora a que le
revisaran el carro y alguien le dijo: “¿Usted no es la profesora Sixta? Usted
me dio clase, y gracias a usted soy bachiller”.
Vuelta al caserío de
enseñanzas
Cuando era directora en la
Canaima, lunes y jueves por la mañana les dedicaba una hora a padres y
representantes. Los escuchaba. “Gracias por ese consejo, profe”, le decían. Es
de los momentos que ella extraña ahora pues era la oportunidad para acercarse a
la familia de los estudiantes. En junio hacía el día del buen representante,
una manera de celebrar a quienes respondían a los llamados a una actividad
deportiva con el respectivo hijo, y a los que hacían caso de buen grado cuando
se les pedía que llevaran al niño donde un psicólogo. Inventaba un brindis, una
bailoterapia, una sesión de yoga, una misa. Después también llamaba a los que
no habían cumplido durante el año y les hacía entrevistas individuales.
“Descubría situaciones allí, a veces eran cosas que, con un simple consejo, uno
podía ayudar a mejorar. Mi experiencia como docente fue maravillosa”.
Y eso que jamás dijo, en su
infancia, que iba a ser maestra, pero la vida la llevó por ahí y se lo agradece
a Dios.
Lo de Fe y Alegría es tremendo
reto. Por supuesto que en la Canaima las cosas tampoco han sido fáciles durante
los últimos tiempos: en algún momento tuvieron que suspender el servicio de
comedor porque simplemente no tenían recursos. No, las cosas no son nada
fáciles. La Canaima era un sitio tranquilo, pero eso cambió de un tiempo para
acá. Y faltan profesores sobre todo en las materias como matemáticas, física,
biología. Ella ha convencido a sus maestras y maestros, los que quedan, a que
hagan diplomados en la UCAB, gratuitos, para luego dar las clases en las
troneras dejadas por la falta de personal. Ella misma tomó el diplomado de
matemáticas.
Y vuelve sobre su madre Pura,
y le da las gracias a las hermanas salesianas y a las monjas de la Presentación
que les prestaban sus espacios, a ellas y a otros compañeros, para dar la
materia deportiva a los niños que carecían de ella, y para ayudarlos con sus
tareas, y asistirlos durante las vacaciones cuando habían raspado materias y
las tenían pendientes para septiembre. Lo hacía de buena gana, era feliz, se
entregaba a la muchachada. Lo sigue haciendo, solo que ahora las cosas se han
puesto muy serias.
Ella recuerda que Pura,
arrastrando su pierna, jamás dejó de hacer cosas. Hay bajones, es verdad, pero
Señor, muéstrame el camino.
Así dice Sixta.
Fuente:
http://runrun.es/rr-es-plus/351767/sixta-cortez-por-la-gracia-de-dios-y-de-la-vega.html
14-06-18
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