Por Arnaldo Esté
La gente se hunde en la
incertidumbre cuando se ha habituado a solo andar por caminos trazados,
inducidos, impuestos. El comprometido crea sus caminos y sus certidumbres; la
curiosidad lo acicatea, lo reta.
Mi colega filósofo, y profesor
también de la Escuela de Filosofía de la UCV, José Rafael Herrera menciona a
Hegel (El Nacional Web 19-7-18) diciendo que no han sido pocas las veces
que la historia lo ha convalidado: “Los pueblos construyen los gobiernos que
tienen. Nada sale de la nada”. Tal como ahora nos ocurre.
La educación, como la
entendemos, es construcción tanto de los valores como de las competencias
necesarias para la producción, la comunicación y el disfrute. Así asumida es,
fundamentalmente, una práctica, un ejercicio. Hay que diferenciarla de la
educación tradicional y autoritaria que la asume como una prédica, como una
serie de lecciones que hablan de lo que otros han practicado.
La petrofilia como valor
nefasto, como referente mayor, la hemos construido y cultivado, y nos ha
llevado a colocar al mando del gobierno a personajes de los linderos del
folklore, como grandes distribuidores y asignadores de las divisas petroleras.
En el otro lado de esa distribución, con receptores seleccionados en colas o
colados por ventanas de perversión, ha estado el resto de la población.
Como mucho se ha publicado, y
el mismo gobierno también lo hace, a ello se le llama rentismo, usando un
término de raíz económica que reduce y estrecha el campo de su daño mayor, su
daño ético.
Desde el Benemérito y en
seguidilla de gobiernos y gobernantes, resultó muy difícil evitar el cultivo y
preservación del poder y la corrupción con esos recursos y orígenes. Por eso yo
uso el término petrofilia para enfatizar los efectos éticos, integrales que esa
relación con el petróleo ha tenido: acoso a la dignidad, clientelas,
privilegios, discriminaciones, trabajo sin competencias para realizarlo.
Pese a vigencias temporales y
superficiales de cierta democracia partidista, lo dominante ha sido esa
relación y esa educación, esos valores petrofílicos y, consiguientemente, la
descohesión e incertidumbre actual, el desconcierto de los dirigentes políticos
y el descaro de los gobernantes.
Con estas reflexiones hemos
avanzado en la necesidad de una educación que se realice como democracia
profunda en la práctica de sus valores y competencias propuestas. Una educación
en aulas y ejercicios sociales que pueda conducir a otro merecimiento, a construir
otra manera de gobierno y vida social.
No es poco y desestimable lo
que está ocurriendo a diario en las calles, en hospitales y universidades.
Con la espontaneidad que
apremia la mengua, la gente hace cosas, protesta, sale a la calle. Mi optimismo
quiere descubrir en estas acciones embriones de otras rutas, de un curso en el
que se puede aprender a hacer y resolver las propias cosas sin esperar
caudillos revolvedores, sino formándolos desde esos ambientes y peleas. Allí
bien pudiera estar en forja una nueva generación de líderes.
21-07-18
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