Por Claudio Nazoa
En las antiguas cortes
europeas, existían unos pobres niños a quienes azotaban si un príncipe hacía
algo malo, ya que estaba prohibido golpear o castigar a los descendientes del
rey. Los niños sometidos a este sistema cruel, eran conocidos como: “los niños
de azote”.
Cuando el joven de sangre real
hacía algo indebido, era llevado a un cuarto donde el indefenso niño de azote
era golpeado con una correa delante del príncipe. La cantidad de azotes e
insultos, dependían de lo que había hecho el infante. Además de sufrir
laceraciones, el niño de azote, como castigo, era encerrado en su cuarto
durante horas o días mientras que el verdadero culpable se retiraba con su
nodriza para seguir con su vida normal.
En la época colonial, en
Venezuela, una señora muy encopetada sufría de flatulencia sonora aguda
incontrolable. Para que no la descubrieran, se hacía acompañar por dos esclavas
quienes pagaban las consecuencias de su embarazosa y sonora dolencia. La cosa
se ponía peluda cuando la peligrosa dama iba a misa. El silencio del recinto
sacro hacía más comprometedora la explosiva situación. Sin embargo, a ella no
le importaba porque tan penoso momento era enmendado a costa de las infelices
esclavas quienes seguían fielmente a su ama:
—¡Cochinas! ¡Qué vergüenza! No
respetan ni la Iglesia –les gritaba la dama.
Todos los gobiernos
venezolanos han tenido sus niños de azote. Por ejemplo, el gobierno del doctor
Lusinchi se dio el lujo de tener el mayor de los niños de azote jamás conocido:
el chinito de Recadi, quien finalmente fue el único preso de tan bochornoso
caso. Carlos Andrés Pérez fue su propio niño de azote, ya que fue condenado por
haber ayudado a la restitución de la democracia en Nicaragua.
Los más recientes niños de
azote o como dirían los franceses: “Les derniers whip enfants”, de este
desastre de la izquierda retrograda, son los norteamericanos, quienes entrenan
iguanas para cortar la luz y el agua, quitan los ceros a los billetes, roban
baterías y cauchos, acaparan el aceite de carro, causan la guerra económica, se
comen la harina PAN, esconden los pasaportes y las medicinas, destruyen los
hospitales, obligan a la gente humilde a comer basura y trasladan al pueblo
como si fuera ganado en camiones para transportar animales.
Hoy, todos los venezolanos,
dentro y fuera del país, somos los nuevos niños de azote del socialismo del
siglo XXI y estamos pagando las flatulencias de este nefasto régimen
socialistacomunista.
30-07-18
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