LORENA MELÉNDEZ G. 22 de julio de 2018
Esta estructura, que comunica a Colombia y
Venezuela, que se inauguró con la llegada de la democracia en ambos países, y
que llegó a ser considerada la “frontera más dinámica de Latinoamérica”, hoy es
símbolo de la emergencia humanitaria del país gobernado por Nicolás Maduro.
Dos
veces por semana Sujey Chacón recorre con su hijo cerca de una hora y media,
desde San Cristóbal, Venezuela, hasta La Parada, en Colombia, para alimentarse
en un comedor popular. Oddy Benítez pasa al menos 12 horas en un autobús con
cuatros woks a cuestas hasta cruzar a Cúcuta, donde prepara y vende salsas, y
compra productos asiáticos para revender en Venezuela. Yolimar Galvis atraviesa
el puente para que sus gemelas de dos años, que carga en brazos, sean vacunadas
en Colombia. Los hijos de Juan Gamboa cruzan diariamente el paso binacional, de
madrugada, vistiendo sus uniformes escolares para ir a la escuela en el país de
sus abuelos. Tiany Piñeros atraviesa el puente con su bebé de un año, y su vida
empacada en unas cuantas maletas, para dejar atrás a su Punto Fijo natal e irse
rumbo a Quito, Ecuador, donde la espera su esposo.
Todos
estos venezolanos soportan el sol, la brisa arenosa y los empujones mientras
atraviesan los 315 metros del Puente Internacional Simón Bolívar: el mismo que
hace décadas era llamado la “frontera más dinámica de América Latina”, el mismo
que el presidente Nicolás Maduro cerró al paso vehicular hace casi tres años;
el punto donde se cruzan sus historias y las de otras 25.000 personas que pasan
diariamente a pie, huyendo de la crisis que vive una Venezuela desabastecida de
comida, medicinas y futuro.
Este
también es el mismo puente que dos demócratas inauguraron el 24 de febrero de
1962 bajo un toldo a rayas, y con la brisa del río Táchira golpeando el
micrófono en el que pronunciaban sus discursos. Rómulo Betancourt por
Venezuela, y Alberto Lleras Camargo por Colombia, abrieron el paso de la
estructura de hormigón y acero que las dos naciones construyeron. Eran ellos
los mandatarios que habían tomado las riendas de sus países luego de años
dictaduras. El nuevo puente fue un símbolo de apertura e integración porque,
como afirmó Betancourt ese día, la frontera no separaba “ni las ideas ni los
anhelos de justicia”.
Gustavo
Gómez Ardila, secretario general de la Academia de Historia del Norte de
Santander, dice que cuando habla del puente recuerda una frase del escritor
tachirense Pedro Pablo Paredes: “La línea fronteriza no se hizo para dividir
sino para unir”. En su infancia, este experto fue testigo de la Venezuela
próspera de los años 50, que él y su familia visitaban con frecuencia sin
ningún tipo de barrera. Eran los tiempos de una nación que comenzaba a
disfrutar de los réditos del petróleo, con nuevas y modernas vías de
comunicación, con proyectos de infraestructura firmados por arquitectos
afamados y con mostradores repletos de productos Made in USA.
“Siempre
me llevaban mis papás a San Antonio a comprar todo lo de Navidad (...) Uno
tenía la idea de que, a través del puente, llegaba al paraíso, a la abundancia
(...) Los papás de uno decían: ‘si pierde el año, no vamos a Venezuela’. Ir era
un premio y el puente era un punto de unión para llegar a la tierra prometida”,
rememora.
Tomado
de: https://www.dejusticia.org/especiales/cucuta-salida-de-emergencia/puente-simon-bolivar.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico