Por Sergio Ramírez
Hace poco el senado uruguayo
votó por unanimidad una resolución de condena a la represión sangrienta que
sufre Nicaragua. El Frente Amplio que cobija a la izquierda de distintos
matices, el Partido Nacional y el Partido Colorado, de derecha y centro
derecha, y los socialdemócratas, liberales, socialcristianos, todos
concurrieron en reclamar a Ortega “el cese inmediato de la violencia contra el
pueblo nicaragüense”. Durante el debate, el expresidente José Mujica, al
referirse a los cerca de 350 muertos de la masacre continuada, dijo unas
palabras que suenan ejemplares: “me siento mal, porque conozco gente tan vieja
como yo, porque recuerdo nombres y compañeros que dejaron la vida en Nicaragua,
peleando por un sueño…y siento que algo que fue un sueño cae en
autocracia…quienes ayer fueron revolucionarios, perdieron el sentido en la
vida. Hay momentos en que hay que decir ‘me voy'”.
Son palabras ejemplares porque
representan lo que siempre he creído son los fundamentos éticos de la
izquierda, basados en ideales permanentes más que en ideologías que se quedan
mirando hacia el pasado. Una postura similar la han asumido partidos y
personalidades de izquierda en España, Chile, Argentina, México, que rechazan
el fácil y trasnochado expediente de justificar la violencia del régimen de
Ortega contra su propio pueblo, echando las culpas al imperialismo yanqui,
según la cartilla.
Es lo que ha hecho el Foro de
Sao Paulo, reunido en La Habana, al emitir una declaración en la que, con
pasmoso cinismo, se rechaza “el injerencismo e intervencionismo extranjero del
gobierno de Estados Unidos a través de sus agencias en Nicaragua, organizando y
dirigiendo a la ultraderecha local para aplicar una vez más su conocida fórmula
del mal llamado “golpe suave” para el derrocamiento de gobiernos que no
responden a sus intereses, así como la actuación parcializada de los organismos
internacionales subordinados a los designios del imperialismo, como es el caso
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)”.
Hay que leer en voz alta a
estos señores reunidos en La Habana la declaración de Podemos emitida en
Madrid: “reclamamos la investigación y el esclarecimiento de todos los hechos
sucedidos durante las movilizaciones, incluyendo la rendición de cuentas ante
los tribunales por parte de las autoridades policiales y políticas que se
hallen responsables de las violaciones de los Derechos Humanos cometidas”.
A un discurso trasnochado lo
acompaña siempre un lenguaje obsoleto. ¿Esta del Foro de Sao Paulo es la
izquierda, o lo es la que representa el pensamiento humanista de José Mujica?
Aquella pesada diatriba nada tiene que ver con la realidad de Nicaragua. Es la
retórica hueca, lejana a todo contacto con la verdad, que se quedó perdida en
las elucubraciones de una ideología fosilizada. En el parque jurásico no hay
pensamiento crítico.
El oficio ético de la
izquierda fue siempre estar del lado de los más pobres y humildes, con
sentimiento y sensibilidad, como lo hace Mujica. En cambio, el coro burocrático
termina justificando crímenes en nombre de una ideología férrea que no acepta
los cambios de la historia. Defender el régimen de Ortega como de izquierda, es
solo defender su alineamiento dentro de lo que queda del ALBA, que ya no es
mucho, tras el fin de la edad de oro del petróleo venezolano gratis, y el golpe
mortal que le ha dado, también desde una posición ética, el presidente Moreno
de Ecuador.
Para entender el lenguaje perverso
de quienes redactaron la resolución del Foro de Sao Paulo, y los sentimientos
de quienes la aprobaron, hay que ponerse la capucha de los paramilitares que
sostienen a sangre y fuego al régimen en Nicaragua, y olvidarse de las
centenares de víctimas, entre ellos niños y adolescentes.
No puedo imaginar a un
ultraderechista aliado del imperialismo yanqui más atípico que Alvarito
Conrado, el niño de 15 años, estudiante de secundaria, que por un natural
sentido de humanidad corría a llevar agua a unos muchachos desarmados que
defendían una barricada en las cercanías de la Universidad Nacional de
Ingeniería, y le dispararon un tiro en el cuello con un arma de guerra. Fue al
mediodía del 20 de abril, muy al inicio de las protestas que ya duran tres
meses. Lo llevaron, herido de muerte, al hospital Cruz Azul del Seguro Social,
y se negaron a atenderlo. Murió desangrado. Alvarito es hoy un icono, con su
sonrisa inocente y sus grandes lentes. Agente del imperialismo, conspirador de
la ultraderecha empeñado en derrocar a un gobierno democrático de izquierda. La
izquierda jurásica.
Sergio Ramírez es
escritor y Premio Cervantes 2017
27-07-18
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