Por Carolina Gómez-Ávila
Durante la absurda campaña
presidencial de Henri Falcón (absurda porque accedió a participar en una
competencia que sabía perdida al no contar con el apoyo de la coalición
opositora) sus operadores de opinión aislaron a todos los venezolanos que no le
apoyamos en el compartimiento estanco del abstencionismo.
Aunque siempre he opinado y
actuado en contra del abstencionismo, no me ocupé demasiado del asunto antes
del 20 de mayo porque estuve aportando propuestas concretas a la opinión
pública en favor de acuerdos unitarios y, cuando vi fracasar mis intentos, me
ocupé en hacer ver que la jugada de Avanzada Progresista era contraproducente
para el objetivo que todo opositor persigue (aunque no todos del mismo modo):
cambio de Gobierno.
Pero regreso al tema porque,
salvo sorpresas, presumo que la situación será la misma para las elecciones del
9 de diciembre y la etiqueta es perniciosa incluso para quienes nos la quieren
estampar. Podría quedarme en lo más grave: que “Abstencionismo o Avanzada
Progresista” es una fórmula falaz para manipular a quienes no se acostumbraron
a matizar sus opiniones encontrando argumentos válidos para sustentarlas. Pero
me parece que soy más útil si, en cambio, planteo algunas reflexiones sobre el
abstencionismo hechas tras unas pocas consultas al Diccionario de Política
dirigido por Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino y al
Diccionario Electoral CAPEL publicado por el Instituto Interamericano de los
Derechos Humanos, material que pongo a la disposición de quien lo solicite.
En la entrada correspondiente
al lema “Abstencionismo” del primer diccionario citado, se diferencian sus
causas “[…] en dos grupos de variables: por un lado las variables individuales,
psicológicas; por el otro, las variables de grupo, políticas y
sistemáticas”. Las individuales y psicológicas que caracterizan al
abstencionista son “[…] ante todo, bajo nivel de instrucción; en segundo lugar,
sexo femenino; en tercer lugar, de edad avanzada o muy jóvenes”. Antes de
pasar a las otras, por favor evalúe si no son estos los atributos que le hacen
sentir presión por decidir cada vez que los operadores de opinión de Avanzada
Progresista le aplican la falacia del falso dilema. Las otras -las de
grupo, políticas y sistemáticas- serían, en orden de influencia: el tipo de
consulta electoral, la competitividad de las elecciones y la naturaleza
del sistema partidista y de las organizaciones políticas.
Sabemos que la abstención
suele ser menor en las elecciones que se consideran más importantes
(históricamente, la participación en las presidenciales suele ser mayor que en
las municipales) así que la insistencia en postularse otra vez en diciembre sin
el apoyo de la coalición, anuncia una tempestad que por lo devastadora, larga y
sangrienta (en sentido figurado, espero) podría considerarse zamorana.
Me detendré en las dos
variables que encuentro capaces de enfrentarnos: Por un lado “la
competitividad de las elecciones (o sea la importancia de la puesta en
juego y la incertidumbre del éxito)”, motivo que recoge claramente el reclamo
de “elecciones libres y justas” al que tanto me he referido en este espacio y
que ha movido a los partidos políticos que todos reconocemos como opositores a
no postular candidatos, dejando a los electores sin opciones por las cuales
votar aun si quisieran. Por el otro, “la naturaleza del sistema partidista y de
las organizaciones políticas (grado de presencia y de asentamiento social)” que
produce abstención en protesta para rechazar a ese mismo sistema o a los
partidos que lo componen, independientemente de si estos postulan o no
candidatos; aquí están los anarquistas, los antisistema de izquierda y derecha,
los antipolíticos y los “abstencionarios” (este adefesio del idioma identifica
a un movimiento surgido en España -que es una monarquía parlamentaria- para
describir a quienes se abstienen de participar en elecciones por motivos que no
se pueden comparar con los que podríamos tener en nuestro país, por cierto) y
todos tienen en común que apoyan la práctica de la abstención sin importar lo
que propongan los partidos políticos.
Claro que la falta de
competitividad puede motivar a la abstención del elector por decisión
individual pero también puede ser inducida si un bloque relevante de partidos
toma la decisión de no postular candidatos. Y este caso refleja a una porción
importantísima del electorado opositor cuya existencia es negada tanto por
quienes están dispuestos a votar como por los abstencionistas de choque,
contrarios al sistema o a los partidos políticos.
No encontré en los
diccionarios citados la expresión “huelga electoral” que he escuchado usar a
Henry Ramos Allup para calificar la negativa de los partidos políticos a
participar en alguna cita electoral (y que él mismo tachó de error en una
retrospectiva de las parlamentarias de 2005 pero le hace bis en 2018). La
considero mucho más adecuada para describir el hecho -y sus consecuencias- como
la protesta legítima de los partidos contra las ilegalidades electorales y no
como una protesta del pueblo contra el sistema de partidos múltiples o contra
los partidos en sí, pues estos son los garantes de la democracia.
Aunque la huelga electoral,
bien sea por solidaridad del electorado con sus motivos o por ausencia de
opciones reales, produce idéntico resultado que el abstencionismo, exige una
interpretación muy distinta: que acompañamos a nuestros partidos políticos en
su protesta contra la falta de competitividad y nos negamos a participar para
fortalecer sus reclamos pero que volveremos en masa a los centros de votación apenas
ellos levanten su huelga electoral.
Lo que deberá ser pronto si
están conscientes del riesgo de que la población, que en general no discrimina
estas cosas, convierta su abstención por apoyo a los partidos en una en contra
de los mismos.
21-07-18
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