Por Mario Villegas
La lucha de las enfermeras y
los enfermeros es la lucha de todo el pueblo venezolano por mejores condiciones
de trabajo, de salud y de vida. Ellos son hoy la expresión activa y combativa
de una sociedad que sufre sus mismas calamidades y que está llamada a
movilizarse pacíficamente en demanda de soluciones urgentes a una crisis
multidimensional que condena al hambre y la miseria a la inmensa mayoría de los
ciudadanos.
Si en tiempos normales los
profesionales de la enfermería realizan un trabajo abnegado y digno de
reconocimiento, ser enfermera o enfermero en los tiempos oscuros a los que nos
confinó el socialismo del siglo XXI constituye prácticamente un martirologio.
Aparte de que para sobrevivir
deben realizar larguísimas jornadas diarias en dos o más empleos, con turnos
diurnos y nocturnos que incluyen hasta los fines de semana, reciben de los
peores salarios que la administración pública dispensa a sus trabajadores.
Se trata de mujeres y hombres
que han recibido adecuada formación académica, teórica y práctica, para manejar
con eficacia y responsabilidad el cuido y tratamiento de personas necesitadas
de atención especializada en salud. Y son, si se quiere, la cara y el recurso
de solución más inmediata que los hospitales y clínicas, tanto públicos como
privados, presentan a sus pacientes y los familiares de estos en medio de la
gravísima crisis que padece hoy nuestro sistema de salud en todas sus esferas.
Que estos profesionales, cuya
inmensa mayoría son mujeres, se hayan declarado en huelga y echado a la calle a
reclamar sus legítimos derechos y reivindicaciones, así como soluciones a los
problemas del sistema de salud, revela el grado de miseria al que han sido
condenados por las depredadoras y hambreadoras políticas públicas de la
autodenominada “revolución bonita”.
Pero la situación de las y los
enfermeros es apenas la punta del iceberg del gigantesco malestar que vive el
pueblo venezolano. Son también los profesores y trabajadores universitarios,
los maestros, los funcionarios y obreros de la administración pública, los
bomberos, los efectivos policiales, los profesionales y obreros de las empresas
básicas de Guayana, los trabajadores de la industria petrolera, de la industria
eléctrica, de las telecomunicaciones, los pensionados y jubilados, lo mismo que
los trabajadores del sector privado en todas las ramas de actividad económica,
quienes se encuentran sometidos por igual a la pulverización de sus salarios. Y
qué no decir de la desesperada situación que aqueja a los numerosos
desempleados, a los indigentes y a los niños de la calle, todos en escandaloso
número y gravedad creciente.
La situación de los
profesionales de enfermería es, en buena medida, la misma que vive la inmensa
mayoría de los venezolanos.
Razones para protestar sobran
en la roja-rojita Venezuela petrolera. Y las enfermeras y los enfermeros lo
están haciendo de manera ejemplar: en unidad, sin distingos ni interferencias
partidistas, pacíficamente y sin incurrir en guarimbas ni en excesos o
provocaciones que generen violencia o afecten a la comunidad.
La lucha del gremio de
enfermería se enmarca perfectamente dentro de la línea democrática, pacífica y
constitucional que debe signar las acciones populares en demanda de soluciones
urgentes a la destrucción del aparato productivo y a la pavorosa hiperinflación
a que han conducido las erráticas políticas gubernamentales.
Por supuesto que la solución
definitiva a la crisis multidimensional que atraviesa Venezuela es un cambio en
el modelo político y económico que rige en el país, cambio que el 20 de mayo
pudo haber sido y no fue gracias a una abstención electoral que le dio oxígeno
a Nicolás Maduro por varios años más. Pero no se les puede pedir a las
enfermeras y enfermeros, ni a ningún sector de los trabajadores del país, que
se abstengan de luchar por sus derechos y se crucen de brazos a esperar un
cambio de gobierno.
Ellos tienen todo el derecho
del mundo a demandar de las autoridades sus legítimas reivindicaciones
salariales y la urgente dotación de insumos básicos para la elemental atención
a los pacientes de los centros públicos de salud.
Queda claro, eso sí, que la
lucha pacífica de los trabajadores de la salud y demás movimientos sociales
exhibe en su grotesca dimensión el rotundo fracaso del “Socialismo del Siglo
XXI” y la incapacidad de la cúpula gobernante para conducir los destinos de la
república.
23-07-18
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