Humberto García Larralde 30 de julio de 2018
El
reciente anuncio de Nicolás Maduro de reducir cinco ceros a la moneda actual y
respaldar la denominación resultante –el “bolívar soberano”—con el “petro”,
representa una irresponsabilidad descomunal como respuesta a la hiperinflación.
Más cuando, porfiando una vez más en la estúpida cantaleta de una “guerra
económica” –¡hasta cuando!—, obvia deliberadamente la instrumentación de las
medidas requeridas para acabar con tan terrible mal.
A
estas alturas es imposible desconocer que la trágica hiperinflación que
padecemos los venezolanos se asocia a la explosión de la liquidez monetaria,
alimentada por la emisión vertiginosa de dinero sin respaldo por el Banco
Central de Venezuela. Desde que Maduro asumió la presidencia el dinero en poder
del público se ha incrementado unas 2.500 veces, pero la provisión de bienes y
servicios se ha contraído en más de un 40%. Tan enorme brecha entre demanda y
oferta se ha “nivelado” con el alza acelerada de los precios. Nadie puede ser
tan bruto como para creer que dividiendo por 100.000 tanto a la oferta como la
demanda –ambos lados de la ecuación–— este desequilibrio desaparecerá, dando
lugar a la estabilidad de precios. En lo que va de 2018, la liquidez se ha
expandido más de 21 veces, mientras sigue reduciéndose la producción e
importación de bienes y servicios.
¿Por
qué Maduro no rectifica? Ya lo hemos comentado muchas veces. Poderosos
intereses impiden desmontar los controles, las regulaciones y los mecanismos
discrecionales de intervención facilitados por la destrucción del Estado de
Derecho, pues constituyen la fuente de sus meteóricas fortunas. Esa vorágine de
despilfarro, de expoliación de PdVSA y de la economía en general, de
destrucción de las capacidades de sustento del país –en fin, de robo
descarado–, impiden cuadrar las cuentas del Estado. Lejos de proceder a poner
orden en la casa, acabar con las corruptelas y restablecer la supervisión de
poderes autónomos que manda la Constitución, la oligarquía depredadora ha
recurrido a la emisión monetaria del BCV para sostener su gasto desenfrenado y
financiar aumentos salariales y bonos especiales que inmediatamente se hacen
agua ante la hiperinflación para mantener la ficción de ser “revolucionarios”
que defienden al pueblo.
En
tales condiciones, el efecto del nuevo cono monetario “soberano” se verá
anulado prontamente. El Fondo Monetario estima posible una inflación de
1.000.000% este año. La capacidad real de compra del billete de mayor
denominación –500 Bs.S., equivalente a Bs. 50.000.000 de los actuales
(¡fuertes!)– quedará reducida 10.000 veces con relación a comienzos de año. Y,
ante la inseguridad referente a la instrumentación del nuevo cono –¿cuántos
billetes serán introducidos el 20 de agosto? ¿Cuál es el lapso para el
reemplazo de los antiguos billetes? ¿Cómo quedará el pago de todos aquellos
bienes y servicios cuyos precios hoy son inferiores a Bs. 100.000?—es de prever
penurias aún mayores. La pretensión de evitar tal envilecimiento de la nueva
emisión “anclándola” en el “petro” –una moneda inventada en la cual nadie
confía, supuestamente respaldada en petróleo no producido–, es una cruel burla
de Maduro.
Los
desafueros del (des)gobierno militar civil están acabando literalmente con la
vida de los venezolanos. Hasta comienzos de julio, el salario mínimo integral
vio reducida su capacidad adquisitiva en más del 80% con respecto a diciembre
de 2017. Son legión los relatos de muertes evitables por no conseguir los medicamentos
requeridos, por la desnutrición extendida y por la inseguridad asociada a la
anomia y la descomposición. La emigración de millones de Venezuela en búsqueda
del sustento que Maduro les niega es la otra cara de semejante tragedia.
Lamentablemente,
no basta con la denuncia. No hay base
alguna de “entendimiento” con el Madurismo para una salida consensuada a la
misma, pues éste ha quemado sus naves al desconocer las atribuciones de la
Asamblea Nacional, “elegir” tramposamente una “asamblea constituyente”,
“relegir” a Maduro, y premiar a militares señalados de narcotráfico y de
violación de derechos humanos con altos cargos en el estado, todo bajo la
anuencia de un tsj abyecto: se ha colocado más allá de toda posibilidad de
retorno.
Estamos
bajo el poder de mafias, muchas provenientes de estamentos corruptos del mundo
militar, bajo asesoría y complicidad cubana, atrincheradas detrás del
terrorismo de Estado para evitar su desalojamiento del poder. Se “justifican”,
en la más pura tradición fascista, construyendo falsas realidades con base en
la repetición ad nauseam de clichés y simbolismos maniqueos que alimentan un
espíritu de secta refractaria a todo razonamiento. El refugio en estas
“verdades reveladas” sirve de ariete para reprimir a toda protesta y
“legitimar” las mayores crueldades, absolviendo a los maduristas de todo
sentimiento de culpa.
Es
menester destruir las bases de sustento de semejante horror. Las sanciones
internacionales a los mafiosos más connotados ayudan, pero no son suficientes.
La reconstrucción de una nueva unidad de las fuerzas democráticas en torno a un
proyecto de país alternativo, que hagan suyo la inmensa mayoría de los
venezolanos, y que se apoye en los reclamos que a diario hacen para garantizar
su sobrevivencia, es imperioso para resquebrajar la complicidad militar en el
régimen de expoliación implantado. Ello es imprescindible para liberarnos de
esta tragedia.
¿Es
que todos los militares son fascistas? ¡Hasta cuando!
Humberto
García Larralde
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