Por Henrique Capriles
Yo soy un convencido de que la
educación es uno de los vehículos fundamentales para salir de la crisis, sin
embargo hay preguntas que hacemos con la intención de medir las consecuencias
de esta crisis que estamos viviendo y con la intención de que las respuestas
nos hagan la reflexión inmediata sobre la urgente necesidad de unirnos y seguir
buscando una solución juntos, porque se trata de la salvación de un país y de
su gente. Una de esas preguntas es ¿Qué significa ser un niño hoy en
Venezuela?.
¿Qué hacer con las
generaciones que están en etapa escolar y sus profesores ante la crisis se
están marchando del país? ¿Qué hacer con cientos de miles de niños a quienes
hoy sus padres no pueden mandar a clases porque no tienen cómo darles de comer
ni dinero para el pasaje?
¿Cómo influirá todo esto que
están viviendo nuestros niños en su futuro y en el de nuestra Venezuela?
Hay datos que tienen que
conocerse, que los venezolanos tenemos que tener presentes con la intención de
que luchemos por cambiarlos.
Empecemos por un solo
indicador. Existe un Índice de Peligros para la Niñez, registrado por una
organización internacional llamada Save the Children, que se hace público cada
año, con el objetivo de definir el contexto global que viven los niños en el
mundo.
Evalúan indicadores como la
mortalidad de menores de cinco años de edad, malnutrición, deserción escolar,
trabajo infantil, violencia extrema y embarazo adolescente, entre otras
variables.
Al leer a analistas
responsables y serios, como Fernando Pereira de CECODAP y consultar las fuentes
originales de los datos de ese Índice, es alarmante ver cómo nuestros niños
están perdiendo una de las etapas vitales más importantes y el gobierno no está
haciendo absolutamente nada para cambiarlo.
Estamos ubicados en el puesto
129 de 175 países evaluados: ser niño en Venezuela hoy en día significa crecer
en uno de los cinco países más peligrosos para los menores de edad en toda
América Latina y la región del Caribe.
Y esa no es la peor de las
noticias del Índice de peligros para la niñez: resulta que nuestra tasa de
homicidios de niños y adolescentes anual es de 26,9 por cada 100 mil
habitantes, basándose en cifras entre 2012 y 2017. Es decir: en Venezuela
tenemos la cifra más elevada del mundo entero. Estamos por encima de países
como Siria y otras naciones donde se viven conflictos bélicos terribles.
Es para ponerse a llorar de
puro dolor y vergüenza. Y el gobierno no sólo pretende ocultarlo: no hace nada
por conseguir reparar el enorme daño del cual es el único culpable.
Fernando Pereira también
señala algo importante sobre el Índice de Peligros para la Niñez: al referirse
a Venezuela, advierten que hicieron el levantamiento sin evaluar la data de
trabajo y explotación infantil, entre otras variables. Es decir, la situación
de nuestros niños sin duda alguna es mucho peor.
Sumemos a esto que Cáritas de
Venezuela alertó tener documentados casos de intercambio sexual por comida en
caseríos y otras áreas rurales del país. En su mayoría madres desesperadas,
mujeres de regiones donde antes se sembraban y se producían alimentos para
alimentar al país entero.
Y una alarma que nos pone
incluso por detrás de países africanos con crisis históricas: la Sociedad
Venezolana de Infectología denunció que un 70% de los niños y adolescentes con
VIH no cuentan con antirretrovirales ni hay tratamiento para la prevención de
la transmisión vertical para las embarazadas.
Son datos que deben despertar
en nuestra alma política la indignación y la urgencia por hacer algo para que
los responsables de esto asuman su culpa y paguen las consecuencias. Porque a
todo esto hay que sumarle una tristeza que nunca antes habíamos vivido.
Según lo que en UNICEF definen
como un cálculo prudente, se estima que en el mundo hay casi cincuenta millones
de niños que han tenido que atravesar las fronteras de su país y desplazarse
por fuerzas mayores. Y las principales razones detrás de estos desplazamientos
son el hambre, la violación de derechos básicos, la violencia y la inseguridad.
Estamos hablando de cincuenta
millones de niños que son categorizados como desplazados, migrantes o
refugiados, pero en el fondo no son sino eso: niños.
Venezuela nunca aparecía en
esas estadísticas. Hasta ahora.
La desgracia del modelo
político que tiene dos décadas destruyendo nuestro país nos ha llevado a estas
cifras inéditas y crueles.
Interioricemos esto: hoy
existen niños venezolanos que viven en condición de desplazados, porque las
consecuencias de la corrupción y las políticas erradas de todos estos años nos
han llevado al extremo de tener índices de guerra.
Y así como los niños no tienen
la culpa de las guerras ni de la violencia, tampoco tienen la culpa de las
políticas erradas ni de la crueldad de un gobierno que ha decidido llegar a
cualquier cosa por evitar salir del Poder.
Incluso dejar morir a sus
niños: dejar morir de hambre y de enfermedades a nuestro futuro.
No tienen la culpa, pero están
sufriendo todas las consecuencias.
Las políticas de este
gobierno, la corrupción y la impunidad está despojando a nuestros niños de su
inocencia y han convertido en un infierno su niñez. Es parte de la visión de
Miraflores para atornillarse en el Poder: rompernos el futuro, fracturar la capacidad
para imaginar, matarnos la esperanza.
Hoy, que se celebra el Día del
Niño, recordemos nuestra infancia y pensemos en cómo toda una generación está
corriendo el riesgo de no tener otro recuerdo que el hambre, la miseria, el
abandono.
Y es por eso que cada uno de
estos niños debería ser razón suficiente para la lucha. Una razón poderosa para
poner a un lado el odio y asumir la responsabilidad de sacar a Venezuela
adelante. ¿Cómo? ¡Con Educación, mucho compromiso y trabajo!
Yo sé que a algunos críticos de
oficio les molesta que yo insista tanto en la Educación como vital
transformador que nos conduzca al país que merecemos los venezolanos.
Sin embargo, después de leer
estos datos e intentar digerirlos, díganme si existe alguna urgencia más grande
que devolverle a nuestros muchachos el derecho a vivir una infancia en la que
aprendan y vivan felices su crecimiento.
Díganme si no es desde las
escuelas y con las maestras que podemos asegurarnos de que quienes hoy viven su
infancia con hambre y miseria sepan que hay gente buena y formada, capaz de
imaginar un futuro que los incluye.
Díganme si no es urgente
pensar y articular la manera de salvar una generación que parece condenada a
perder su infancia.
A todos. Sin distinción.
Asegurándonos de que nunca más un niño venezolano se quede atrás.
Esa es la razón de nuestra
lucha: unirnos y convertir en una realidad la idea de que Venezuela sea un
lugar donde traer un niño al mundo no sea una locura, donde la salud y la
alimentación de cada muchacho esté asegurada, donde la capacidad para imaginar
sea estimulada por los líderes porque, hablando del liderazgo político, no hay
excusa válida para la fragmentación y la ausencia de un plan frente a todo el
horror descrito en estas líneas.
Cada día que pasa el país se
hunde más y vemos cómo la política pierde sentido para la gente. Seguir en la
disputa por protagonismo o cálculos personales raya en la estupidez y en la
desconexión con el país al igual que la tiene el Gobierno. La política no es
tampoco un show ni debe limitarse a videos con consignas vacías sin plantear
claramente cuáles son las soluciones. Debemos asumirla con seriedad y
responsabilidad y especialmente ser sinceros con la gente. Yo por mi parte haré
todo lo que esté a mi alcance para que haya unidad y una agenda que ponga –
como siempre ha sido mi visión – a los venezolanos primero.
¡Dios bendiga a nuestros niños
venezolanos y al futuro que tenemos que construir con ellos y para ellos!
22-07-18
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