Juan Guerrero 20 de julio de 2018
@camilodeasis
En la
Venezuela del siglo XXI nadie está a salvo del empobrecimiento.
Es que
si puedes acceder a las tres comidas al día, no puedes seleccionar lo que
quieres comer. O si tienes el poder adquisitivo para hacerlo, te topas con la
complejidad para adquirirlos. Y si puedes hacerlo, caes en el riesgo de la
inseguridad, donde te están vigilando para secuestrarte.
Esto
ocurre en el sector más alto de la escala social, que representa algo así como
el 8 a 9% de la población. El resto, cerca del 91%, contempla ya sin asombro como cae en la
turbulencia del empobrecimiento generalizado.
Es que
la pobreza no solo está vinculada con los episodios de falta de alimentación y
medicinas. La pobreza va desde esos ángulos materiales, físicos, que marcan la
humanidad de quien la padece, por hambre, hasta lo más espeluznante: La soledad
y el silencio ante el padecimiento, la entrega, tanto por inacción física para
responder, como el esconderte y quedarte en silencio mientras mueres de mengua,
espiritualmente.
Por
estos días ya se comienzan a observar las huellas y pisadas de quienes nada,
absolutamente nada poseen, salvo arrastrar su desnudo y esquelético cuerpo. Vi
la fotografía de una mujer desnuda quien se acercaba al mostrador en una
panadería, -creo en Valencia o Maracay- pidiendo pan. Total y esqueléticamente
en cueros. La misma imagen pude observar semanas atrás. Pero era la de un
hombre sentado a la orilla de una acera en una calle venezolana. Estaba también
desnudo.
Ya se
ven hombres, mujeres, ancianos y niños deambulando en grupos por las calles
venezolanas mostrando carteles donde indican, por piedad, que les donen
zapatos, ropa, comida. Otros duermen en las estaciones de gasolina. Ya la gente
no pide dinero.
Esta
es la pobreza de la Venezuela bonita. La misma pobreza se observa en los
centros educativos, donde día a día las renuncias y los abandonos de cargos se
multiplican. Los rectores, decanos y directores de escuelas y centros de
investigaciones lo vienen alertando: la universidad venezolana se está quedando
sola. El vicerrector de la Universidad de Los Andes, Ángel Andara, lo advierte:
“El servicio bibliotecario decretó crisis catastrófica” ( @angelandara ).
Por su
parte, el director del Consejo de Desarrollo, Científico, Humanístico,
Tecnológico y Artes (CDCHTA), Dr. Alejandro Gutiérrez, indicó que su centro
apenas cuenta con 3 dólares para proyectos de investigación. La emergencia
universitaria se agrava con la partida de personal, como en el Decanato de
Ciencias Forestales, donde 150 vigilantes dejaron de trabajar por los bajos
sueldos que no permiten la subsistencia.
Esto
es empobrecimiento del Alma Mater venezolana. Pero si alguien cree que puede
estar a salvo, observe el área sociosanitaria pública venezolana. Las
enfermeras, médicos y demás personal administrativo y de servicios, mantienen
una protesta que ya lleva más de 3 semanas. Las áreas de todos los centros
sanitarios venezolanos son completamente antihigiénicos. Muchos han tenido que
ser clausurados y cerrados por medidas de seguridad. En varios hospitales se
han generado brotes de contaminación por bacterias hospitalarias, con la carga
de muertos, generalmente niños. Lo que queda del área médica nacional, la
medicina privada, no puede atender la creciente población que asiste por
emergencia y citas médicas. Pronto entrará en colapso por insuficiencia de
mantenimiento preventivo de sus áreas, equipos, materiales y suministros.
Todas
las áreas de servicios públicos nacionales, agua, electricidad,
telecomunicaciones, transporte, gas, aseo urbano, servicios de emergencia como
bomberos y tránsito, así como las de seguridad ciudadanas, no funcionan o están
colapsados.
Venezuela,
hoy, es una nación similar a un área de guerra o que ha sufrido un severo
terremoto. Esto no es cuento ni mal chiste. Los especialistas que están
monitoreando la crisis venezolana, como el grupo de economistas que lidera el
profesor Ricardo Hausmann, director del Centro para el Desarrollo
Internacional, de la Universidad de Harvard, vienen advirtiendo sobre el
peligro que representa para los países de la región latinoamericana, seguir
permitiendo que Venezuela acelere su colapso socioeconómico. Si para 2017
todavía se podía recuperar el país con inversiones sobre los 60 mil millones de
dólares, hoy ya eso no es posible.
A
partir del segundo semestre del presente año, Venezuela no puede salir de este colapso
económico, sola. La república necesita, tanto de donaciones de entes externos,
entrada de asistencia de emergencia humanitaria, como de inversiones
progresivas que a mediano plazo permitan a un nuevo gobierno, hacerle frente a
las enormes erogaciones por los préstamos que reciba.
Su
principal fuente de ingresos, la industria petrolera, está prácticamente
paralizada. Bien por la obsolescencia de sus equipos o por lo más terrible y
doloroso: su personal calificado se ha ido. Ocurre igual en SIDOR, VENALUM,
ALCASA, MINERVEN, LÁCTEOS LOS ANDES. Estas y otras empresas del Estado, están
siendo gerenciadas por personal militar que nada saben sobre estos delicados y
complicados procesos industriales.
Venezuela,
hoy, es un territorio con una población total y absolutamente empobrecida.
Nadie escapa a este doloroso y dramático espectáculo de pobreza generalizada.
Creo que la única posible salida, rápida, traumática y visiblemente sangrienta
es la confrontación definitiva contra la pandilla delincuencial, quienes
detentan el poder, contando con el auxilio humanitario externo que sirva de
asistencia de emergencia a la población civil.
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