Por Tomás Páez
La alarma migratoria vende,
escribió alguien de quien no logro acordarme. Unos abultan los datos para
infundir terror entre los ciudadanos, y como pretexto para interrumpir el flujo
migratorio, y otros porque creen que de ese modo se hace más patente el
deterioro de las condiciones que explican por qué los ciudadanos emigran.
Aunque por motivos distintos, ambas posturas coinciden en la necesidad de frenar
la movilidad humana: para evitar la fuga de cerebros y que los países menos
desarrollados financien a los de mayor desarrollo, o para impedir la mezcla
cultural y racial que afecta el desarrollo de estos últimos países, o para
evitar el “robo” de empleos.
La alarma también es
cualitativa, alude a los epítetos, muchos de ellos despectivos, con los que se
caracteriza a la diáspora. Hay quienes la catalogan como integrada por
violadores, portadores de enfermedades y de destrucción. Esos rasgos no definen
a las diásporas, por más que se intente, pues la realidad es que es un fenómeno
mucho más individual, complejo, multifactorial y plural. Esos apelativos,
además de inútiles, son perjudiciales para la interacción humana.
Un claro ejemplo de lo que ese
alarmismo vende lo encontramos en las displicentes afirmaciones hechas por los
voceros de la dictadura venezolana, que cifra en 6 millones el número de
colombianos en Venezuela. Lo dicen con desparpajo, a sabiendas de la
inexactitud del dato y de su falta de asideros empíricos. Un análisis más
concienzudo y responsable, llevado a cabo por especialistas de ambos países,
confirma que en realidad el dato real es menos de un tercio de ese número.
Un alarmismo similar
experimenta el dato de la diáspora venezolana. Solo basta con recorrer la
información de prensa de los dos últimos años para hallar las inconsistencias y
la forma como se inflan los números. Nuestra contribución a esclarecer la
situación es la información que hemos recabado en el Observatorio de la Diáspora,
cuyos registros se extienden por más de 90 países y centenares de ciudades y,
como siempre aclaramos, no se trata de un censo.
La cuantificación y
caracterización de la diáspora es un dato de mucho interés para fines
electorales y para defender su derecho político como ciudadanos en todo el
mundo. Es además importante para conocer las magnitudes de los problemas que
este régimen ha causado a jubilados y pensionados, a los refugiados y
solicitantes de asilo, a los niños y jóvenes que la dictadura ha convertido en
“apátridas” porque les niega el acceso a los documentos de identidad.
La forma como se mira el
fenómeno de la diáspora signa el sentido y el alcance de la política que se
elabore para articularse a ella. Por esta razón adquiere sentido analizar el
“alarmismo” con el que se aborda el tema migratorio, que en sí mismo carecería
de interés si de ello no derivaran consecuencias políticas que han colocado a
las diásporas como una de las prioridades de la agenda política global.
De un modo irreflexivo,
gobernantes y partidos políticos alientan la xenofobia con discursos, llenos de
falacias, que crean realidades y actitudes intransigentes y que propician
políticas públicas excluyentes y desintegradoras. Convierten la inmigración en
un arma política para obtener votos y la identifica como la responsable de los
problemas existentes y por venir. Desde esta forma de mirar la diáspora se
erigen las políticas del cierre de fronteras, construcción de muros y vallas,
se cierran puertos y se crean campos de inmigración. Asumen, quienes así
piensan, que existe una raza y una cultura superior y distinta.
Otra mirada extrema del
fenómeno de la diáspora es la que la concibe como una especie de despojo
mediante el cual los países de mayor desarrollo relativo se aprovechan del
capital humano formado en los de menor desarrollo, privando a estos últimos del
know-how que les impide progresar.
Estos extremos se tocan, pues
para ambos la movilidad humana es perjudicial; para unos el daño se causa en el
país receptor, y para otros, en el país de origen. Quienes ven con miedo el
arribo de nuevos inmigrantes enaltecen su “nacionalismo” y “patriotismo”,
promueven la hostilidad y siembran el miedo al inmigrante con los siguientes
argumentos: desplazan a los trabajadores del país, ponen en riesgo la seguridad
nacional, deterioran las ciudades a las que llegan que convierten en
regiones del Tercer Mundo y además en el país no cabe un extranjero más. Les
piden y exigen que se larguen del país en el que viven con sus hijos.
Veamos algunos datos y
evidencias empíricas que contradicen las posturas que hemos apuntado en los
párrafos previos. Los estudios del Banco Mundial calculan que si los países
ricos admiten un incremento de 3% de la fuerza de trabajo a través de la
flexibilización de los procesos migratorios, ello arrojaría beneficios que la
institución cifra en más de 300.000 millones de dólares. La diáspora dinamiza
el consumo y la inversión. Otros estudios realizados por la institución en
torno al papel de las remesas muestra que son la mayor fuente de financiamiento
de los países en desarrollo, mucho más que la inversión extranjera directa, y
supera en más 2 veces el financiamiento que proviene de la ayuda internacional.
Además, los citados informes
añaden que este instrumento es más confiable en la medida en que hay una
persona tras cada envío, y que las remesas son contracíclicas; a diferencia de
los grandes inversionistas, tienden a crecer cuando las condiciones del país de
origen empeoran. Las remesas también juegan un importante papel en los pequeños
negocios. En los países de origen, estos se sostienen gracias a los recursos
que reciben por este medio. La experiencia venezolana confirma estos hallazgos.
Las remesas que enviaban los inmigrantes que el país recibió permitieron a familiares
y amigos de estos, en sus países de origen, mejorar sus condiciones de vida,
estudiar y recibir los regalos de Navidad o del Día de Reyes.
Además, el cierre de fronteras
es contrario a la libertad de mercado y la diáspora ha aumentado en la medida
en que el mercado se ha hecho más global. Asimismo, los inmigrantes, con
independencia de su calificación, son un activo y no una carga. En países como
España ha significado un rejuvenecimiento de la fuerza de trabajo y una
garantía para la sobrevivencia del Estado de bienestar. Como ya dijimos,
dinamizan el consumo de bienes y servicios y muchos emprenden, creando riqueza
y empleo en el país receptor.
Venezuela, parafraseando a J.
F. Kennedy en su reflexión sobre la inmigración a Estados Unidos, fue un país
referencia y cobijo para los oprimidos del mundo e, igual que Estados Unidos,
se benefició de todos los aportes que hicieron las sucesivas oleadas
migratorias provenientes de Europa y Latinoamérica. Esta práctica de brazos
abiertos es la consecuencia de concebir al migrante no como una carga sino como
un aporte, como un ser humano al que es necesario integrar en el país de
acogida.
Son tantos los beneficios en
todos los planos que cuesta entender las propuestas diseñadas para impedir el
flujo migratorio entre fronteras. La apertura de finales de la década de los
ochenta en Latinoamérica confirma que la libertad de movimiento de bienes y
servicios se fortalece cuando se facilita la libertad de movilidad del know-how
que produce esos bienes y servicios. Compartimos la afirmación de Robert Guest,
quien sostiene que la diáspora contribuye a disminuir la pobreza global.
En el otro extremo se ubican
quienes ven la migración como fuga y, por ende, destrucción de un país que se
priva de ese capital humano. El estudio de Oded Stark sobre este tema es muy
elocuente. Afirma que la diáspora puede impulsar las habilidades y competencias
más que deprimirlas en el país de origen. Además, quien emigra no solo aporta,
también adquiere nuevas habilidades, competencias y posibilidades de acceder a
tecnologías e infraestructuras inexistentes en el país de origen.
El migrante vive entre el país
de origen y el de acogida, entre dos culturas, entre dos o más lenguas, dos
formas de relacionarse. En el país de acogida debe reinventarse y todo ello
exige un grado de apertura a la nueva realidad, a las nuevas instituciones, a
las nuevas tecnologías e ideas. Quien migra se mueve, circula, en palabras de
Anna Lee Saxenian: los migrantes van y vienen. En ese movimiento, en ese ir y
venir, utilizan su nuevo know-how, sus redes y recursos para desarrollar
iniciativas, proyectos y para emprender negocios en ambos países. Esto no será
posible mientras persistan las actuales circunstancias de Venezuela o se verá
reducido a los contactos mínimos que puedan sobrevivir: hay que tener presente
que la mano represora del socialismo convierte la interacción humana en un
“sálvese quien pueda” y en un “todos contra todos”. Por ello el conocimiento y
la tecnología retroceden, involucionan, pues el conocimiento solo puede avanzar
en contextos de cooperación y competencia. Un ejemplo es la ciudad de La
Habana, el centro de decisión de Venezuela, el mejor museo del automóvil de la
primera mitad del siglo pasado, y ello porque los repuestos para mantenerlos funcionando
y los recursos para adquirirlos provienen de la diáspora cubana.
27-07-18
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