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martes, 2 de octubre de 2018

Desmitificando la falsa riqueza, por @thayspenalver




Thays Peñalver 01 de octubre de 2018

Si Venezuela fuera una comedia, sin lugar alguno a dudas la puesta en escena sería la de un hombre frustrado sentado en el porche de un rancho destartalado, haciéndose pasar por rico. Pero no, no lo es, ese hombre jamás ha sido rico, por más que se lo hayan hecho creer desde el día en que nació. Y es aquí donde comienzan todas nuestras desgracias, en haber presumido de una riqueza que nunca existió, en hacernos creer que alguien nos debe algo y que además ese alguien es el responsable de nuestro drama personal, sin entender que nosotros como país nos hemos convertido en una tragedia humana. ¿Por qué? Porque somos un pueblo muy pobre, que siempre ha creído que es rico y se comporta con las ínfulas de un rico. Y eso, en si ya es un drama.

Uno de nuestros graves problemas en Venezuela es que arrastramos como cadenas la pobreza, tanto que hasta la enaltecemos en nuestro himno nacional. De hecho, la imagen del rancho va acomodándose en nuestras cabezas desde la niñez y durante la adolescencia, cuando nos obligan a repetir – y hasta celebrar casi a diario – esa invención que le otorga al pobre en su choza, el protagonismo de nuestra libertad. En especial nos ocurre a los caraqueños, porque a donde apuntemos la mirada, nos encontramos con el rancho. Los políticos hablan de los ranchos perpetuamente, los planes son para los ranchos y las nuevas estructuras simulan ranchos no importa si son verticales o empotrados a lo largo de montañas enteras y últimamente, en zonas donde gracias a su edificación, ya perdieron valor los inmuebles que ahí se encuentran. Está claro que lo hicieron intencionalmente, para “ranchificar a la ciudad”, no para educar a quien viene del rancho. No les interesa al pobre educado, les conviene dominarlos y manipularlos.

Pero si hay una palabra realmente despectiva en Venezuela y que forma parte del vocabulario diario, es la palabra rancho, pues a diferencia de chabola que es de origen vasco, usada para identificar una vivienda semejante a una choza en la que vivían los más pobres, la palabra “rancho” nos viene nada menos que de los tiempos de Cervantes, pues era el nombre de las precarias viviendas de los gitanos. Por eso en los ranchos vivían, de acuerdo al padre del Quijote quienes: “nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte” (La Gitanilla, 1613).

La chabola era pues la vivienda precaria de los pobres castizos, pero en los ranchos lógicamente era donde vivía el malandraje, lo más oscuro de la sociedad, los marginados. El rancho acompaña a Venezuela desde la colonia y fue perfectamente definido por José Antonio Páez como una plaga que había que acabar, definiéndolos de la misma manera que lo hiciera Cervantes, cuando dio la orden de atacar el problema contra ese: “número considerable de hombres y familias que viven independientes de la sociedad, ignorados de los magistrados (sin importarles ley alguna), sirviendo de abrigo a los facinerosos en ranchos construidos” (Páez 1828).

Páez envió a la policía para que a toda mujer que viviera en un rancho “y no se le conociera ocupación honesta para subsistir”, fueran enviadas a trabajos forzados “o a trabajar en la casa de algún vecino honrado, por un salario”. Pero los ranchos llevan consigo un problema gigante, el rancho se multiplica abrumadoramente rápido y ya para el Primer Censo de la Nación en 1873, se había aceptado el termino, explicando que el 77% de todas las viviendas eran precarios ranchos y la marginalidad había llegado a tal nivel, que en el censo de 1890 ya el 16% de los asentamientos de Caracas eran ranchos inestables con techo de paja.

Por eso cuando Hugo Chávez, sangrando por la herida contó como sus abuelos vivían en ranchos de la edad de los metales, cocinando en un fogón a la luz de la luna o como él había nacido en un rancho de bahareque, con piso de tierra que se anegaba cuando llovía, sin luz eléctrica y que hasta los doce años tenía que visitar a su otra abuela a lomos de un burro. ¿Quién tenía la culpa de semejante situación?, ¿Los, hasta ese momento, inexistentes demócratas que él tanto despreció?

Chávez creo una retórica para echarle la culpa “a alguien” de su propia pobreza, utilizando al “pobre en su choza”. Dijo que su bisabuelo fue arruinado y humillado, y que lo perdió todo porque un general se lo quitó. Luego dijo que su bisabuela pasó mucho trabajo en la vida porque otro militar “no le reconoció la barriga”, por allá en los tiempos del general Crespo. Si su abuelo se pasó la vida reclamando con los papeles de las propiedades que supuestamente le quitaron, fue porque un coronel en los tiempos de Cipriano Castro decidió robarle sus tierras, si su padre pasó tanto trabajo a lomos de un burro, sin haber conocido al suyo, fue por culpa de Juan Vicente Gómez. Y si Hugo Chávez nació en piso de tierra con techo de paja a dos aguas y por poco se lo traga una serpiente, eso fue en el régimen del dictador Marcos Pérez Jiménez. Pero no había ni por asomo un demócrata a quien echarle las culpas. Sin embargo, él se las echó.

Por eso es necesario establecer de donde venimos. Y debemos comenzar por decir que la verdad es que Venezuela siempre ha sido un país muy pobre y es necesario aclarar que cuando los generales López Contreras, Medina y Pérez Jiménez se marcharon del poder, Hugo Chávez seguía a oscuras en aquella casa de “piso de tierra y techo de paja a dos aguas”, en plena jungla con su radiecito transistor, mientras el primer censo de la democracia revelaba los siguientes datos: “El tipo de vivienda tradicionalmente más abundante en el Estado Barinas fue el rancho y vivienda improvisada, pero esa desafortunada visión de la morada barinesa ha venido superándose en los últimos veinte años, de tal manera que representaba el 58,7% del total”.

Entonces, antes de la era democrática ¿Habían logrado reducir un 20% los ranchos?, negativo, porque desde el año 1936 hasta 1961 la migración de los estados más pobres de Venezuela fue la mayor de la historia y los barineses, se marcharon primero a las capitales y posteriormente con preferencias a los estados Carabobo y Aragua, perdiendo Barinas cerca de un tercio de su población a lo largo de esos treinta años. En Caracas el Consejo Municipal dio su voz de alerta en 1958 para hacer frente a lo que por primera vez se llamó “La invasión de ranchos” producto del arribo masivo de los habitantes de los estados más pobres de los confines de Venezuela quienes llegaron a la capital atraídos por el auge de las construcciones faraónicas del dictador Pérez Jiménez.

¿Qué pasó entonces con los ranchos? Cuando el director de planeamiento urbano del dictador dijo que existía la necesidad perentoria de eliminar el 70% de los ranchos de los cerros de Caracas” (1956): es porque la invasión ya era gigantesca y los anuarios de malariología daban cuenta de unas cifras escandalosas, pues los ranchos se habían duplicado en apenas seis años y ya para ese entonces cerca del cuarenta por ciento de la población caraqueña vivía en ranchos, que fue lo que heredó la democracia. ¿Qué los ranchos continuaron en la era democrática? Si, sin lugar a dudas, allí están y allí sigue Petare como muestra de toda una historia de desatinos, pero este es otro mito que debemos derrumbar: a los ranchos no los trajo la democracia, ya existían.

Pero sobre Pérez Jiménez y “su obra” y sobre todo el “rancho en la cabeza” la mejor opinión extranjera que he escuchado la tiene otro dictador quien vivió en Venezuela entre los años 1956 y 1958, justo cuando Hugo Chávez daba sus primeros pasos en aquel piso de tierra. Se trata de Juan Domingo Perón, quien narró lo que venimos arrastrando en Venezuela durante siglos: “Se vive bien en el centro de Caracas, pero si usted sale a 10 kilómetros ya están desnudos los chicos”. Se refería a Petare.

Venezuela es “un verdadero drama” en toda la extensión de la palabra. “Pérez Jiménez hizo carreteras fantásticas, pero ¿para qué sirven si no hay nada que llevar por esas carreteras? (..) Caracas es una “ciudad construida en el centro del Valle y los cerros que la rodean habitados por familias en casas de madera y de latas, familias que no trabajan (..) Mientras el estado sanitario es pavoroso y lo comprobé por mi mismo”. Continuó Perón describiéndonos.

Perón dejó claro que los venezolanos no entendíamos porque estábamos así: “El ciclo económico es consumo y para el consumo distribución, transformación es decir, industria, y para la transformación producción, es decir materia prima”, lo único que hacen es construir con el dinero del petróleo, pero el gobierno no vivía de la economía, sino que la economía vivía del gobierno”, “No tienen mano de obra, no tienen técnicos, no tienen consumidores” Esa era, para Perón la verdadera Venezuela.

El dictador argentino fue el primero en darse cuenta de la realidad política y desnudarla: “Marcos Pérez Jiménez solo fue un hombre que se apoderó del gobierno merced a las circunstancias, pero sin orientación, sin una causa a la que servir (..) mientras los comunistas que habían preparado la revolución se dispersaban por esos barrios (..) repletos de chozas a las que denominan ranchos (..) para planificar e inculcar el derrocamiento del gobierno (..) pero no era una revolución popular”. (Repito, que esto lo vio entre 1956-58).

Por eso cuando nos dicen que desde el rancho se puede lograr el socialismo que no lograron los industrializados alemanes o los rusos y encima, sin una población educada para el esfuerzo y el sacrificio que no es capaz de producir ni un tornillo, nos mienten descaradamente. No podremos prosperar hasta que bajen a tierra tanto aquellos que creen que desde el rancho va a emerger el emprendimiento y la economía liberal, como aquellos que juran ingenuamente que desde el rancho van a producirse los cambios que nos harán una potencia, pero sin trabajar.

Todo comenzará a cambiar cuando nos quitemos de una vez de la cabeza la mentira de que el pobre en su rancho clamaba por libertad, porque no se puede construir un país basándose en los mitos y en las debilidades, se levantan grandes naciones con principios, educación, valores y amor por el trabajo. Todo esto unido es lo que crea prosperidad y saca al hombre de la pobreza.

Y en definitiva, la culpa de cómo somos la tiene todo aquel que no entienda que para eliminar a los ranchos, hay que dejar de rendirle culto al que muchos tienen en la cabeza. Venezuela nos exige evolucionar y la evolución llega con la educación.

Thays Peñalver

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