Trino Márquez 03 de octubre de 2018
@trinomarquezc
La
crisis que vivimos es tan profunda, inédita y apremiante, que numerosas
personalidades y organizaciones nacionales e internacionales exhortan a Nicolás
Maduro a propiciar un diálogo con diversos sectores que permita el tránsito
hacia la recuperación económica y la reinstitucionalización democrática del
país. Yo mismo formo parte de un grupo llamado Entendimiento.
En el
plano internacional, los aliados más cínicos y autoritarios del régimen
-Vladimir Putin, Evo Morales, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega- invocan el
principio de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, en nombre del
cual abogan porque los problemas de los venezolanos sean resueltos
exclusivamente por nosotros, y que la comunidad internacional se limite a
llamados piadosos que alienten los contactos entre las diferentes fuerzas
políticas existentes en el escenario nacional. Ninguna sanción conviene, dicen.
Todo castigo a los jerarcas del madurismo y al gobierno resulta inconveniente
y, de paso, injerencista. La pregunta obvia es: ¿cómo podemos los venezolanos
solos y débiles enderezar el entuerto, si el gobierno lo alimenta y se nutre de
él para perpetuarse en el poder?
El
régimen jamás propondrá un diálogo que ponga en peligro el control que detenta
de los hilos del poder, mientras no exista una amenaza interna creíble. Esa
amenaza es una plataforma política y social convertida en fuerza motriz del
cambio; en interlocutor válido.
Tal es
su grado de atomización y desconcierto que, en las actuales circunstancias, la
oposición no representa ningún riesgo para la estabilidad y supervivencia del
régimen, a pesar del empobrecimiento global que ha generado. En ese grado de
postración reside la razón fundamental por la cual la enorme presión internacional
desatada sobre Maduro no ha sido capitalizada por los factores internos, y la
ruina económica, social y moral provocada por sus políticas, no ha fracturado
su esquema de dominación.
Acudo
a dos experiencias históricas contrapuestas para ejemplificar lo que entiendo
por interlocutor válido e intentar demostrar la importancia clave que posee. En
Cuba, la tiranía de los Castro nunca ha dialogado, ni negociado con la
oposición porque simplemente la abolió desde el comienzo de la revolución. La
isla ha pasado por etapas tenebrosas. Tan nefastas que la situación actual de
Venezuela parece un agradable picnic. Luego del colapso de la Unión Soviética,
cuando el nuevo gobierno ruso suspendió el subsidio a la dictadura caribeña,
los Castros quedaron arruinados. Los cubanos tuvieron que sufrir penurias
inenarrables. El éxodo se acentuó. El mundo habría entendido que Fidel Castro
aprovechara la coyuntura para introducir reformas económicas de mercado y
cambios políticos que significaran una apertura democrática. Nada de eso
ocurrió. El déspota no cedió ni un milímetro. Cerró aún más el sistema
autoritario. La razón: ningún factor endógeno comprometía su fortaleza. El
costo de su rigidez era nulo. La comunidad internacional se conformó con la
desaparición de la URSS y de sus países satélites, y se olvidó de Cuba,
convertida en pieza de museo. La inexistencia de una oposición endógena
orgánica permitió que los Castro siguieran tiranizando a los cubanos.
En el
otro extremo encontramos a Juan Manuel Santos y las Farc. Santos fue ministro
de la Defensa de Álvaro Uribe y uno de los artífices de las derrotas militares
sufridas en ese período por el grupo narcoguerrillero. Sabía que los
insurgentes se encontraban muy debilitados, especialmente después de la
liberación de Íngrid Betancourt, que significó una derrota moral y política
noble. Parecía cuestión de tiempo que las Farc entraran en franco proceso de
disolución y se extinguieran como amenaza. La conclusión de Santos fue
diferente: consideró que la cohesión interna de la cúpula guerrillera
significaría una amenaza continua para su gestión como Presidente, y que la
mejor opción era abrir un diálogo con ese grupo que, a pesar de encontrarse
diezmado, representaba un peligro nada despreciable. Santos y las Farc entraron
en las conversaciones que condujeron a La Habana y luego a los Acuerdos de Paz.
En un
caso, Cuba, la falta de un sujeto de cambio, de una oposición reconocida y
peligrosa, negó cualquier posibilidad de diálogo y cambio, a pesar de la
pavorosa situación por la que atravesaba la isla. En el otro, Colombia, la
unidad de las Farc y el riesgo que representaban, no para la estabilidad del
sistema político, sino para el desempeño del Gobierno, condujeron a un largo
ciclo de conversaciones y a pactos concretos. Estos casos muestran la
importancia de la ausencia o presencia de factores reales de poder opositor,
para alterar o dejar intacto el escenario político de un país.
Hoy la
situación de la oposición venezolana se parece a la de Cuba: es intrascendente.
El régimen mantiene una dinámica en la cual las fuerzas opositoras no
intervienen. Los maestros caribeños les enseñaron a sus pupilos venezolanos las
bondades de destruir la oposición. Las lecciones fueron aprendidas.
En la
actualidad no existe reto mayor que reagrupar las fuerzas dispersas y construir
una plataforma unitaria, total o parcial, que permita cobrarle al gobierno
todos los errores y atropellos cometidos. Sólo así habrá diálogo y comenzará la
transición.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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