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martes, 11 de diciembre de 2018

Entendiendo a Pepeto por @WillyMcKey



Por Willy McKey


Ha muerto Juan Ernesto López. Murió Pepeto. Es la muerte de un comediante y quizás esto debería ser un texto fundado en el luto, en el dolor por la partida de un cómico que forma parte de nuestra historia común de la risa. Sin embargo, desde las ideas, a veces no basta con el ejercicio funerario de las palabras. Y quizás la muerte de Pepeto sea una de esas ocasiones.

Confieso que el miedo a la desmemoria me replantea las coordenadas del duelo. Una figura como Pepeto López merece un réquiem que, al menos, refuerce las verdades que hacen que nos pese su partida. Y toca echar mano de lo poco que se sabe para que el pésame no resulte simple, insuficiente, hueco.

1. Rochelero fundacional

Una de las marcas más singulares del Pepeto comediante fue su capacidad para adueñarse de dos arquetipos: se convirtió en el referente para hablar de un hombre feo y, a la vez, en la demostración exagerada del cómico insoportable que tras contar un chiste malo se ríe de sí mismo y lo sobreexplica.

Ser el primero de los feos era un reto cuando tocaba compartir pantalla con un actor como Yeyo. Aun así lo logró, en buena medida porque desde sus primeros registros en la Radio Rochela se hizo evidente que Pepeto iba imponerle su propia personalidad a cualquier creación de los guionistas. No era un gran actor, sino un payaso fascinante. De modo que los personajes no nacerían de una cuidadosa caracterización, como hacían Charles Barry o Jorge Tuero, sino de su incomparable disposición a convertir el ridículo en un arte.



A partir de estas premisas, personajes como Prudencio Garnacha o Genovevo determinaron los pocos pero muy eficaces registros actorales de Pepeto. Era en sí mismo un histrión único con tanta fuerza que su principal herramienta para hacer reír era, precisamente, el chiste malo y su capacidad para agotarlo.


Su manera de entender estas interpretaciones lo convirtieron en una especie capaz de sobrevivirle al genio actoral de los años sesenta, al humor absurdo y lisérgico de los setenta, a la comedia misógina de mujeres en ropa interior de los ochenta y al hipercrítico y político humor social de los noventa.

Y justo en medio de ese relieve, apareció esa rareza en prime-time: El Show de López.

2. Pepeto deviniendo López

El Show de López nunca funcionó como un programa cómico de los tradicionales para la televisión abierta. Jamás lo pretendió. Incluso, su origen no podía ser sino experimental.

Pepeto era un cómico singular, de modo que los personajes concebidos para él no podían competir en la vida del espectador dentro de los mismos registros que los sketches de Radio Rochela, mucho menos cuando ambos se emitían por la misma señal de Radio Caracas Televisión.

Así que una de las fórmulas utilizadas para darle su propio programa fue replantear la idea de una trama central que sirviera de eje y en la que López pudiera seguir siendo Pepeto, pero ficcionalizado. El experimento estaba evidentemente influenciado por la presencia de creativos y guionistas venidos del Sur, con referentes que construyeron programas populares en la televisión abierta de Argentina, yendo desde los gags de Olmedo y Porcel hasta las estructuras luego legitimadas por Guillermo Francella. Y así se llegó a lo que es, quizás, uno de los primeros intentos cómicos de aplicar el formato del sitcom en nuestra televisión abierta, en coexistencia con ideas como “Crecer con papá” o “Cinco de chocolate y uno de fresa”.

La historia del propietario de la Fuente de Soda Papa & Papa incorporaba una dramaturgia que ya no dependía del sketch. Incluso tenía momentos actorales con un curioso registro, producto natural de la experiencia del propio Pepeto y Umberto Buonocuore con una sobreactuada y muy joven Gigi Zanchetta, actrices como Evelyn Berroterán, galanes que no consiguieron lugar en los dramáticos como Sebastián Falco y leyendas audiovisuales de la comedia local como Roberto Hernández.


El experimento no funcionó. El género del sketch seguía apoderado del gusto local y una historia en la que no quedara del todo claro el género, producto de una comedia forzada a dejar moralejas, no tuvo rating en ese imperio donde Radio Rochela y El Show de Joselo marcaban la norma.

Aferrado a las posibilidades humorísticas de personajes de caracterización limitada y exigiéndose a sí mismo algo de crítica social, El Show de López: consiguió replantearse y aceptó el triunfo del sketch por encima de las tramas pensadas en capítulos.


Así todavía se usan como referentes locales algunos sketches como “El Técnico”, con una evidente empatía social contra la burocracia partidista, o giros inesperados como los de “El Cochinito”, en plena época de préstamos e intereses en aumento.


La idea del sketch exitoso, sin embargo, tenía sus normas en la industria. Ideas como éstas eran difíciles de continuar a la semana siguiente y no generaban esas frases pegadizas que servían de remate en los programas de Joselo, con la intención de que la gente las hiciera propias y las repitiera en las calles, como una prueba más del rating. Incluso, cuando Pepeto hacía intentos similares no funcionaban de la misma manera y salían rarezas memorables. Un ejemplo esencial para demostrarlo era su personaje de 1982: el aborigen Papupapa.


La osadía que hubo detrás de un proyecto como éste, que asumió compromisos y vanguardias que hoy sorprenderían a quienes no han considerado estas variantes en la historia de la comedia nacional, es evidente en ese registro de la historia contemporánea que es YouTube.

El Show de López como un vestigio de aquello que alguna vez tuvo apetito global en nuestra comedia televisiva.


3. Volver a la Rochela

La vuelta de Pepeto al elenco de la Radio Rochela no puede ser entendida como un retroceso, aunque sí como el final de un difícil experimento. Nunca dejó de formar parte del talento rochelero y su impronta como fundador siempre se respetó, pero además había sido el único capaz de salir de la nave nodriza y atreverse a concebir una nueva manera de hacer reír. Incluso a proponer una alternativa a lo que estaba haciendo Joselo en la competencia.

Ahora bien: bastaron apenas unos años para que, en la vuelta al programa decano del humor en Venezuela, se concretara una dupla memorable con la única actriz cómica que supo convertirse en la carablanca del augusto Pepeto: Martha Piñango.

No fue rápido. Hizo falta que la belleza de Piñango fuera relevada por actrices más jóvenes para que dejara de ser una de “las chicas de la Rochela”. Aquello le confirió una mayor responsabilidad a la actriz y ambos conformaron una pareja poderosa que incluso fuera de la ficción jugaba a la hermosa enemistad que nace en las parejas de payasos. Hay con el trabajo de Martha Piñango, también, una deuda enorme.


Con el sketch de la Línea Caliente, en Radio Rochela se hizo una experimentación impresionante desde el guión. Se hablaban de cardiopatías, de psicoanálisis y de ciencias puras como si se tratara de las más candentes conversaciones pagadas, tan de moda en los noventa. Sin embargo, quizás el mayor hallazgo de esta dupla fue Félix Gonzalito, en especial porque aquello significó el reencuentro de Pepeto con su germen, con el chiste malo que se explica demasiado y el delirio generado a partir de ese exceso.


4. Pepeto de pie

Sería un olvido terrible no incluir en este réquiem memorioso la imitación que Pepeto López hizo durante años del presidente Rafael Caldera. Días después del cierre de RCTV, tuve la suerte de oírle contar que en 1993, cuando Caldera ganó las elecciones presidenciales por segunda vez en la historia del país, el resto del elenco de la Rochela le hizo muchas bromas al respecto.

Existía una ley no escrita en la que el Presidente de la República era el único personaje de la política que no podía ser imitado en los programas cómicos de televisión.

Los chistes de sus compañeros consistían en que iba a quedarse sin trabajo, a lo que Pepeto llegó a contestarles: “Si a estas alturas y con esa edad la gente hizo que el doctor Caldera volviera a conseguir trabajo, no creo que a mí me cueste mucho convencerlos de que se rían de algo nuevo”. Uno de los presentes en la conversación completó: “¡O de algo viejo! Total, aquí a la gente se le olvida todo”. Y entonces Pepeto remató: “¡Chico, no deberías ser tan pesimista con el triunfo del doctor Caldera!”

En adelante, Pepeto tuvo otros ejercicios del sketch en Radio Rochela. Nunca más tuvieron el brillo de las décadas anteriores. No por su capacidad interpretativa, sino por asuntos de lo creativo: ya no se escribía en esa dirección y su talento no merecía desaprender el éxito televisivo ni buscar asilo en el éxito comercial de los nuevos circuitos del stand-up y sus variantes.
El suyo fue un retiro forzado por la pérdida de capacidad de la televisión abierta y por las miserias naturales de la industria y sus finales. El hecho de que Pepeto no sea un referente claro para las nuevas generaciones de comediantes es una deriva natural: la pantalla lo dejó de lado y pasó a ser un recuerdo en disolución enciclopédica, un olvido pendiente.

Aun así, hoy su muerte brinda una oportunidad más para atenderlo. No dejemos que pase desaperciba: sólo un genio como él podría hacer algo con un chiste tan malo como el olvido.

10-12-18




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