Por Willy McKey
Ha muerto Juan Ernesto
López. Murió Pepeto. Es la muerte de un comediante y quizás esto debería ser un
texto fundado en el luto, en el dolor por la partida de un cómico que forma
parte de nuestra historia común de la risa. Sin embargo, desde las ideas, a
veces no basta con el ejercicio funerario de las palabras. Y quizás la muerte
de Pepeto sea una de esas ocasiones.
Confieso que el miedo a la
desmemoria me replantea las coordenadas del duelo. Una figura como Pepeto López
merece un réquiem que, al menos, refuerce las verdades que hacen que nos pese
su partida. Y toca echar mano de lo poco que se sabe para que el pésame no
resulte simple, insuficiente, hueco.
1. Rochelero fundacional
Una de las marcas más
singulares del Pepeto comediante fue su capacidad para adueñarse de dos
arquetipos: se convirtió en el referente para hablar de un hombre feo y, a la
vez, en la demostración exagerada del cómico insoportable que tras contar un
chiste malo se ríe de sí mismo y lo sobreexplica.
Ser el primero de los feos
era un reto cuando tocaba compartir pantalla con un actor como Yeyo. Aun así lo
logró, en buena medida porque desde sus primeros registros en la Radio
Rochela se hizo evidente que Pepeto iba imponerle su propia personalidad a
cualquier creación de los guionistas. No era un gran actor, sino un payaso
fascinante. De modo que los personajes no nacerían de una cuidadosa
caracterización, como hacían Charles Barry o Jorge Tuero, sino de su
incomparable disposición a convertir el ridículo en un arte.
A partir de estas premisas,
personajes como Prudencio Garnacha o Genovevo determinaron los pocos pero muy
eficaces registros actorales de Pepeto. Era en sí mismo un histrión único con
tanta fuerza que su principal herramienta para hacer reír era, precisamente, el
chiste malo y su capacidad para agotarlo.
Su manera de entender estas
interpretaciones lo convirtieron en una especie capaz de sobrevivirle al genio
actoral de los años sesenta, al humor absurdo y lisérgico de los setenta, a la
comedia misógina de mujeres en ropa interior de los ochenta y al hipercrítico y
político humor social de los noventa.
Y justo en medio de ese
relieve, apareció esa rareza en prime-time: El Show de López.
2. Pepeto deviniendo López
El Show de López nunca
funcionó como un programa cómico de los tradicionales para la televisión
abierta. Jamás lo pretendió. Incluso, su origen no podía ser sino experimental.
Pepeto era un cómico
singular, de modo que los personajes concebidos para él no podían competir en
la vida del espectador dentro de los mismos registros que los sketches de Radio
Rochela, mucho menos cuando ambos se emitían por la misma señal de Radio
Caracas Televisión.
Así que una de las fórmulas
utilizadas para darle su propio programa fue replantear la idea de una trama
central que sirviera de eje y en la que López pudiera seguir siendo Pepeto,
pero ficcionalizado. El experimento estaba evidentemente influenciado por la
presencia de creativos y guionistas venidos del Sur, con referentes que
construyeron programas populares en la televisión abierta de Argentina, yendo
desde los gags de Olmedo y Porcel hasta las estructuras luego
legitimadas por Guillermo Francella. Y así se llegó a lo que es, quizás, uno de
los primeros intentos cómicos de aplicar el formato del sitcom en
nuestra televisión abierta, en coexistencia con ideas como “Crecer con papá” o
“Cinco de chocolate y uno de fresa”.
La historia del propietario
de la Fuente de Soda Papa & Papa incorporaba una dramaturgia que ya no
dependía del sketch. Incluso tenía momentos actorales con un curioso
registro, producto natural de la experiencia del propio Pepeto y Umberto
Buonocuore con una sobreactuada y muy joven Gigi Zanchetta, actrices como
Evelyn Berroterán, galanes que no consiguieron lugar en los dramáticos como
Sebastián Falco y leyendas audiovisuales de la comedia local como Roberto
Hernández.
El experimento no funcionó.
El género del sketch seguía apoderado del gusto local y una historia
en la que no quedara del todo claro el género, producto de una comedia forzada
a dejar moralejas, no tuvo rating en ese imperio donde Radio
Rochela y El Show de Joselo marcaban la norma.
Aferrado a las posibilidades
humorísticas de personajes de caracterización limitada y exigiéndose a sí mismo
algo de crítica social, El Show de López: consiguió replantearse y aceptó
el triunfo del sketch por encima de las tramas pensadas en capítulos.
Así todavía se usan como
referentes locales algunos sketches como “El Técnico”, con una
evidente empatía social contra la burocracia partidista, o giros inesperados
como los de “El Cochinito”, en plena época de préstamos e intereses en aumento.
La idea del sketch exitoso,
sin embargo, tenía sus normas en la industria. Ideas como éstas eran difíciles
de continuar a la semana siguiente y no generaban esas frases pegadizas que
servían de remate en los programas de Joselo, con la intención de que la gente
las hiciera propias y las repitiera en las calles, como una prueba más
del rating. Incluso, cuando Pepeto hacía intentos similares no funcionaban
de la misma manera y salían rarezas memorables. Un ejemplo esencial para
demostrarlo era su personaje de 1982: el aborigen Papupapa.
La osadía que hubo detrás de
un proyecto como éste, que asumió compromisos y vanguardias que hoy
sorprenderían a quienes no han considerado estas variantes en la historia de la
comedia nacional, es evidente en ese registro de la historia contemporánea que
es YouTube.
El Show de López como
un vestigio de aquello que alguna vez tuvo apetito global en nuestra comedia
televisiva.
3. Volver a la Rochela
La vuelta de Pepeto al
elenco de la Radio Rochela no puede ser entendida como un retroceso,
aunque sí como el final de un difícil experimento. Nunca dejó de formar parte
del talento rochelero y su impronta como fundador siempre se respetó, pero
además había sido el único capaz de salir de la nave nodriza y atreverse a
concebir una nueva manera de hacer reír. Incluso a proponer una alternativa a
lo que estaba haciendo Joselo en la competencia.
Ahora bien: bastaron apenas
unos años para que, en la vuelta al programa decano del humor en Venezuela, se
concretara una dupla memorable con la única actriz cómica que supo convertirse
en la carablanca del augusto Pepeto: Martha Piñango.
No fue rápido. Hizo falta
que la belleza de Piñango fuera relevada por actrices más jóvenes para que
dejara de ser una de “las chicas de la Rochela”. Aquello le confirió una mayor
responsabilidad a la actriz y ambos conformaron una pareja poderosa que incluso
fuera de la ficción jugaba a la hermosa enemistad que nace en las parejas de
payasos. Hay con el trabajo de Martha Piñango, también, una deuda enorme.
Con el sketch de
la Línea Caliente, en Radio Rochela se hizo una experimentación
impresionante desde el guión. Se hablaban de cardiopatías, de psicoanálisis y
de ciencias puras como si se tratara de las más candentes conversaciones
pagadas, tan de moda en los noventa. Sin embargo, quizás el mayor hallazgo de
esta dupla fue Félix Gonzalito, en especial porque aquello significó el
reencuentro de Pepeto con su germen, con el chiste malo que se explica
demasiado y el delirio generado a partir de ese exceso.
4. Pepeto de pie
Sería un olvido terrible no
incluir en este réquiem memorioso la imitación que Pepeto López hizo durante
años del presidente Rafael Caldera. Días después del cierre de RCTV, tuve la
suerte de oírle contar que en 1993, cuando Caldera ganó las elecciones
presidenciales por segunda vez en la historia del país, el resto del elenco de
la Rochela le hizo muchas bromas al respecto.
Existía una ley no escrita
en la que el Presidente de la República era el único personaje de la política
que no podía ser imitado en los programas cómicos de televisión.
Los chistes de sus
compañeros consistían en que iba a quedarse sin trabajo, a lo que Pepeto llegó
a contestarles: “Si a estas alturas y con esa edad la gente hizo que el doctor
Caldera volviera a conseguir trabajo, no creo que a mí me cueste mucho
convencerlos de que se rían de algo nuevo”. Uno de los presentes en la
conversación completó: “¡O de algo viejo! Total, aquí a la gente se le olvida
todo”. Y entonces Pepeto remató: “¡Chico, no deberías ser tan pesimista con el
triunfo del doctor Caldera!”
En adelante, Pepeto tuvo
otros ejercicios del sketch en Radio Rochela. Nunca más tuvieron
el brillo de las décadas anteriores. No por su capacidad interpretativa, sino
por asuntos de lo creativo: ya no se escribía en esa dirección y su talento no
merecía desaprender el éxito televisivo ni buscar asilo en el éxito comercial
de los nuevos circuitos del stand-up y sus variantes.
El suyo fue un retiro
forzado por la pérdida de capacidad de la televisión abierta y por las miserias
naturales de la industria y sus finales. El hecho de que Pepeto no sea un
referente claro para las nuevas generaciones de comediantes es una deriva
natural: la pantalla lo dejó de lado y pasó a ser un recuerdo en disolución
enciclopédica, un olvido pendiente.
Aun así, hoy su muerte
brinda una oportunidad más para atenderlo. No dejemos que pase desaperciba:
sólo un genio como él podría hacer algo con un chiste tan malo como el olvido.
10-12-18
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