Ginna Morelo 09 de diciembre de 2018
- ¿Qué se quiebra cuando migras?
- La vida misma.
El 27
de marzo de 2015 Luz Marina Rivas y su esposo, Carlos Pacheco, estuvieron a
punto de regalarle a la nostalgia un nuevo capítulo en sus vidas como
migrantes. Se iban a reencontrar con los sonidos de la obra "Ex
patria" de la pianista venezolana Gabriela Montero, en el Teatro Colón, de
Bogotá. Sin embargo, un ataque al corazón del crítico literario, minutos antes
del evento, le ganó a la cita con el recital que no alcanzó a devolverlos, en
sus recuerdos, al país que dejaron.
"El
gran duelo no ha pasado. El duelo país y la viudez viven conmigo en
Bogotá", dice Luz Marina, doctora en letras colombo-venezolana que tiene
su alma dividida entre los dos países, así como su biblioteca en su
apartamento, que huele a orquídeas.
En
julio cumplió 60 años de edad, de los cuales solo 11 ha vivido en Bogotá.
Cuando ella tenía 5 sus padres migraron a Venezuela en busca de tranquilidad
para ellos y sus 3 hijos. Su papá, médico, le temía a la violencia colombiana
que sintió al participar de las marchas estudiantiles contra el dictador
Gustavo Rojas Pinilla. Por su parte, la profesora Rivas dice: "Nunca creí
en el proyecto chavista. El primer intento de golpe de estado en 1992 me asustó
mucho y comencé a temer por lo que vendría". Hace 6 años ella se vino a
Colombia para salvaguardar lo más valioso que la crisis humanitaria había
comenzado a arrebatarles: la dignidad. Pero las fracturas en el alma quedan.
"El
gran duelo no ha pasado. El duelo país y la viudez viven conmigo en
Bogotá"
La
migración venezolana mantiene abiertas las venas de América Latina. En 2018,
2.757.893 personas se han movido a 18 países, según los datos del Observatorio
de Venezuela que creó la Universidad del Rosario, en Bogotá, para estudiar a
fondo un fenómeno que obligó al presidente colombiano, Iván Duque, a autorizar
un Conpes por $422.000 millones para atender la situación.
En
Colombia las cifras se han desbordado, al pasar de mayo de 2017 a septiembre de
2018 de 171.783 migrantes a 1.032.061, según Migración Colombia. Y estos solo
son datos de los que han pasado por las fronteras, porque no hay censos ni
caracterización de la población que se queda.
En
Bogotá los migrantes arrastran sus maletas por las calles, dibujan con
caramelos la palabra Venezuela en los andenes fríos, cantan las letras de Óscar
de León y Franco De Vita en el Transmilenio a cambio de unos pesos colombianos,
ofrecen los nuevos billetes del Bolívar Soberano como un souvenir para la
historia, hacen colas en los servicios de salud para consultar cómo acceder a
medicamentos para el VIH. Los dramas no se detienen y Luz Marina ve muchos de
ellos a diario, cuando toma el servicio público para ir al Instituto Caro y
Cuervo, donde coordina la maestría en Literatura y cultura.
Luz
Marina hizo parte de una de las varias diásporas de Venezuela. Primero salieron
los empresarios hace poco más diez años; luego, los perseguidos políticos hace
unos ocho; los intelectuales comenzaron a emigrar hace seis -ahí ella, su
esposo y muchos más-, y en el último tiempo todos, sin distingo de clase y
postura política, huyen de un gobierno cuyas medidas los expulsan.
Con
documentos o sin ellos cruzan cualquier punto de los 2.219 km. de porosa
frontera que comparten Colombia y Venezuela. Shariti Paredes atravesó el río
Arauca con su bebé. Partió desde Valencia con destino a Lima, Perú. Llegó a
Rumichaca, Nariño, con un pasaporte y dos salvoconductos que le dieron en
Bogotá, con cinco días para dejar Colombia. La profesora Luz Marina Rivas, en
cambio, hizo el trayecto de Caracas a Bogotá en avión, primero con su esposo y
sus libros; y hace un año lo repitió cuando fue en busca de sus padres de más
de 80 años de edad.
"Acá
en Colombia recuperé a mi familia. Eso es lo que pierden la mayoría de los
migrantes. Pero lo que se quiebra cuando migras es mucho más, es la vida que
construí, que me vi forzada a abandonar, que no pude seguir".
- ¿A qué le has dicho adiós?
- A tanto, que no alcanzaría a escribirlo
en una novela.
"Yo
no sabía lo que era sentir que uno podía perderlo todo: el salario, las
propiedades, la comida. Cuando fui a buscar a mi papá vi niños comiendo del
basurero de la esquina donde yo viví. Desde ese punto ves el imponente Cerro El
Ávila y también la ruina en que se convierte nuestro país", dice Luz
Marina.
A
medida que cuenta la historia de su salida de Venezuela, sus ojos dejan ver
infinita tristeza por lo que dejó, que puede ser borrado por la represión que
se respira en cada rincón de ese país. Una tristeza que asumen todos los
venezolanos migrantes, no importa el lugar de donde se salga. La fuerza se ha
perdido, el hambre pulula y el desajuste emocional es notorio a lo largo de un
peregrinaje que no acaba.
Luz
Marina trabajó 32 años en la Universidad Central de Venezuela y supo que tenía
que hacer un plan b cuando los sueldos perdieron capacidad adquisitiva.
"En el 2012 fuimos a hacer un mercado y costó toda la quincena de mi
esposo, que ganaba más que yo. Empezamos a asustarnos. La última pensión que
cobré equivalía a 23 dólares".
"lo
que se quiebra cuando migras es mucho más, es la vida que construí, que me vi
forzada a abandonar, que no pude seguir"
"Nadie
habla de lo que sucedió con el mundo cultural. Caracas era una ciudad llena de
eventos, se fueron extinguiendo y comenzamos a decirles adiós a actividades tan
necesarias para la educación de un país. Alguna vez hubo un encuentro cultural
en el Centro Rómulo Gallegos y el público solo eran soldados", relata.
A los
espacios de participación en la Universidad también debieron decirles adiós.
"Los estudiantes regresaban de una marcha y los colectivos los atacaban.
Llegaban a los salones de clase, preguntaban por uno y lo sacaban y lo
maltrataban. Los posgrados de neonatología y anestesiología se fueron quedando sin
alumnos y el país, sin médicos. En 2012 no habían anestesiólogos suficientes.
Los jóvenes comenzaron a irse y con ello llegaron las navidades por
Skype".
Los
que escribieron libros y aún lo hacen, dan cuenta de la diáspora en novelas,
como lo hizo Eduardo Sánchez Rugeles en su libro Blue Label, que narra la
historia de los venezolanos que buscan a sus antepasados en otros países y con
ellos el pasaporte para huir. "¿Qué quieres ser cuando seas grande?:
francesa", dice en la obra.
Luz
Marina le dijo adiós a los sueños para darle paso a las pesadillas. "A un
profesor lo buscaron en su casa, lo acuchillaron, pero los vecinos lo salvaron
y hoy está aquí en Colombia, y su familia amedrentada en Venezuela".
La
tranquilidad se fue y empezaron a vivir con miedo a pesar de que no militaban
en ninguna orilla. "En alguna ocasión le hicieron una entrevista a mi
esposo, Carlos, sobre lo que era el mundo editorial en esos momentos y dijo que
si todas las editoriales se agrupaban en una sola, del Estado, podría parecer
que habría presiones políticas para poder publicar y eso cercenaría la libertad
de pensamiento. El ministro de Cultura lo atacó por la prensa diciendo que
debía estar fumado para atreverse a decir algo así, si él recibía un salario
del Estado".
- ¿Habrá un nuevo comienzo?
- Pues la esperanza está, pero yo no la
veo tan cercana.
"Las
protestas son como ir al matadero, ¿qué hacen unos muchachos desarmados contra
tanques de guerra? Los enfermos renales no tienen para sus tratamientos. Un
grupo de vecinos que se comunican conmigo me cuentan que tienen agua los
miércoles y sábados, y llega sucia. ¿Entonces cómo se puede pensar en salir a
protestar cuando lo más básico no se tiene? He sabido de un profesor que se
desmayó en clase porque no tenía para comer. El hambre alcanzó a todos y a mí
me recuerda el período azul de Picasso: gente delgadita, desolada y
triste", refiere.
Por
eso duda de un nuevo comienzo para su país prontamente y por el contrario cree
que en la narrativa se han instalado "el desencanto, la incertidumbre por
el futuro, la violencia, la falta de proyectos colectivos, la precariedad del
presente".
El
éxodo venezolano es parte de las olas migratorias que agitan como fuertes
mareas el mundo. Dejan a su paso un dolor inacabado: la caravana
centroamericana atajada por el muro de la infamia entre EE UU y México, y la
huida de millones de sirios desperdigados por el orbe, producto de la guerra
civil que vive su país.
"¿Cómo
se puede pensar en salir a protestar cuando lo más básico no se tiene? "
Las
reflexiones sobre lo que significa la migración retumban en el cerebro y el
corazón de una doctora en letras, que no puede dejar de pensar en la crueldad
de la historia: "En Centroamérica las maras son una gran razón para irse.
En Siria hay una guerra y las situaciones allá han sido tan feroces porque
hasta bombardean hospitales. La nuestra, la migración venezolana, se está dando
como consecuencia de acciones desatinadas de un gobierno que pareciera enemigo
del mismo país. Lo más difícil es explicar por fuera de Venezuela cómo un país
tan rico, con tantos recursos, está como está".
La
migración está hecha de finales y comienzos. Luz Marina se duele por lo que
queda atrás, Venezuela los abandona a su suerte y Colombia los gana con sus
saberes. En uno y otro momento hay nostalgias, porque los orígenes siguen a los
migrantes a todas partes.
- ¿A qué le temes?
- A dejar de ser venezolana.
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