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lunes, 10 de diciembre de 2018

Gestos y logros, por @AmericoMartin





Américo Martín 09 de diciembre de 2018

¿Puro gesto sonoro o sonoro logro puro?
 “El caballero español necesitaba rodearse de trascendencia y honor. Sentíase en un más allá mágico y como en vilo sobre la faz de la tierra. De ahí el desdén por las actividades mecánicas, comerciales o de pura razón”

La profunda reflexión de don Américo Castro sobre el carácter español (España en su Historia. Ed Grijalbo 1983) explica el pendular hispano e hispanoamericano entre ilusionismo y determinismo, individuo y masa, racionalidad y espontaneidad primitiva, norma y anarquía, intento de razonar y disolución de la razón.

  • La civilización hispana vivía emparedada dentro de tales disyuntivas.

Bien lo refleja el debate que se libra en Venezuela acerca del destino del país, el decadente sistema madurista, el impacto hemisférico y mundial de un triunfo de la democracia. Compiten, sin proponérselo, la motivación al gesto o frase “para salvar la reputación”; y la motivación al logro de la victoria democrática, que coronaría el potencial nacional e internacional ya acumulado en función del cambio de poder.

Un pueblo tan creativo como el español, tan dado a la imaginación y la belleza, alcanzó cotas elevadísimas en la literatura y el arte, lo cual fortaleció su sentido de lo grande, al tiempo que el mesianismo, el caudillismo, el sentido épico que rodea su existencia individual.

  • El hispanoamericano no piensa que es un miembro de la colectividad, ni que esta dependa del esfuerzo de todos, espera un adalid de dotes taumatúrgicas. La historia se vuelve así un alternado proceso de ilusiones y desencantos forjado por la fe o el desengaño en torno a los jefes de la nación, y la exaltación del ídolo o el vituperio del culpable.

Los políticos han salvado la humanidad de catástrofes terminales y sin embargo se les odia tanto como se les necesita. ¿Por qué?

  • La política –responde Ortega y Gasset- simboliza la necesidad en que estamos de contar con los demás… es lo que produce irritación y frenesí: tener que contar con los demás a quienes por eso en el fondo se desprecia o se odia.

Es la propensión individualista de actuar para salvar la reputación personal antes que para materializar el noble objetivo de sus programas.

La razón pide respaldar sin pausa a la Asamblea Nacional, único poder público mundialmente reconocido y clave para la transición democrática. La sin-razón rastrea errores, con el fin de descalificarla. No generalizo. No comparo solvencias morales. La tarea es tan grande que pide el más grande de los esfuerzos. Todos son imprescindibles. La amargura es como nunca masiva, nacional, desborda fronteras partidistas penetrando en la propia fuerza gobernante.

Sé que Américo Castro, Ortega y Gasset, Menéndez Pelayo y otros formidables analistas españoles, precisamente por su profunda manera de penetrar en el pensamiento y el hacer de las naciones, pueden incurrir en generalizaciones no siempre sostenibles. Pero en lo mucho que aciertan, aciertan de verdad: sus hallazgos dan base para descifrar la inclinación de muchos a desalojar de buena fe territorios ocupados por la razón para entregarlos al pálpito, la conjetura sin pruebas, el fatalismo o la homologación, sin más, de político y ladrón o traidor.

No obstante, sin política no habría civilización. Semejante fracaso recaería en todos, incluyendo a quienes la combaten en nombre de un rígido extremismo moral. En todo caso, pérdida tan atroz desmentiría a Anaxágoras, para quien el hombre es el más sabio de los animales.

Américo Martín


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