Américo Martín 09 de diciembre de 2018
¿Puro gesto sonoro o
sonoro logro puro?
“El caballero
español necesitaba rodearse de trascendencia y honor. Sentíase en un más allá
mágico y como en vilo sobre la faz de la tierra. De ahí el desdén por las
actividades mecánicas, comerciales o de pura razón”
La
profunda reflexión de don Américo Castro sobre el carácter español
(España en su Historia. Ed Grijalbo 1983) explica el pendular hispano e
hispanoamericano entre ilusionismo y determinismo, individuo y masa,
racionalidad y espontaneidad primitiva, norma y anarquía, intento de razonar y
disolución de la razón.
- La civilización hispana vivía emparedada
dentro de tales disyuntivas.
Bien
lo refleja el debate que se libra en Venezuela acerca del destino del
país, el decadente sistema madurista, el impacto hemisférico y mundial
de un triunfo de la democracia. Compiten, sin proponérselo, la motivación
al gesto o frase “para salvar la reputación”; y la motivación al logro de la
victoria democrática, que coronaría el potencial nacional e internacional ya
acumulado en función del cambio de poder.
Un
pueblo tan creativo como el español, tan dado a la imaginación y la belleza,
alcanzó cotas elevadísimas en la literatura y el arte, lo cual fortaleció su
sentido de lo grande, al tiempo que el mesianismo, el caudillismo, el sentido
épico que rodea su existencia individual.
- El hispanoamericano no piensa que es un
miembro de la colectividad, ni que esta dependa del esfuerzo de
todos, espera un adalid de dotes taumatúrgicas. La historia se
vuelve así un alternado proceso de ilusiones y desencantos forjado por la
fe o el desengaño en torno a los jefes de la nación, y la exaltación del
ídolo o el vituperio del culpable.
Los
políticos han salvado la humanidad de catástrofes terminales y sin embargo se
les odia tanto como se les necesita. ¿Por qué?
- La política –responde Ortega y Gasset-
simboliza la necesidad en que estamos de contar con los demás… es lo que
produce irritación y frenesí: tener que contar con los demás a quienes por
eso en el fondo se desprecia o se odia.
Es la
propensión individualista de actuar para salvar la reputación personal antes
que para materializar el noble objetivo de sus programas.
La
razón pide respaldar sin pausa a la Asamblea Nacional, único poder
público mundialmente reconocido y clave para la transición democrática. La
sin-razón rastrea errores, con el fin de descalificarla. No generalizo. No
comparo solvencias morales. La tarea es tan grande que pide el más grande de
los esfuerzos. Todos son imprescindibles. La amargura es como nunca masiva,
nacional, desborda fronteras partidistas penetrando en la propia fuerza
gobernante.
Sé que
Américo Castro, Ortega y Gasset, Menéndez Pelayo y otros formidables analistas
españoles, precisamente por su profunda manera de penetrar en el pensamiento y
el hacer de las naciones, pueden incurrir en generalizaciones no siempre
sostenibles. Pero en lo mucho que aciertan, aciertan de verdad: sus hallazgos
dan base para descifrar la inclinación de muchos a desalojar de buena fe
territorios ocupados por la razón para entregarlos al pálpito, la conjetura sin
pruebas, el fatalismo o la homologación, sin más, de político y ladrón o
traidor.
No
obstante, sin política no habría civilización. Semejante fracaso
recaería en todos, incluyendo a quienes la combaten en nombre de un rígido
extremismo moral. En todo caso, pérdida tan atroz desmentiría a Anaxágoras,
para quien el hombre es el más sabio de los animales.
Américo
Martín
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