Trino Márquez 12 de diciembre de 2018
Nicolás
Maduro se prepara para llegar al 10 de enero en las mejores condiciones
posibles. En el plano interno, trata en vano de evitar que las Navidades y el
Año Nuevo estén signadas por la desesperanza de los sectores populares y el
deterioro provocado por la hiperinflación. Aumenta el sueldo mínimo de forma
compulsiva, entrega bonos, promete perniles de cochino, obliga a los
comerciantes a rebajar los juguetes, la ropa y los pocos productos
electrodomésticos existentes en el país. El triunfo en las elecciones de
concejales, a pesar de la enorme abstención, fortaleció su control de las
instituciones políticas.
En el
nivel internacional, busca consolidar la alianza con las grandes potencias
económicas y militares del planeta, gobernadas por regímenes autoritarios.
Estrecha los vínculos con Rusia, China, Turquía e Irán. Intenta pasar a formar
parte del juego geopolítico mundial y moverse en el tablero internacional sobre
la base de las enormes riquezas petroleras y mineras de la nación. Ya se sabe
con suficiente certeza que Venezuela, además de contar con una de las reservas
de petróleo y gas más grandes del mundo, posee oro, bauxita, uranio, coltán y
otros minerales en abundantes cantidades. El potencial hidroeléctrico y el
caudal de agua dulce también son gigantescos. Todas estas riquezas atraen la atención
de esos países que ven a Venezuela con codicia. Maduro está sacándoles provecho
a esas ventajas para contrarrestar las presiones de la Unión Europea, el Grupo
de Lima, el Secretario General de la OEA, los Estados Unidos, los expresidentes
iberoamericanos y todos los grupos democráticos preocupados por la forma como
se extingue la democracia venezolana.
En el
marco de las coaliciones internacionales, los vínculos con Vladimir Putin han
ido adquiriendo una relevancia creciente. El autócrata ha venido aumentando la
presencia rusa en toda la zona oriental de Europa. Aspira a recrear el dominio
que tuvo la antigua Unión Soviética, aunque dentro de un esquema distinto al
estatismo económico comunista. La única líder que lo ha encarado con decisión
es la canciller alemana, Ángela Merkel.
En
América Latina, la influencia rusa es mucho menor que en Europa oriental. Por
esa razón, Venezuela aparece para Putin como una plataforma desde la cual
podría lanzar una ofensiva que proyecte la ascendencia rusa en todo el
continente. Está repitiéndose la experiencia de Cuba, aunque con otros rasgos.
El Kremlin en aquella época pretendió propagar la revolución comunista, en
clara oposición a la economía de mercado y al capitalismo como forma de
organizar el sistema productivo. Para esos fines, no importaba que la isla
caribeña fuera un territorio pequeño, poco poblado y cuyo principal producto de
exportación era azúcar. Lo relevante era confrontar las virtudes del socialismo
con la decadencia del capitalismo. Se trataba de una lucha geopolítica con
aristas ideológicas muy marcadas.
En la
actualidad, el conflicto es de otra naturaleza. Es más de carácter nacional.
Putin aspira a recuperar el prestigio, importancia y grandeza que Rusia tuvo en
el pasado. No se intenta reeditar la rivalidad entre el capitalismo y el
socialismo, sino de dirimir cuál o cuáles países detentan la supremacía
mundial. Es una pelea por la hegemonía planetaria. Putin no se conforma con ser
él y Rusia unos segundones en el escenario mundial. Aspira regresar a la Rusia
de Pedro El Grande o, más contemporáneo, de Stalin.
Vladimir
Putin se mete en el patio trasero de los Estados Unidos y reta a Donald Trump,
no porque tenga algún grado de afinidad ideológica con Nicolás Maduro, o porque
sienta algún grado de simpatía por el mandatario venezolano, quien, por cierto,
le debe de parecer un personaje pintoresco. El interés del gobernante ruso
reside en valerse del grado de aislamiento, desprestigio y soledad continental
de Maduro, quien ni siquiera se atrevió a asistir al discurso inaugural del
López Obrador, para extraer la mayor cantidad posible de los beneficios que
puede brindarle un país tan rico como Venezuela. Para esa finalidad, por
cierto, los rusos, y también los chinos, podrían valerse de algún civil o
militar más eficiente que Maduro.
La
presencia de la amenazante aviación rusa en el país, ciertamente constituye un
alarde del poderío militar de Putin y una provocación a Trump y a los Estados
Unidos. Podría decirse que estamos en presencia de una invasión militar
extranjera. No la que quieren quienes desean desplazar a Maduro por la fuerza,
sino la de quienes buscan endosarlo a Miraflores para que siga siendo un
obediente peón.
Pero,
no hay que encandilarse con las apariencias. Putin ha demostrado que la
ideología le importa un bledo. Vemos su cercanía con la Iglesia Ortodoxa,
celestina de todos sus desmanes autoritarios. Pensar que está dispuesto a
librar una guerra con Estados Unidos y, digamos, con Colombia, para defender al
régimen de Maduro, me parece exagerado. Ladrar no significa estar dispuesto a
morder para someter la desgastada economía rusa a una confrontación con la
primera potencia militar y económica del globo. Si el general Padrino López
estima que cuenta con Putin para defender “hasta el último palmo” del
territorio nacional, está muy equivocado. Más le conviene pensar en una
transición pacífica a parir del 10-E, en la que pueda ser consultado Putin.
Trino
Márquez
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