Papa Francisco 02 de febrero de 2019
Evangelio
según San Lucas 2,22-40
Presentación
del Señor: Transcurrido el tiempo de la purificación de
María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para
presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito
varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un
par de tórtolas o dos pichones. Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón,
varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él
moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moría sin haber
visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y
cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescripto
por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: "Señor,
ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de
todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo,
Israel". El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes
palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anuncio:
"Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel,
como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto
pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te traspasará el
alma". Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de
Aser. Era una mujer muy anciana; de joven había vivido siete años casada y
tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni
de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel
momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la
liberación de Jerusalén. Una vez que José y María cumplieron todo lo que
prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El
niño iba creciendo y fortaliciendose, se llenaba de sabiduría y la gracia de
Dios estaba con él". Palabra del Señor.
Reflexión
del Papa Francisco
La
fiesta de la Presentación de Jesús al Templo es llamada también la fiesta del
encuentro: el encuentro entre Jesús y su pueblo; cuando María y José llevaron a
su niño al Templo de Jerusalén, ocurrió el primer encuentro entre Jesús
y su pueblo, representado por dos ancianos Simeón y Ana.
Aquel
fue también un encuentro al interior de la historia del pueblo, un encuentro
entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes eran María y José, con su recién
nacido; y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que frecuentaban el
Templo.
Observamos
qué cosa dice de ellos el evangelista Lucas, cómo los describe. De la Virgen y
de san José repite por cuatro veces que querían hacer aquello que estaba
prescrito por la Ley del Señor (cfr Lc 2,22.23.24.27).
Se
intuye, casi se percibe que los padres de Jesús se alegran de observar los
preceptos de Dios, sí, la alegría de caminar en la Ley del Señor.
Son dos recién casados, han tenido apenas su niño, y están animados por el
deseo de cumplir aquello que está prescrito. No es un hecho exterior, no es por
cumplir la regla, no. Es un deseo fuerte, profundo, lleno de alegría. Es
aquello que dice el Salmo:
"Tendré
en cuenta tus caminos. Mi alegría está en tus preceptos... Tu ley es toda mi
alegría" (119,14.77)
¿Y qué
cosa dice san Lucas de los ancianos? Subraya que estaban guiados por el
Espíritu Santo.
De
Simeón afirma que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel y que
el Espíritu Santo estaba en él; dice que el Espíritu Santo le había prometido
que no moriría antes de ver al Mesías del Señor; y finalmente que se dirigió al
Templo conducido por el Espíritu.
Luego
de Ana dice que era una profetisa, o sea inspirada por Dios; y que no se
apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
En
resumen, estos dos ancianos están llenos de vida. Están llenos de vida porque
son animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus
llamados...
Y he
aquí el encuentro entre la santa Familia y estos dos representantes del pueblo
santo de Dios. En el centro está Jesús. Es Él quien mueve todo, que atrae a
unos y otros al Templo, que es la casa de su Padre. (Homilía en la
Basílica de San Pedro, 02 de febrero de 2014)
Oración
de Sanación
Padre
del amor, te doy gracias por amarme infinitamente y por las manifestaciones que
has tenido en los más mínimos detalles de mi vida.
Tú
eres la luz del mundo, la que ha venido a dar vida a la humanidad. Te reconozco
como el Dios de todos los tiempos, el Dios de la paz, la justicia y el amor.
Derrama
tu amor en mi corazón, que siempre pueda sentir el celo ardiente por todas las
cosas santas y sea además un fiel cumplidor de tu ley divina.
Ayúdame
a tener una fe como la de María y José, quienes, sintiendo el gozo en su
corazón, llevaron al Niño Dios al Templo para presentarlo al mundo.
Ayúdame
a sentir ese gozo por salir a tu encuentro y a que, junto a mi familia, vaya
lleno de entusiasmo a recibir tu Palabra y tus Sacramentos
Tu luz
pone en evidencia las intenciones torcidas que aún habitan en mi corazón:
egoísmo, soberbia, vanidad; obstáculos en mi camino de vida.
Libérame
de toda opresión y realiza en mí una nueva creación, para así amarte y servirte
como lo hizo María, sin reservas y con entera humildad.
Cuento
desde ya con tu gracia para ser portador de tu luz y llevarla con valentía y
dar esperanzas a los más desvalidos y abandonados. Amén
Propósito
para hoy
Revisar
al final del día las actividades que realicé y discernir, en torno a la fe, si
han tenido algún valor espiritual.
Frase
de reflexión
"Señor,
enséñanos a salir de nosotros mismos. Enséñanos a ir a la calle y dar a conocer
tu amor". Papa Francisco
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