Jose Ignacio Gonzalez Faus 02 de febrero de 2019
Tranquilos.
No va de economía sino del llamativo paralelismo que hay en la visión de la
historia que tienen estos dos maestros. Coinciden en tres puntos.
1.- Nuestra
historia camina hacia un paraíso futuro. Para el alemán el paraíso
socialista, para el inglés el paraíso de la técnica. En ese paraíso el ser
humano se habrá liberado de su necesidad de asegurar la subsistencia. Promete
Marx que entonces podrá dedicarse a “pescar por la mañana o cazar por la tarde”
según le apetezca. Y predice Keynes que tendrá que aprender a “manejar esa
liberación de las necesidades económicas apremiantes que ahora ocupan casi todo
nuestro tiempo”: pues la técnica hará casi innecesario el trabajo humano. Y
concluye que hoy (1930) “atisbamos ya esa tierra prometida del descanso”.
2.- El
hombre ha de llegar a ese paraíso a través de medios inmorales. En Marx,
por la dictadura explícita del proletariado que luego se quedó en dictadura del
partido, único que sabe lo que conviene al proletariado. En Keynes mediante la
dictadura implícita del capital que, son palabras suyas, nos enseña “a llamar
justo a lo que es injusto.. elevando algunas de las más odiosas cualidades
humanas a la altura de grandes virtudes”. Para ambos esa etapa inmoral será
breve: Marx ve la dictadura del proletariado como transitoria. Y Keynes nos
pide “unos cien años de hipocresía”.
Coincidiendo
en esa inmoralidad de los medios, diferirán en sus modelos económicos: pero
esto ahora no hace al caso.
3.- También
para ambos, el resultado de esos medios inmorales será el nacimiento de un
hombre mucho más moral y más humano. Según Marx, unas estructuras
comunistas de propiedad acabarán con la contradicción entre egoísmo y amor.
Según Keynes, la riqueza creada en la etapa anterior liberará a los hombres de
su pasión por el dinero. Entonces (¡pero sólo entonces!) podremos reconocer que
esa pasión es “una inclinación vergonzosa, una tendencia de ésas medio
criminales y medio patológicas que uno lleva temblando a los especialistas en
enfermedades mentales”. Entonces, pero sólo entonces, “podremos regresar a los
mejores principios de la religión: que la avaricia es un vicio, la usura un
pecado y el amor al dinero detestable…
Pero
¡ojo!: esa hora todavía no ha llegado y “durante unos cien años habremos de
pretender que lo sucio es noble y que lo noble es sucio: porque ahora lo sucio
es rentable y lo noble no lo es; la avaricia, la usura y la desconfianza han de
ser nuestros dioses durante un tiempo porque sólo así saldremos del túnel de
las necesidades económicas a la luz del día”. Luego, “cuando uno ya tenga
asegurada su existencia, se volverá razonable preocuparse por la existencia de
los otros”.
Es
llamativo el clamoroso fracaso de esas predicciones. Ambos fueron unos crédulos
beatos en su visión de la historia y del hombre. Esto lo aceptamos en el caso
de las sociedades marxistas (aunque nos negamos a reconocer y examinar tanto
sus logros iniciales como las verdaderas causas de su fracaso).3
En
cambio no queremos reconocer el desastre de nuestras sociedades capitalistas.
En el mundo marxista el hombre siguió siendo egoísta y, una vez liberado de las
necesidades materiales, anheló otras libertades más espirituales (de palabra,
de reunión…) que el sistema no permitía para no poner en peligro sus primeros
logros. En el mundo capitalista, la hipocresía, la mentira y la injusticia
siguen instaladas en nuestro sistema como únicos modos indispensables de
mantener su eficacia; y aunque unos pocos vivan mucho mejor, otros muchos viven
igual o peor. Tampoco se han transformado los seres humanos, como esperaba
Keynes: siguen presos del fetichismo del dinero por encima del respeto a la
persona, igualmente infelices y terriblemente ciegos ante la enfermedad que la
técnica ha causado al planeta y que puede ser ya irremediable. Pero hay que
agradecer a Keynes su espantosa ingenuidad que le permitió reconocer en voz
alta lo que nosotros sabemos y no decimos: que las virtudes del capitalismo son
como el vestido de aquel rey del cuento que, en realidad, iba desnudo.
A esa
visión mítica de la historia hay que oponer otra: la historia sólo avanzará si
nos decidimos a caminar por las sendas de una libertad no egoísta sino
responsable: libertad para la fraternidad que, por eso, busca la máxima
igualdad entre todos los humanos. No hay paraísos futuros aunque podamos crecer
en humanidad y en experiencias de sentido; pero sabiendo que ese crecimiento no
se logra con medios inmorales o inhumanos que más bien nos alejan de él. Los
seres humanos no nacerán mejores mañana, sino que cada generación ha de
comenzar por labrar su propia humanidad. A ello podrán ayudarla tanto una
educación buena como la recepción de unas tradiciones valoralmente ricas.
Por
ello, si bien caídas están las utopías comunistas, es indispensable ahora
acabar con las falsas utopías neoliberales que están llevando el planeta a la
ruina y a la humanidad a cotas de deshumanización inauditas. Más necesario que
evitar una dictadura del proletariado es hoy acabar con la dictadura de los
multimillonarios.
(NB.
Las citas de Keynes son todas de Economic possibilities for our gradchildren,
breve capítulo de un libro más amplio de 1930).
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