JEAN MANINAT 03 de febrero de 2019
@jeanmaninat
El
ascenso del diputado Juan Guaidó a presidente interino de Venezuela parece no
haber sorprendido a nadie: los genetistas de varias organizaciones políticas
venezolanas, los opinantes, los maximalistas de ayer, y pareciera que hasta los
mismísimos analistas de la CIA y el G2 (dos de los servicios de inteligencia
mas sobrevalorados del planeta), todos reclaman haber inducido -o detectado en
el caso de las agencias- de una manera u otra, al joven diputado en su camino a
ser lo que hoy es. De nuestra parte estuvimos a punto de recurrir a la hoy
trajinada teoría del Cisne Negro, pero nos dio urticaria la deformación a la
que ha sido sometida y el temor a ser reos de lo políticamente incorrecto por
lo de "black”. Lo cierto es, que ni el Papa, ni los rusos y los chinos, ni
la Unión Europea, menos aún Raúl Castro, y qué decir de Maduro, tenían idea de
lo que se avecinaba con el nombramiento de un joven político, tranquilo -que no
le habla a las cámaras de la historia, ni anda amenazando insolente y
prometiendo llamas redentoras- como presidente de una Asamblea Nacional (AN)
entonces bajo asedio de fuego enemigo y amigo. La primera sorprendida fue la
oposición democrática venezolana en su conjunto. ¿Por qué? Ya lo sabremos.
No hay
quehacer más impredecible que la política -salvo, quizás, el flirteo entre
dioses y humanos en la mitología griega- pero ciertamente las sorpresas que nos
depara su ejercicio real no tienen parangón ni siquiera en el gran cronista de
sus grandezas y miserias que fue Shakespeare. Y así, de nuevo -salvo a los que
poseen información privilegiada-, nos sorprende que las cambiantes decisiones
de la oposición y la impericia gubernamental fueran cuajando este momento en
que todos andamos angustiados -salvo los fatuos- pues cualquier cosa es posible
cuando un país deviene en alfil de un encontronazo geopolítico. ¿Basta con
abrocharnos los cinturones de seguridad, cerrar los ojos, y encomendarnos al
buen soldado Ryan? No pareciera recomendable.
Por lo
pronto, convendría dejar al actual líder del país democrático, Juan Guaidó,
manejar sus opciones -que no son otra cosa que presiones de importantes
factores externos e internos- y conducir el proceso de cambio a su manera,
según su instinto (la guata, dirían nuestros amigos chilenos que derrotaron a
Pinochet democráticamente) y seguir abriendo un cambio real y no declarativo,
tal como lo está haciendo hasta ahora.
La
pretensión narcisista y boba de querer vender que Guaidó es un producto
fecundado In Vitro por cada uno de los factores de la oposición democrática
-incluyendo el suyo- olvida que la política, como los dados, contiene un alto
grado de albur, y que nada se repite, salvo como mofa, aun siendo exitoso. El
azar es muy injusto, se diría que adopta aires de venganza, y quien palpaba la
corona de flores para culminar su carrera política, la ve partir de repente en
la testa de otro.
No
sabemos el desenlace de este envite -al menos en esta columna- pero lo cierto
es que surgió un liderazgo refrescado, alguien que no repite el lenguaje
criptochavista pleno de hipérboles y amenazas a la cual se aficionó tanta
gente. Salga sapo o salga rana, Juan Guaidó, ha abierto un nuevo estilo de
hacer política, se bajó del caballo blanco y engrinchado de Bolívar, y tiene a
todo el mundo literalmente encantado. Dejémosle el ADN en paz.
JEAN
MANINAT
@jeanmaninat
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