Pedro Trigo, sj. 14 de febrero de 2019
Los
acontecimientos están en pleno desarrollo y hay actores claves cuya actitud es
imprevisible.
Estamos
ante una dictadura con métodos totalitarios. Chávez pretendió implantar un
totalitarismo, pero fracasó porque para él el socialismo del siglo XXI en
nuestro país era un socialismo rentista: con la renta del petróleo,
tendencialmente, no hacía falta explotar a nadie. Concibió, pues, un país de
receptores entusiastas de la renta petrolera, no de productores. No cayó en la
cuenta de que el trabajo no es sólo un medio de vida sino, más aún, un modo de
vida: un cauce primario de humanización, convivencia y solidaridad. Además, por
resentimiento, pretendió acabar con la empresa privada. No sólo por reacción al
paro empresarial del año 2002, sino más todavía porque las empresas que incautó
fueron a la bancarrota u operan a pérdidas y le amarga que la empresa privada
produzca, por eso ha pretendido estrangularla.
Tampoco
funciona PDVSA (Petróleos de Venezuela), que al tomar Chávez el poder era una
empresa muy solvente. Lo que se produce es por asociación con trasnacionales.
Cuando cayeron los precios petroleros, como ni se produce ni hay divisas para
importar, empezó a escasear todo y hoy casi no hay nada de nada. El gobierno
llena el país de dinero inorgánico y por eso todo cuesta cada día más y la
inmensa mayoría no tiene dinero para comprarlo; además no habría productos para
todos, ni siquiera para la mayoría.
Ahora
el gobierno tiene como único objetivo seguir en el poder. No le importa la
suerte de los ciudadanos. Por eso, la represión creciente. Pero ninguna
dictadura perdura sólo por represión; necesita una clientela. Chávez la tuvo
por su poder carismático, realmente monstruoso, capaz dejar sin palabras
incluso a intelectuales enemigos suyos. Este gobierno, como no lo tiene, se
alimenta de los nostálgicos que viven de las consignas del “Comandante supremo”,
ahora “Comandante Eterno”, que ya no llegan ni al millón y de los dependientes
por alimentos y bonos cada día más escasos, que están desertando. Eso mismo
ocurre con los funcionarios del Estado, cada día menos dispuestos a ir marchas,
controlados por lista.
Ahora
sí que es verdad la guerra económica del imperio, que era la excusa imaginaria
del gobierno hasta ahora para eludir sus responsabilidades. Pero, a diferencia
de las medidas anteriores que afectaban a funcionarios por cargos criminales,
estas medidas sí afectan drásticamente a la ciudadanía, que, de estar al borde
de la muerte, puede pasar a morir.
En
esta situación tenemos que tener en cuenta que no tiene ningún sentido acudir a
ningún diálogo con el gobierno que no sea para una transición en la que Maduro
salga del gobierno. El gobierno ha probado una y otra vez que sólo quiere ganar
tiempo para mantenerse. Convocar elecciones parlamentarias tampoco tiene ningún
sentido: primero porque no tocan y segundo porque sigue siendo una manera de ganar
tiempo y seguir. Las únicas elecciones tienen que ser para elegir Presidente
con un consejo electoral renovado y en un plazo razonable.
Ahora
bien, si el gobierno accede dar paso a una transición, los demás actores
tenemos que aceptar que tenemos que postergar la ejecución de la justicia. No
habrá impunidad, pero hoy tenemos que concederles un respiro. Es elemental:
serán malos, pero no tontos. Tenemos que pagar ese precio, aunque nos resulte
muy duro.
Además,
si somos cristianos, no tenemos que buscar única y principalmente que “el que
la hace, la paga”. Tenemos que buscar su rehabilitación. No sólo la de los
rostros más visibles del gobierno sino de todos los funcionarios, incluidos los
policiales, que han delinquido robando y maltratando e incluso matando sino la
de tantísimos ciudadanos que se han aprovechado de la situación. Si no logramos
que se rehabiliten, el país no será viable. Y si no queremos su rehabilitación,
seremos parte del problema y no de la solución.
Es
imprescindible un gobierno de transición con tres objetivos: (1) rescatar al
Estado, fagotizado por el gobierno, colocando en todos los ámbitos de la
burocracia a personas idóneas y con probidad moral; (2) rescatar a las Fuerzas
Armadas y las policías, volviéndolas independientes del gobierno, con
profesionalismo y solvencia moral; (3) rescatar la economía, dando garantías e
incentivos a la empresa privada con la exigencia de que cumpla con su
responsabilidad social.
Y las
empresas básicas en manos del Estado, sobre todo las petroleras y más en
general las empresas básicas, tienen que ser independientes del gobierno con
idoneidad profesional y sentido de lo público. Esto requiere un mínimo de tres
años, no para que se solucione sino para que se marque la línea y tomen cuerpo
los procesos.
Ahora
bien, tenemos que ser conscientes de que la mayoría de los gobiernos que
ejercen presión, digan lo que digan, no actúan para el bien de los ciudadanos,
sino por dos razones: los gobiernos latinoamericanos, sobre todo Bolsonaro y
Duque, para quitarse un vecino izquierdista y para que el que venga se alinee
con ellos. Esa razón vale también para el gobierno de Trump. Pero para él y
para la mayoría la razón de fondo es el petróleo: apoyan para ser socios en
condiciones ventajosas.
Si el
gobierno que suceda a Maduro es, como ellos, de ultraderecha o incluso
simplemente de derecha, en las segundas elecciones presidenciales, van a volver
los chavistas y con toda razón, porque al pueblo le va a ir peor que ahora, que
ya es decir. Tenemos que tener en cuenta que las elecciones de fin de siglo no
las ganó Chávez: la gente votó salir de un régimen que ya no tenía nada que
dar. Las elecciones de diciembre del año 2015 no las ganó la oposición: la
gente votó salir de un régimen que ya no tenía nada que dar. Si el electo
después del gobierno de concentración nacional es de derecha, las elecciones
siguientes las ganará el chavismo y seremos un país como un carro cuyas ruedas
giran en el fango y no avanzan y ahondan la sima, que ya es hondísima. Lo más
triste que nos puede suceder y que tenemos que evitar.
La
tarea más importante hoy, más que la ayuda humanitaria, es pergeñar y
dirigirnos a una alternativa superadora. Es más que la ayuda humanitaria porqué
ésta por definición tiene que contar con el Estado y además es de corta
duración: por emergencia; y, además, tal como está la situación, no es fácil
que llegue a sus destinatarios y no se quede por el camino. Vamos a necesitar
mucha ayuda de organizaciones solidarias por bastante tiempo.
Esa,
mucho más capilar y direccionada, sí llega completa a los que la necesitan.
Pero lo que más necesitamos es discernimiento para dirigirnos hacia una
alternativa superadora. Tenemos que tener en cuenta que para eso no nos
ayudarán gobiernos, sólo personas y organizaciones conscientes y solidarias,
que vivan ya de un modo alternativo al que tiene vigencia, que es el que está
atascado en el binomio producción-consumo.
Tenemos
que reducir drásticamente la compulsión a adquirir mercancías, tenemos que
restringirnos a lo realmente conveniente y todas las demás energías y recursos
emplearlos en la convivencia en el cuerpo social lo más cualitativa posible, en
el sentido de lo más humanizadora, horizontal, creativa, dinámica, gratuita y
simbiótica posible.
A
nivel estructural la alternativa consiste en superar la división actual,
característica de la modernidad, entre lo privado y lo público. Tenemos que
mantener obviamente la distinción, pero no la separación como se ha practicado,
que reduce lo público a la eficiencia dentro de los moldes establecidos y que
relega lo privado al gusto de cada quien, con tal que no colida con las leyes.
Lo que está ausente en ambos niveles es el proceso de constitución en personas
con calidad humana y de ambientes que propicien la humanización.
Tenemos
que reponer este horizonte, tanto en lo público como en lo privado. Y tenemos
que aceptar que la política se ocupa de los mínimos de bien común
indispensables para que sea posible la convivencia ordenada y humanizadora y de
alentar a quienes, desde otros ámbitos religiosos o sencillamente humanistas,
fomentan estos seres humanos consistentes y solidarios y a las organizaciones
que se encaminan en aspectos concretos hacia máximos de bien común, que no son
exigibles por ley.
Un tema
imprescindible para una alternativa superadora es que la empresa cumpla con su
función social, de manera que su rentabilidad provenga de su alta productividad
y no de negar todos sus derechos al trabajo, como en gran medida sucede hoy en
el mundo.
Gracias
a Dios, así como mucha gente, sobre todo popular ha aprendido de este tiempo
miserable y está dispuesta a vivir de modo más consciente y responsable que
como vivió antes de Chávez, también no pocos empresarios han aprendido de esta
dura experiencia tan a contracorriente y, por eso, al ver que sus trabajadores
los acuerpan, están dispuestos a seguir en ese tono, en otro escenario más flexible.
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