Mibelis Acevedo D. 14 de febrero de 2019
@Mibelis
Más
allá del mágico barrunto que, “salga pez o salga rana”, la fe planta indefectiblemente
en algunos, era difícil augurar, razón mediante, lo que hoy ocurre en
Venezuela.
Nada
hacía vislumbrar la vertiginosa recomposición de las fuerzas que adversan al
gobierno de Maduro; de hecho, remontar la desconfianza respecto a los propios
bríos, la aprensión, el estelero emocional que dejó la acumulación de errores
recientes, lucía improbable. Como improbable era, además, aspirar a que una
nueva cara surgiera de las filas de ese mismo liderazgo, hasta ayer
desarticulado y maltrecho, para sintonizar con los ahogos de ese amplio sector
que demanda cambios en paz. Todo eso está pasando, no obstante, para nuestra
sorpresa y contento.
El
susto no cesa, claro. La tenaza de los extremos, el habitual incordio de los
apresurados sigue meciéndose como un avispero. Esas ingratas, a veces
atrabiliarias presiones que recaen sobre el candidato a redentor, por cierto,
nos recuerdan la célebre “Boule de Suif” de Guy de Maupassant. El cuento narra
el viaje entre Rouen y Dieppe que emprende un grupo de franceses para huir de
“la peste de la invasión” prusiana en 1870; entre ellos, una rolliza cortesana
conocida como “Bola de sebo”. Al ser la única con vianda para el trayecto
propone compartirla, y así acaba festejada por sus paisanos, antes crispados
por su presencia. Pero el carruaje es detenido: un general prusiano pide pasar
la noche con la joven a cambio de dejarlos ir a la mañana siguiente. La puja
que arranca con la patriótica negativa de todos termina al tercer día, cuando
Bola de Sebo es forzada a inmolarse. El viaje se reinicia, pero los mismos que
la alentaron al tomar la decisión ahora la desprecian. Todos comen, menos ella.
Nadie está dispuesto a salvarla de su hambre y su vergüenza.
Pero
hoy, y hay que decirlo con prudencial entusiasmo, las señas insinúan otra cosa
a los venezolanos: que esa egoísta embestida de la irracionalidad puede ser
domeñada, que una dirigencia al tanto de las consecuencias de sus acciones
sujeta el timón y apela a una visión más cauta, a una astucia (¿cierta
“virtù”?) que quizás remite a punzantes, pero útiles revisiones. Que la
responsable conexión con el ethosmayoritario y la acumulación efectiva de
fuerzas -aunque apalancada principalmente por apoyos externos, lo cual tiende a
diluir el protagonismo en la toma de decisiones- es parte del plan para
enfrentar a un adversario apaleado, pero todavía con poder fáctico y ansias de
perdurar.
Entonces,
¿qué sugiere esa revigorización del liderazgo? ¿Qué tan intempestiva o azarosa
ha sido, realmente? ¿Estamos acaso ante un milagroso Ardid de la razón, esa
mano misteriosa empujando a la historia que, según Hegel, se sirve de la pasión
y los intereses humanos para poner orden en el caos aparente, para dar cabida a
una “racionalidad superior”? ¿O hablamos de una bien amarrada estrategia por
parte de un equipo de hombres y mujeres que, tras la recurrente pifia, decidió
hacer una pausa, mirar objetivamente el momento político en que estaba inmerso
para luego reorientar, blindar sus movidas?
Asidos
al pesimismo de la inteligencia, al optimismo de la voluntad, desde la modesta
visión del espectador podemos hilar algunas tesis. Si bien presumimos que la
fortuna(“juez de la mitad de nuestras acciones”, como anuncia Maquiavelo) aliñó
los caminos del refrescante surgimiento de Guaidó, no es menos cierto que su
aparición es fruto de un continuum, un sumario de aciertos y errores que ahora
propone eludir los codazos del determinismo. “Cuando los hombres no se adueñan
de la historia, esta se gira contra ellos como un chacal”, dice Bernard-Henri
Lévy. La autonomía, esa consciencia de la capacidad para incidir en el destino,
en fin, debería estar llevando a la oposición -que cuenta con el arma de un
liderazgo creíble, a diferencia del chavismo- a optar por el paso-a-paso, a
construir diques y puentes, a trabajar como un bloque que dé soporte a una real
alternativa de poder.
De
momento, aliviará sospechar que tanto el fatalismo como los apuros de los
guerreristas de distinto pelaje son atajados. Hay auspiciosas señas en el
estilo llano, el discurso integrador y sin respingos homéricos del presidente
de la Asamblea Nacional (no un redentor, sino un hombre correcto en el momento
y lugar correctos), el “nosotros” contrastando con el hipertrofiado “Yo” de los
autócratas, el llamado a entender que este es proceso que debe librarse de
arbitrarios deadlines. Asumiendo que allí se resume el vivo concurso de una
saga de eventos y sus actores, de un aprendizaje precedido por los nubarrones
del atropellado cálculo o el unilateral voluntarismo, quizás podríamos contar
con que las próximas decisiones sigan pasando por el más juicioso de los
cedazos políticos. Ojalá. Pues si bien los avances frente al opresor son
promisorios, las expectativas y amenazas crecen con el tiempo. Y el tiempo, ya
sabemos, sigue siendo variable feroz, una hojilla que mal calibrada siempre
atenta contra las mejores intenciones.
Mibelis
Acevedo D.
@Mibelis
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