Francisco Fernández-Carvajal 13 de febrero de 2019
— La
curación de la hija de la mujer cananea. Condiciones de la verdadera oración.
—
Confianza de hijos y perseverancia en nuestras peticiones.
— En
la oración debemos pedir gracias sobrenaturales, y también bienes y ayudas
materiales en la medida en que sean útiles a la salvación propia o del prójimo.
Pedir para los demás. El Rosario, «arma poderosa».
I. Nos
dice San Marcos en el Evangelio de la Misa que llegó Jesús con sus discípulos a
la región de Tiro y de Sidón1.
Allí se acercó a ellos una mujer gentil, sirofenicia de origen, perteneciente a
la primitiva población de Palestina. Se echó a sus pies y le pidió la curación
de su hija, que estaba poseída por el demonio. Jesús no decía nada, y los
discípulos, cansados de la insistencia de la mujer, le pedían que la despachara2.
El Señor trata de explicar a la mujer que el Mesías ha de darse a conocer en
primer lugar a los judíos, a los hijos. Y, con una expresión difícil de
comprender sin ver sus gestos amables, le dijo: Deja que primero se
sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a
los perrillos. La mujer no se sintió herida ni humillada, sino que insiste
más, con profunda humildad: Señor, también los perrillos comen debajo
de la mesa las migajas de los hijos. Ante tantas virtudes, Jesús,
conmovido, no retrasó más el milagro que se le pedía, y la despidió así: Por
esto que has dicho, vete, el demonio ha salido de tu hija. Dios, que
resiste a los soberbios, da su gracia a los humildes3;
aquella mujer alcanzó lo que quería y se ganó el corazón del Maestro.
Es el
ejemplo acabado para todos aquellos que se cansan de rezar porque creen que no
son escuchados. En su oración se hallan resumidas las condiciones de toda
petición: fe, humildad, perseverancia y confianza. El intenso amor
que muestra hacia su hija poseída por el demonio debió de agradar mucho a
Cristo. Quizá los Apóstoles se acordaron de esta mujer cuando oyeron más tarde
la parábola de la viuda inoportuna4,
que también consiguió lo que quería por su tozudez, por su insistencia.
Enseña
Santo Tomás que la verdadera oración es infaliblemente eficaz, porque Dios, que
nunca se vuelve atrás, ha decretado que así sea5.
Y para que no dejáramos de pedir, el Señor nos mostró con ejemplos sencillos y
claros, para que lo entendiéramos bien, que siempre y en todo lugar nuestras
oraciones hechas con rectitud llegan hasta Él y las atiende: si entre
vosotros un hijo pide pan a su padre, ¿acaso le dará una piedra?; o si pide un
pez, ¿le dará en lugar de un pez una serpiente?... ¡Cuánto más vuestro Padre,
que está en los cielos...!6.
«Jamás Dios ha negado ni denegará nada a los que piden sus gracias debidamente.
La oración es el gran recurso que nos queda para salir del pecado, para
perseverar en la gracia, para mover el corazón de Dios y atraer sobre nosotros
toda suerte de bendiciones del cielo, ya para el alma, o por lo que se refiere
a nuestras necesidades temporales»7.
Cuando
pidamos algún don, hemos de pensar que somos hijos de Dios, y Él está
infinitamente más atento hacia nosotros que el mejor padre de la tierra hacia
su hijo más necesitado.
II. Dios
ha previsto desde la eternidad todas las ayudas que precisamos y también los
auxilios, las gracias que nos moverían a pedir, pues Él nos trata como a hijos
libres y pide nuestra colaboración. Tanta necesidad tenemos de pedir para
conseguir la ayuda de Dios, para obrar el bien, para perseverar, como precisa es
la siembra para cosechar después el trigo8.
Sin la siembra no hay espigas; sin petición no tendremos las gracias que
debemos recibir. Y a medida que intensificamos la petición identificamos
nuestra voluntad con la de Dios, que es Quien verdaderamente conoce nuestra
penuria y escasez. Él nos hace esperar en ocasiones para disponernos mejor,
para que deseemos esas gracias con más hondura y fervor; otras veces rectifica
nuestra petición y nos concede lo que realmente necesitamos; finalmente, en
otros momentos no nos concede lo que pedimos porque, sin darnos cuenta quizá,
estamos pidiendo un mal que nuestra voluntad ha revestido con la apariencia de
bien. Una madre no da a su hijo un afilado cuchillo que brilla y atrae y que la
pequeña criatura desea con pasión. Y nosotros somos como hijos pequeños delante
de Dios. Cuando pedimos algo que sería un mal, aunque tenga apariencia de bien,
Dios hace como las buenas madres con sus hijos menores: nos da otras gracias
que sí serán para nuestro provecho, aunque, por nuestras pocas luces, las
deseemos menos. Nuestra oración ha de ser, pues, confiada, como
quien pide a su padre, y serena, porque Dios sabe bien las
necesidades que padecemos, mucho mejor que nosotros mismos.
La
confianza nos mueve a pedir con constancia, con perseverancia, sin
cejar, insistiendo una y otra vez, con la seguridad de que recibiremos mucho
más y mejor de lo que hemos pedido. Debemos insistir como el amigo importuno a
quien le faltaba pan y como la viuda indefensa que clamaba noche y día ante el
juez inicuo. Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá. Porque todo aquel que pide recibe, y quien busca halla, y al que llama
se le abrirá9.
La misma perseverancia en la petición aumenta la confianza y la amistad con
Dios. «Y esta amistad que produce el ruego abre camino para una súplica más
confiada aún (...), como si, introducidos en la intimidad divina por el primer
ruego, pudiésemos implorar con mucha más confianza la siguiente vez. Por eso,
en la petición dirigida a Dios, la constancia, la insistencia, nunca es
inoportuna. Al contrario, agrada a Dios»10.
Esta mujer cananea es un ejemplo, que debemos imitar, de constancia,
aunque aparentemente el Señor no la escuchaba.
Al
hablar de la eficacia de la oración, Jesús no hace restricciones: todo
el que pide recibe, porque Dios es nuestro Padre. San Agustín enseña que
nuestra oración no es escuchada a veces porque no somos buenos, porque nos
falta limpieza en el corazón o rectitud en la intención, o bien porque pedimos
mal, sin fe, sin perseverancia, sin humildad; o porque pedimos cosas malas, es
decir, lo que no nos conviene, lo que puede hacernos daño o torcer nuestro
caminar11. Es decir: la oración no es eficaz cuando no es verdadera
oración. «Haz oración. ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de
éxito?»12: En verdad os digo que cuanto pidiereis al Padre en
mi nombre, si tenéis fe, os lo concederá13.
III. Líbranos,
Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días, para que,
ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de
toda perturbación...14,
reza el sacerdote en voz alta durante la Santa Misa. En la oración de petición
podemos solicitar cosas para nosotros y para los demás; en primer lugar, los
bienes y las gracias necesarias para el alma. Por muchas y urgentes que sean
las limitaciones y privaciones materiales, tenemos siempre más necesidad de los
bienes sobrenaturales: la gracia para servir a Dios y ser fieles, la santidad
personal, ayudas para vencer en la lucha contra los propios defectos, para
confesarnos bien, para prepararnos a la Sagrada Comunión... Pedimos los bienes
temporales en la medida en que son útiles para la salvación y en la medida en
que están subordinados a los primeros.
El
Señor mismo nos enseñó a rogar: el pan nuestro de cada día dánosle
hoy...; el primer milagro que hizo Jesús, por el que se
manifestó a sus discípulos15,
fue de carácter material. María aparece en Caná, donde, «manifestando al Hijo
con delicada súplica una necesidad temporal, obtiene también un efecto de
gracia: que Jesús, realizando el primero de sus “signos”, confirme a los
discípulos en la fe en Él»16.
Por la unidad de vida, todos los bienes de carácter material redundan, de algún
modo, en la gloria de Dios. Aquel milagro de Caná, realizado por intercesión de
María, nos anima y nos mueve a pedir también gracias de carácter temporal, que
nos son necesarias o convenientes en la vida corriente: ayudas para salir
adelante en un apuro económico, la curación de una enfermedad, superar un
examen difícil para el que hemos estudiado... «Uno pide en la oración le
conceda mujer para esposa según su deseo, otro pide una casa de campo, otro un
vestido y otro pide se le den alimentos. Efectivamente, cuando hay necesidad de
estas cosas debemos pedírselas a Dios Todopoderoso; pero debemos tener siempre
presente en nuestra memoria el mandato de nuestro Redentor: Buscad primero
el reino de Dios y su justicia y las demás cosas se os darán por añadidura (Mt 6,
33)»17. No dediquemos lo mejor de nuestra oración a pedir solo las
«añadiduras».
Al
Señor le es muy grato que le solicitemos gracias y ayudas para los demás, y que
encarguemos a otras personas que recen por nosotros y por nuestro apostolado:
«“Reza por mí”, le pedí como hago siempre. Y me contestó asombrado: “¿pero es
que le pasa algo?”.
»Hube
de aclararle que a todos nos sucede o nos ocurre algo en cualquier instante; y
le añadí que, cuando falta la oración, “pasan y pesan más cosas”»18.
Y la oración las evita y alivia.
Nuestra
oración debe estar llena de abandono en Dios y de profundo
sentido sobrenatural, pues –decía Juan Pablo II– se trata de cumplir la
obra de Dios, y no la nuestra. Se trata de cumplirla según su inspiración y
no según nuestros propios sentimientos19.
La Virgen Nuestra Señora enderezará todas las peticiones que no sean del todo
rectas, para obtener siempre lo mejor. En el Santo Rosario tenemos un «arma
poderosa»20 para alcanzar de Dios tantas ayudas como diariamente
necesitamos, nosotros y aquellas personas por las que rogamos.
Te
pedimos, Señor, que nosotros tus siervos gocemos siempre de salud de alma y
cuerpo, y, por la intercesión de Santa María, la Virgen, líbranos de las
tristezas de este mundo y concédenos las alegrías del cielo21.
1 Mc 7,
24-30. —
2 Mt 15,
23. —
3 1
Pdr 5, 5. —
4 Lc 18,
3 ss. —
5 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 83, a. 2. —
6 Cfr. Lc 11,
11-13. —
7 Santo
Cura de Ars, Sermón para el Quinto Domingo después de Pascua.
—
8 Cfr. R.
Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior,
vol. I, p. 500. —
9 Lc 11,
9-10. —
10 Santo
Tomás, Compendio de Teología, II, 2. —
11 Cfr. San
Agustín, Sobre el sermón del Señor en el Monte, II, 27,
73. —
12 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 96. —
13 Jn 16,
23. —
14 Misal
Romano, Ordinario de la Misa. —
15 Cfr. Jn 2,
11. —
16 Pablo
VI, Exhor. Apost. Marialis cultus, 2-II-1974, 18. —
17 San
Gregorio Magno, Homilía 27 sobre los Evangelios. —
18 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 479. —
19 Cfr. Juan
Pablo II, A obispos franceses en visita «ad limina»,
21-II-1987. —
20 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 558. —
21 Misal
Romano, Misa votiva de la Virgen. Oración colecta.
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