Fernando Mires 09 de febrero de 2019
Pocas
veces, quizás nunca, un gobierno latinoamericano ha logrado concitar en su
contra tanto repudio internacional como el de Nicolás Maduro. Ni siquiera
Pinochet y Videla en sus tiempos más crueles lograron el aislamiento que
alcanzaron Maduro y sus secuaces. Por cierto, razones sobran: corrupción
generalizada, bancarrota económica inducida, producción de miseria social a
gran escala, las migraciones más grandes de la historia del continente,
militarismo, represión, asesinatos, torturas, fraudes electorales, y pare de
contar. No obstante, en la historia universal abundan casos parecidos. ¿Qué
tiene o no tiene Maduro aparte de la radical antipatía que provoca donde
aparece para ser tan denostado por todos los países democráticos del
planeta? Para responder a esa pregunta conviene seguramente precisar quiénes
son en estos momentos sus principales enemigos. Siguiendo ese hilo podríamos
distinguir tres sectores:
1. Los
gobiernos latinoamericanos de derecha y centro derecha
2. Un grupo intercontinental hegemonizado
por EEUU: Canadá, Australia, Israel, entre otros
3. Las
democracias liberales del continente europeo.
Los
gobiernos del tercer ciclo
El
grupo 1 es el resultado de una constelación no casual. Equivale a los tres
ciclos observados en el historial de la región de los últimos
decenios. Podríamos llamarlos, gobiernos del tercer ciclo. Denominación
deducida de las diferencias con los dos ciclos precedentes
El
primer ciclo apareció alrededor de los mediados de los
setenta y fue el formado por gobiernos ejecutores de programas neo-liberales.
Sus características son conocidas. En lo económico: angostamiento del sector
estatal y aplicación radical de medidas anti-inflacionarias. En lo social:
exclusión de vastos sectores sociales. En lo político: gobiernos autoritarios y
dictaduras militares fuertemente represivas.
El
segundo ciclo surgió como negación radical al primero.
Se trataba de gobiernos de masas cuya data comienza durante los noventa para
alcanzar su momento de contracción en la segunda década del 2000. Sus
características también nos son conocidas. En lo económico: redistribución
anárquica del ingreso privilegiando a sectores populares y favoreciendo al
sector público en desmedro del privado. En lo social, apoyo a movimientos
clientelares de tipo populista. En lo político el espectro es más complejo:
abarca desde gobiernos de centro-izquierda (Bachelet, Mujica) de izquierda
populista (Lula y M.C. Fernández) hasta llegar a la autocracias y “dictaduras
sociales” organizadas en la fenecida ALBA. En ese archipiélago de islas
izquierdistas subsistía de vez en cuando algún solitario islote de derecha
(Uribe, por ejemplo)
El
tercer ciclo, el de la negación de la negación (para
decirlo en términos hegelianos) lo estamos presenciando. Al igual que el
anterior tampoco es homogéneo e incluye a gobiernos de centro derecha
(Argentina, Chile) derecha pura (Perú, Colombia) y derecha dura (Bolsonaro). Dichos
gobiernos constituyen a la vez el eje central de la resistencia continental en
contra del mal llamado socialismo del siglo XXl y su máximo exponente: Nicolás
Maduro.
¿Cuál
es el interés que tienen los gobiernos del tercer ciclo por derribar a Maduro?
Por una parte hay uno deducido de las ideologías conservadoras y neoliberales
que profesan. Por otra, sin duda, una honesta solidaridad con las desgracias
del pueblo venezolano. No obstante, si estamos hablando de política
internacional, hay que tomar en cuenta otra razón, a saber: ningún
gobierno del mundo lleva a cabo una política externa en discordancia con su
política interna. Efectivamente, Maduro y su dictadura (otros dirán
autocracia) es en estos momentos la peor propaganda para los partidos de
izquierda.
Incluso
la mayoría de los gobernantes del tercer ciclo llegó al gobierno agitando una
fuerte retórica en contra de Maduro. Y así es: proclamar los crímenes de Maduro
desubica a los ideólogos de la izquierda, lleva a la defensiva a sus partidos,
los deja sin argumentos.
Dicho
sin ironía: no hay nadie que haya trabajado con tanto entusiasmo para religitimar
a las derechas continentales como el gobierno de Nicolás Maduro. Más aún: los
papeles han sido invertidos. Las izquierdas de hoy, o se ven
obligadas a defender a una dictadura, o deben distanciarse de ella al precio de
provocar divisiones internas entre sus huestes. Maduro, digámoslo así, ha
llegado a ser un caramelo para las derechas continentales. Y, naturalmente, lo
saborean con cierto placer.
Las
razones de Trump
El
grupo 2 es reducido. En el fondo está constituido solo por los EE UU y de modo
irregular por gobiernos democráticos occidentales que no forman parte de la UE.
Corresponde con la política de Trump cuyo interés no es hacer de policía
mundial (el mismo lo ha dicho) sino trabajar en función de los intereses de su
país. En ese sentido Maduro le importaría poco a Trump si su no-continuidad no
trajera algunos réditos para los EE UU. ¿Cuáles son? Económicos no –
Maduro es un socio comercial activo y cumplidor-. Pero políticos sí. Maduro
puede ser para Trump una oportunidad para re-balancear su política hacia
América Latina. Tesis que debe ser explicada:
Pocos
gobernantes norteamericanos han desarrollado una política tan discriminatoria
hacia los americanos del sur como Trump. El muro anti-migratorio pasará a ser
sin duda un símbolo de su administración. Por eso mismo Trump ha encontrado en
Maduro la posibilidad de un contra-balance. Si los EEUU logran con su política
de choque contra Maduro, desalojarlo del poder, Trump podría pasar a la
historia como el gobernante que liberó al continente de un régimen oprobioso.
Al lado de eso, el muro anti-migración pasaría a un segundo lugar. No es un
negocio económico, claro está, pero sí es un negocio político.
Pero
además hay otra razón: Trump –en ese punto no se diferencia de ninguno de sus
predecesores, incluyendo Obama- está obligado a velar por la hegemonía
militar y económica de los EE UU en el hemisferio occidental. Desde
ese punto de vista el régimen de Maduro, con sus ilimitadas ofertas a poderes
extraregionales como son el turco, el iraní y, sobre todo el ruso, no deja de
ser una pulga en la oreja de Trump. Si a ello agregamos la obsecuencia del
madurismo hacia las inversiones chinas, hay razones políticas y geopolíticas
para que el gobierno norteamericano haya decidido sacárselo de encima. El
problema es como hacerlo sin pagar un alto costo, es decir, sin recurrir a una
intervención directa. Por el momento Trump prueba por la vía de las sanciones.
Si no resultan, aumentará la presión.
Las
razones de Europa
Al
comienzo no pocos pensamos que las declaraciones europeas en contra de Maduro
eran solo para salir del paso sin arriesgar nada. Pronto descubrimos, sin
embargo, que la decisión del eje Merkel-Macron por lograr un mayor protagonismo
en la arena internacional no era un propósito vacío. El interés de Europa por
el “caso Maduro” es verdadero y va en aumento constante.
Al
parecer las democracias europeas lideradas por Alemania y Francia han captado
que Maduro ocupa un lugar importante en la simbólica política global. Así, han
descubierto que la situación venezolana les abre una oportunidad para
competir con la línea puramente pragmática de Trump, haciendo uso de
recursos políticos, entre ellos sugiriendo proposiciones destinadas a superar
la crisis sin ser neutrales, apoyando sin reservas a la oposición venezolana.
Por
supuesto, las proposiciones de las democracias europeas tampoco son
desinteresadas. Al alinearse en contra de Maduro lo hacen simbólicamente en
contra de Erdogan y por supuesto, en contra de Putin, los dos principales
adversarios de la UE y, a la vez, los dos aliados más importantes del
régimen madurista. Evidentemente, tienen razón: Para la mayoría de los
gobiernos miembros de la UE, Maduro es una réplica latinoamericana de las
autocracias semi-europeas que amenazan Europa y del potencial autocrático
vigente en países como Austria, Hungría, Italia y Polonia. Alinearse en contra
de Maduro significa para ellos posicionarse en defensa de la democracia
parlamentaria, de los derechos humanos e, indirectamente, en contra de
gobiernos personalistas y autoritarios que amenazan la convivencia
inter-europea. Esa es la razón por la cual los países democráticos de Europa
privilegian una salida electoral a la crisis venezolana y no una salida de
fuerza, reservando esa posibilidad como la última opción.
La
interlocución venezolana
A modo
de síntesis es posible afirmar que la oposición en contra del régimen de Maduro
ha alcanzado dimensiones globales. Sin embargo la actitud de la así llamada
comunidad internacional antimadurista dista de ser homogénea. La de los países
latinoamericanos es más bien retórica. La de los EE UU, unilateral. La de
Europa es multilateral y política a la vez. ¿Cuál alternativa debería
privilegiar la oposición venezolana? Respuesta muy difícil si
tomamos en cuenta que la oposición venezolana tampoco es un todo
homogéneo. Es, por el contrario, un arco de muchos colores donde coexisten
ex chavistas, socialdemócratas, centristas de izquierda y derecha, hasta llegar
a un extremo “bolsonarista” de neto corte fascistoide.
Cabe
entonces pensar que hay sectores de la oposición venezolana -especialmente
grupos de poder financiero con asiento en los EE UU- que se sienten más atraídos
por el unilateralismo decisionista de Trump, del mismo modo que hay otros que
escuchan con más interés las proposiciones europeas. Sobre todas esas
fracciones que -al mismo tiempo que adversan a Maduro libran otra lucha por la
hegemonía al interior de la oposición- debe mediar Juan Guaidó. Hasta
ahora, hay que decirlo, lo ha hecho bien. Su autoridad es indiscutida.
Quien
lo iba a pensar: Maduro ha realizado el sueño de Chavez: ha
internacionalizado a la revolución bolivariana. El pequeño detalle es que lo
hizo exactamente al revés. Ha concitado en contra suya a todos los gobiernos
democráticos de la tierra: Una proeza negativa del más alto nivel
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