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domingo, 29 de marzo de 2015

Cuaresma día 39: “Para reunir a los hijos de Dios dispersos”, por P. Juan José Paniagua

P. Juan José Paniagua 28 de marzo de 2015

Evangelio: Juan 11,45-57
En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: “¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación.” Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: “Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera.” Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: “¿Qué os parece? ¿No vendrá a la fiesta?” Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.

En esta  parte del  Evangelio, Jesús acaba de resucitar a Lázaro. Se  trata de un milagro impresionante y lo ha hecho en Betania, a las puertas de Jerusalén. Jesús se dirigía hacia allá, habiendo profetizado ya su pasión, su muerte y  finalmente su resurrección.

Y este  milagro causa estupor entre los fariseos y entre  los jefes de los sumos sacerdotes porque se dan cuenta  que si la gente se entera de lo que ha ocurrido, evidentemente van a aclamar a Cristo como un caudillo, como a un  rey.

Está a las puertas de Jerusalén, se van a celebrar las  fiestas de las Pascua y esto es inminente y  no saben qué  hacer porque  piensan que si el pueblo se levanta con Cristoo, entonces los romanos tomarán represalias y querrán entonces acabar con todos.

Y el  sumo sacerdote Caifás dice una frase que termina siendo profética, pero no en el sentido en que  él la pronunció. “Ustedes no se dan cuenta – les dice a los  fariseos  de la situación – conviene que  muera un solo hombre por todos y no que  muera toda la nación”. Y es así que  deciden matarlo.

Y  fue  profético porque fue cierto. Convino que uno muriera por  todos y es que Jesús, en su  muerte, cargó consigo todos los pecados del mundo  y en su muerte nos representó a todos. En su  muerte  se llevó a todos nosotros  y nos crucificó con Él  y crucificó nuestro  pecado con Él y nuestra muerte con Él para darnos una vida eterna.

Ése es el sacrificio  de Cristo, esa es la entrega de Cristo, su generosidad, su amor. Por eso  es que en la Semana Santa contemplamos su pasión y su  muerte que es la  nuestra,  que es nuestra  vida crucificada, que es rescatada por el mismo  Dios para llevarla a la  eternidad, para resucitar  con ella.

Es lo que  vamos a contemplar en estos días santos  y por eso tenemos que unirnos al Señor  de todo corazón. Conviene que uno muera por todos y ese uno es Cristo que muere por toda la humanidad.  Acompañemos pues esta entrega con nuestra  fe, con nuestra devoción, con nuestro compromiso.

Que la Semana Santa no sea  simplemente un acto  de  piedad,  si no  que sobre  todo sea un camino de conversión, de hacer de nuestra vida una entrega  amorosa como la entrega  de Cristo.


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