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miércoles, 25 de marzo de 2015

Venezuela en la estrategia de Obama, por DEMETRIO BOERSNER

DEMETRIO BOERSNER 20 de marzo de 2015

Algunos analistas opinan que la orden ejecutiva del presidente Obama, aplicando sanciones a funcionarios venezolanos acusados de delitos, se debió a un mero deseo de demostrar que a ratos sabe ser “duro”. Otros piensan que la iniciativa obedece a preocupaciones serias por la seguridad de Estados Unidos y del hemisferio, por conexiones venezolanas con el radicalismo islámico, con el narcotráfico y lavado de dinero, y con estrategias de Rusia y de China. También se menciona como posible motivación la de quebrar la alianza Caracas-La Habana, poniendo en evidencia la contradicción entre una Cuba “virtuosa”, en evolución de la tiranía a mayor libertad, y una Venezuela “díscola” que se mueve en el sentido contrario. Nos parece probable que todas estas interpretaciones contienen algo de verdad, y son compatibles.

En la formulación de sus estrategias de seguridad nacional, Estados Unidos combina la reiteración de principios inmutables con una flexibilidad pragmática, que le permite reajustar los pormenores cada tantos años, cambiando prioridades y métodos según las exigencias de la realidad fluctuante. Cada presidente del país ha formulado su propia estrategia: algunas imbuidas de unilateralismo hegemonista, y otras inclinadas al multilateralismo y el “poder blando”. Obama definió una primera estrategia de seguridad en 2010, pero en febrero del presente año formuló otra, que refleja cambios reales ocurridos en el pasado lustro.

El nuevo documento estratégico de Obama comienza por decir que se reafirmará un “fuerte y sustentable liderazgo norteamericano” basado en principios, fuerzas, alianzas y planes de largo plazo. Protegerá la seguridad de Estados Unidos y sus socios, combatiendo el terrorismo, el armamentismo nuclear, las epidemias y los efectos del cambio climático. Promoverá una economía estadounidense fuerte y expansiva dentro de una economía mundial abierta, a través de acuerdos de libre comercio entre países y regiones, que incluyan medidas contra la pobreza extrema. Asimismo, se defenderán universalmente los valores democráticos y el respeto de los derechos humanos y se vigorizará la lucha global contra la corrupción.

El documento de 35 páginas afirma que se aspira a lograr “un orden internacional de paz, seguridad,... oportunidades [y] cooperación”.  Con ese fin: se colaborará con los “socios” para fijar normas de paz y dignidad humana para el siglo XXI. Se crearán coaliciones y se fortalecerán los organismos multilaterales. En lo geoestratégico, se procurará equilibrar el área de Asia y el Pacífico, con base en una relación “constructiva” con China. Se reforzará el compromiso con una Europa libre y pacífica, resistiendo a la “agresión rusa” en Ucrania y fortaleciendo a la OTAN.  Se harán esfuerzos por estabilizar el Medio Oriente, combatiendo el terrorismo, impidiendo que Irán obtenga armas nucleares y reduciendo las causas de conflicto subyacentes. En África se realizará un gran plan de inversiones y ayuda al desarrollo, en cooperación con los líderes de la región.

En cuanto a las Américas, la meta es la “promoción de un hemisferio occidental próspero, seguro y democrático, mediante la expansión de la integración y el impulso a una nueva apertura hacia Cuba para ampliar nuestros compromisos”. Además de esta referencia a Cuba, el documento menciona en términos positivos a Canadá, México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Colombia, Perú y Chile, así como a Haití y “nuestros vecinos del Caribe”, mientras no nombra ni a Brasil ni a Argentina, ni a ningún otro país de las áreas Mercosur-Unasur y Alba.  Sin embargo, tiende la mano a “todos los gobiernos… interesados en cooperar con nosotros… para reforzar los principios enumerados en la Carta Democrática Interamericana”.  De todo ello, se derivan temas de reflexión para los venezolanos.


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