Por Vladimiro Mujica, 19/03/2015
Una pregunta que surge una y otra vez tanto en círculos académicos como
en reuniones políticas es acerca de como caracterizar el experimento chavista
en Venezuela. La respuesta que prefiere el chavismo, por la sonoridad y un
cierto abolengo dentro de la izquierda, es que se trata de una revolución. Es
innegable que hay algo de cierto en esta aseveración en el sentido de que la
revolución inventa sus propias reglas y destruye la institucionalidad
democrática en la cual nació. Chávez fue elegido en democracia y eso le dio al
chavismo la credencial frente al mundo de ser un régimen democrático de origen,
aunque no de ejercicio. En su práctica, el chavismo ha atropellado una y otra
vez la constitución que en su momento fue saludada como la mejor constitución del
mundo. La razón es muy simple: en la medida en que el chavismo devenía
simplemente proyecto de poder, en esa misma medida la constitución se convertía
en una camisa de fuerza. En rigor, nunca hubo ninguna intención de respetarla,
todo el discurso de santificar la constitución terminó por ser una elaborada
maniobra, un engaño a la gente que los eligió. Esta fue la primera mutación, de
movimiento nacido en democracia a proyecto revolucionario que inventa su propia
legalidad y desconoce la institucionalidad del país.
La segunda metamorfosis está relacionada con el comportamiento del
chavismo frente a la economía. Como ha quedado claramente establecido en el
acucioso estudio que hiciera Ricardo Hausmann, el cual le ganó la ira del
gobierno de Maduro, y en otros análisis, el gobierno revolucionario se ha
portado como un niño muy obediente frente a los grandes centros de poder
financieros del mundo. Paga puntualmente, contrata deuda a altos intereses,
negocia petróleo a futuro en condiciones desventajosas para Venezuela y muy
ventajosas para sus acreedores, regala crudo, vende crudo con descuento para
comprar apoyo político, y hace donaciones en todo el planeta. En fin se
comporta como un gobierno manirroto y dispendioso. Excepto con su propio pueblo
que vive cada vez peor, con colas y desabastecimiento y sujeto a una increíble
recesión económica en medio de una bonanza petrolera inusitada. Es decir que la
revolución pasó de cuestionar el capitalismo salvaje y el neo-liberalismo a
actuar con todos los vicios del capitalismo salvaje, sin controles públicos,
con ineficiencia, y ninguna de sus virtudes. De un país rentista, con una
cultura de dádivas del Estado se paso a una país hiper-rentista con un sistema
institucionalizado de dádivas del Estado, un aparato económico arruinado y una
economía de puertos.
La tercera metamorfosis se refiere al comportamiento frente a la
corrupción. Cuando Chávez llegó al poder lo hizo cabalgando en una ola de
popularidad que se explicaba en buena medida por el desencanto de la ciudadanía
por el colapso del sistema de partidos políticos, la corrupción y el
crecimiento de la pobreza y la exclusión social. Intentando combatir estos
males de una democracia ineficiente, los venezolanos le entregamos nuestro país
a un hombre carismático que abrió la compuerta de nuestros peores demonios.
Chávez, el hijo más legítimo de la frustración nacional se convirtió en el
líder de un proyecto que ha traído ruina y destrucción a la nación. Nunca fue
más cierto que el remedio fue peor que la enfermedad. Todo lo que estaba mal en
1999, al inicio de la era chavista, de la V República, o como se escoja
llamarla, está hoy peor. En particular, de una Venezuela con un grado limitado
de corrupción, no completamente incompatible con el funcionamiento de la
sociedad, hemos pasado a una condición de corrupción inmanejable y desbordada
cuyas evidencias internacionales están apenas comenzando a emerger, como por
ejemplo en las cuentas del Banco de Andorra.
La cuarta y más nefasta de todas las metamorfosis del chavismo es su
transformación de populismo autoritario en un régimen abiertamente represivo,
capaz de utilizar la tortura y la violación de los derechos humanos como un
medio de castigar a la disidencia política. Las evidencias sobre esta materia
son apabullantes y odiosas y constituyen una afrenta tanto a los venezolanos
como a la conciencia civilizada del mundo y el obstáculo más grande a cualquier
salida pacífica y constitucional a la gravísima crisis del país. La única razón
por la cual las condenas al gobierno de Venezuela por sus prácticas de
violación a los derechos humanos no son más extendidas es porque todavía muchos
gobiernos latinoamericanos y del resto del mundo no encuentran como escapar al
chantaje de que no deben criticar muy fuertemente a un gobierno de pseudo-izquierda
que tiene legitimidad democrática de origen, aunque no de ejercicio. Eso y el
comportamiento de Venezuela como una potencia petrolera imperialista que
pretende atemorizar a todo el planeta por el recurso que posee.
En un cierto sentido, y en respuesta a la pregunta que planteé al
comienzo de mi artículo, probablemente la mejor manera de denominar al chavismo
sea precisamente como un ejemplo de populismo autoritario. El llamarlo una
dictadura, como alguna gente ha propuesto, genera el conflicto de que las
dictaduras gorilas tradiciones en Latinoamérica y África no tenían apoyo
popular. En eso el chavismo ha sido creativo y astuto y se ha nutrido del
descontento y el resentimiento de una parte de nuestra población. El fracaso
del populismo autoritario en materia económica y social ha terminado por
conducir de manera inevitable a la represión como forma última de mantenerse en
el poder. Un proceso de caída al vacío que en definitiva constituye una inmensa
traición al pueblo venezolano para favorecer a la nueva oligarquía chavista.
Las múltiples metamorfosis del chavismo hacen pensar en una entidad
biológica, un virus, capaz de adaptarse con inteligencia política evolutiva a
las múltiples y cambiantes exigencias del entorno. Lástima que esa inmensa
capacidad de adaptación no la haya utilizado para mejorar la vida de los
venezolanos.
Gracias por el articulo. Me parece acertado. Sí, este REGIMEN es un VIRUS y debe ser erradicado!
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