Por José Domingo Blanco, 27/03/2015
Caso 1: ¿Cita con el cardiólogo o el psiquiatra?
“Yo no entiendo qué me pasa. Fui al médico porque me siento mal: me ahogo, me da taquicardia y la tensión la tengo alta. El doctor me hizo unos exámenes y salieron perfectos. Debo estar volviéndome loca; no es al cardiólogo a donde tengo que ir: ¡la cita la tengo que pedir con el psiquiatra!”
“Yo no entiendo qué me pasa. Fui al médico porque me siento mal: me ahogo, me da taquicardia y la tensión la tengo alta. El doctor me hizo unos exámenes y salieron perfectos. Debo estar volviéndome loca; no es al cardiólogo a donde tengo que ir: ¡la cita la tengo que pedir con el psiquiatra!”
Caso 2: Dolencias imaginarias
-Vecino, ¿qué le pasa que lo veo así, desencajado?
-Vecino, para serle franco, no sé: vengo del doctor. Mis pruebas de laboratorio salieron perfectas. Ni siquiera el colesterol o la urea los tengo altos. Estoy, según el papel, como muchachito de 15 años. Pero, no puedo con el malestar… Me debo estar volviendo loco o es el país el que me está enfermando…
-Vecino, ¿qué le pasa que lo veo así, desencajado?
-Vecino, para serle franco, no sé: vengo del doctor. Mis pruebas de laboratorio salieron perfectas. Ni siquiera el colesterol o la urea los tengo altos. Estoy, según el papel, como muchachito de 15 años. Pero, no puedo con el malestar… Me debo estar volviendo loco o es el país el que me está enfermando…
Caso 3: Una abuelita, su nieta y la cola de la Tercera Edad
A una agencia bancaria ubicada en Valle Arriba, algo llena por la hora, llegó una abuelita. En una mano sostenía su bastón; en la otra, a su nietecita de no más de 8 años. Se colocó en la fila normal, no en la de la tercera edad. El vigilante, al notarla allí, le pidió que se dirigiese a la taquilla especial. La doñita le respondió: “No mijo, tranquilo. La gente está muy violenta y grosera y no quiero que, delante de mi nieta, comiencen a insultarme por estar haciendo la cola de la tercera edad…”. Avergonzados, le suplicamos que tomase el lugar que, por respeto, por derecho y por la edad, merecía.
A una agencia bancaria ubicada en Valle Arriba, algo llena por la hora, llegó una abuelita. En una mano sostenía su bastón; en la otra, a su nietecita de no más de 8 años. Se colocó en la fila normal, no en la de la tercera edad. El vigilante, al notarla allí, le pidió que se dirigiese a la taquilla especial. La doñita le respondió: “No mijo, tranquilo. La gente está muy violenta y grosera y no quiero que, delante de mi nieta, comiencen a insultarme por estar haciendo la cola de la tercera edad…”. Avergonzados, le suplicamos que tomase el lugar que, por respeto, por derecho y por la edad, merecía.
Caso 4: Pesadillas hechas en Revolución
Otra amiga me llama cuando termina el programa y me cuenta: “Qué fastidio Mingo. Otra noche en la que sueño que voy de mercado en mercado, buscando toallas sanitarias, cloro, detergentes y jabón de lavar. En el de anoche, por lo menos, alcancé a agarrar una bolsa de Ariel y un frasco de Ajax antes de que llegaran los motorizados, que venían corriendo detrás de mí para acabar con los productos. Me desperté sobresaltada. Qué pesadilla. Extraño mis sueños sabrosos, los extravagantes, incluso los eróticos, porque hasta eso he perdido: la libido. Cómo es posible que algo tan cotidiano se vuelva una mortificación que te persigue hasta en sueños”.
Otra amiga me llama cuando termina el programa y me cuenta: “Qué fastidio Mingo. Otra noche en la que sueño que voy de mercado en mercado, buscando toallas sanitarias, cloro, detergentes y jabón de lavar. En el de anoche, por lo menos, alcancé a agarrar una bolsa de Ariel y un frasco de Ajax antes de que llegaran los motorizados, que venían corriendo detrás de mí para acabar con los productos. Me desperté sobresaltada. Qué pesadilla. Extraño mis sueños sabrosos, los extravagantes, incluso los eróticos, porque hasta eso he perdido: la libido. Cómo es posible que algo tan cotidiano se vuelva una mortificación que te persigue hasta en sueños”.
Caso 5: Peatones aterrados
El doctor Tulio Álvarez me cuenta conmovido: “estaba caminando hacia la estación del metro y delante de mi iba una pareja, de unos 60 y pico años aproximadamente. Cuando me sintieron detrás de ellos, voltearon aterrados. Su cara reflejaba miedo, pánico. Mi única reacción fue sonreírles para ver si lograba infundirles confianza y disminuirles el terror. Seguro pensaron que los iba a atracar. Era temprano, plena luz del día; pero, el miedo a ser robado ya no tiene hora; porque es algo que nos puede pasar en cualquier momento”.
El doctor Tulio Álvarez me cuenta conmovido: “estaba caminando hacia la estación del metro y delante de mi iba una pareja, de unos 60 y pico años aproximadamente. Cuando me sintieron detrás de ellos, voltearon aterrados. Su cara reflejaba miedo, pánico. Mi única reacción fue sonreírles para ver si lograba infundirles confianza y disminuirles el terror. Seguro pensaron que los iba a atracar. Era temprano, plena luz del día; pero, el miedo a ser robado ya no tiene hora; porque es algo que nos puede pasar en cualquier momento”.
Todos estos comentarios los escuché o presencié en menos de una semana.
Y, los traigo a colación, precisamente, a raíz de la advertencia que
recientemente hizo la Federación de Psicólogos de Venezuela, en conjunto con la
Red de Apoyo Psicológico de la Universidad Central de Venezuela, sobre los
riesgos psicosociales que la crisis política, social y económica genera en la
población. Es decir: nuestra estabilidad emocional y psicológica están
seriamente amenazadas por la disminución del poder adquisitivo, por el
deterioro del sistema de salud y el desabastecimiento de medicinas, el aumento
de la criminalidad y la violencia, la polarización, así como el ambiente tóxico
y de violencia en el que nos desenvolvemos, afecta de manera alarmante nuestra
salud física y mental; solo por mencionar las más relevantes.
Vivimos en el caldo de cultivo propicio para que los venezolanos
comencemos a padecer enfermedades psicosomáticas. Para nadie es un secreto que
las consultas a los especialistas de la mente se han incrementado en los
últimos años; precisamente, por el aumento en el número de casos de depresión y
quién sabe qué otras dolencias, cuyas causas no son virus o bacterias, sino la
inestabilidad del país, en todos sus ámbitos. Nos estamos enfermando porque
nuestra psiquis está impregnada de vicisitudes con las que debemos luchar a
diario. Pero, además, quiero detenerme en algo que también mencionan los
psicólogos en su pronunciamiento y que, en reiteradas ocasiones, he comentado:
el comportamiento del venezolano se ha modificado notoriamente “afectando la
integridad propia o del otro”. La violencia y el temor a ser agredidos –como la
abuelita que lo expresó en el banco- está en todas partes.
Por ello, y cito, los miembros de la Red de Apoyo Psicológico y la
Federación de Psicólogos de Venezuela , respondiendo a su responsabilidad
profesional y ética, expresan su “profunda preocupación y alertan por los
trastornos de salud mental que se están manifestando en la población venezolana
—hoy convertidos en un asunto de salud pública — debido a la exposición prolongada
al ambiente de aguda polarización y conflictividad socio-política que provoca
dolor, angustia, rabia, miedo, impotencia y desesperanza, entre otras
afecciones. Alertamos sobre el uso indebido de categorías y nociones
psicológicas para justificar o legitimar políticas gubernamentales o acciones
político-partidistas, dirigidas a exacerbar la división y confrontación entre
los venezolanos. Demandamos a la Fiscalía General de la República y a la
Defensoría del Pueblo, investigar las denuncias sobre ′torturas psicológicas′ y
físicas a ciudadanos presos por participar en actividades de protesta y se
determinen las responsabilidades a que hubiese lugar. Exigimos al Gobierno
Bolivariano de Venezuela y a todos los líderes políticos que toman parte de la
contienda política, que eviten utilizar un lenguaje de guerra, de confrontación
constante, de deshumanización del adversario y criminalización de la protesta
ciudadana. Exigimos que se eviten acusaciones y pronunciamientos que no se
acompañen con las pruebas correspondientes, porque ello incrementa los temores
y la zozobra de la población”… Ahora, sólo falta que, el desgobierno, el único
que puede poner fin a toda esta calamidad que nos agobia, reaccione. ¿La hará?
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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