Por Jorge Castañeda, 27/03/2015
Ex Canciller de Mexico
Hasta ahora la crisis venezolana solo surtía efectos dentro del propio
país. Salvo uno que otro ex abrupto de Hugo Chávez antes de morir, una que otra
expropiación de empresas extranjeras sin la adecuada compensación, y una que
otra injerencia menor en las contiendas electorales de naciones vecinas, los
estragos de quince años de despilfarro, corrupción, deriva autoritaria y
violaciones crecientes a los derechos humanos únicamente habían dañado a …
Venezuela. Ya no.
La decisión del Presidente Barack Obama de calificar formalmente a
Venezuela como una “amenaza para la seguridad nacional” de Estados Unidos
escala el enfrentamiento entre el gobierno de Nicolás Maduro y “el imperio”.
Los motivos de la decisión norteamericana permanecen en el misterio; asimismo,
no se comprenden del todo las consecuencias jurídicas de esta
“certificación”. Pero no es imposible que parte de la explicación resida
en la pasividad latinoamericana frente a los encarcelamientos o desafueros de líderes
opositores, la represión de manifestantes estudiantiles y empresariales, la
censura a los medios, y el derrumbe de la economía venezolana. Obama quizás
busca obligar a definiciones a países como Brasil, México, Chile y Colombia,
que sin ser parte del ALBA, es decir la coalición chavista de la región, han
mantenido un desconcertante silencio ante los atropellos recurrentes de Chávez
y Maduro. Sobre todo, la operación norteamericana puede meter una cuña entre
Caracas y La Habana, justo cuando al régimen cubano le importa más que nunca
acelerar las negociaciones con Washington. Conviene recordarlo: sin Venezuela,
Cuba se hunde, a menos que encuentre una tabla de salvación sustituta. La única
disponible es la normalización de relaciones con Estados Unidos, en mi opinión
imposible a corto plazo, pero en la opinión de muchos expertos, a la vuelta de
la esquina.
Maduro reaccionó de dos maneras a la afrenta de Obama. Primero, pidió
poderes especiales a la Asamblea legislativa, expidió nuevas leyes rehabilitantes,
y movilizó al ejército y a las milicias en maniobras de guerra como si la
invasión estadounidense fuera inminente: el viejo argumento de la agresión
externa que justifica la represión interna. Segundo, buscó y consiguió el apoyo
de UNASUR, una de las nuevas organizaciones regionales cuyos pronunciamientos
son tan frecuentes como inocuos, y solicitó una reunión del Consejo
Permanente de la OEA el 18 de marzo –día en que será electo el nuevo Secretario
General- para vituperar contra la decisión de Obama y obtener respaldo
latinoamericano. Más aún, se prepara para transformar la Cumbre de la
Américas –a la que normalmente acuden EU, Canadá y todos los países de la
región salvo Cuba- en un aquelarre retórico contra el “intervencionismo yanqui”
en su país. Solo que esta vez en principio asistirán a la reunión de Panamá
Obama y Raúl Castro; se darán la mano; se sentaran en la misma
mesa y tal vez celebren una reunión bilateral, si logran destrabar las
negociaciones sobre la apertura de embajadas en cada capital, y en particular
eliminar a Cuba de la lista de países que según Washington apoyan el
“terrorismo internacional.” No se ve claramente como el deshielo de Estados
Unidos con Cuba se compagine con una confrontación verbal y política virulenta
con Venezuela, en la que Cuba y sus aliados se verán obligados a tomar
partido. Ya lo hizo el gobierno isleño desde La Habana., manifestando su apoyo
incondicional a Maduro, pero con Obama en frente lo tendrá que pensar dos
veces.
Pero tampoco se vislumbra una salida fácil para los países
anti-intervencionistas sin ser pro-chavistas. No parece sencillo esquivar los
escollos de Panamá sin comprometerse con unos o con otros. ¿Que harán los
presidentes de Brasil, México, Chile y los demás países anti-intervencionistas pero
no pro-chavistas que han aplaudido –con toda razón- la distensión entre Cuba y
Estados Unidos? ¿Se unirán al estridente coro de Maduro, Daniel Ortega, Evo
Morales, Rafael Correa, Cristina Kirchner acorralando a Obama en Panamá o
repetirán el exhorto del Rey Juan Carlos I a Chávez: “¿Por qué no te callas?”
¿Tratarán de desactivar la trampa tendida por Maduro a Obama, o se resignarán a
la ausencia del estadounidense si la celada se confirma?
Solo es seguro un vaticinio: los grandes países de América Latina no
podrán hacerse de la vista gorda ante la tragedia venezolana, como ha sucedido
hasta ahora. Gracias al aparente exceso de Obama, a la desesperación cubana por
atraer inversiones, turistas y comercio, y frente al descalabro económico
venezolano, producto de la incompetencia y de la caída del precio del petróleo,
el tiempo de la indiferencia se agotó. En hora buena.
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