RAFAEL LUCIANI sábado
28 de marzo de 2015
En
1963, en medio de un mundo convulsionado frente a los cambios de paradigmas
sociopolíticos y religiosos, y las crecientes tendencias por la
desinstitucionalización de las naciones y sus procesos democráticos, el papa
Juan XXIII, en su encíclica Pacem in Terris, nos recordaba unas
palabras que siguen siendo actuales y urgentes ante nuestra realidad nacional:
"no en la revolución, sino en una evolución concorde, están la
salvación y la justicia. La violencia jamás ha hecho otra cosa
que destruir, no edificar; encender las pasiones, no calmarlas; acumular odio y
escombros, no hacer fraternizar a los contendientes, y ha precipitado a los
hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir lentamente, después
de pruebas dolorosas, sobre los destrozos de la discordia" (162).
Solo posibilitando gestos concretos de fraternidad sociopolítica podremos dar un salto de la violencia y la destrucción sistemática, hacia la paz y la construcción del bienestar común: «de y para todos». Nuestra sociedad no puede construirse sobre un proyecto político único y totalitario, que anule toda diferencia, disidencia y pluralismo de pensamiento (Solicitudo Rei Socialis, 37), o que se apoye en la discriminación como política de Estado (Provea, Diciembre 2006).
La institución eclesiástica venezolana tiene la tarea de profundizar su rol de provocación profética más allá de las palabras, y comenzar a realizar gestos concretos de fraternidad sociopolítica, como son la visita a los presos políticos y la atención directa a las víctimas de la violencia, así como lo hizo en otros tiempos. Estos signos contribuyen a la credibilidad del mensaje cristiano y elevan la esperanza frente al crecimiento de un ambiente generalizado de deshumanización generado por la práctica de la discriminación político ideológica y la desestructuración institucional de la sociedad venezolana.
Muchos quieren que nos dejemos vencer por la pesadumbre de aquellas lamentaciones que rezan: "entregué mi corazón al desaliento, por todos mis fatigosos afanes bajo el sol" (Qo 2,20), "¿qué ganancia tiene el hombre en todas las fatigas con que se afana bajo el sol?" (Qo 1,3). Sí existen signos concretos de personas e instituciones que luchan a diario por restaurar la auténtica fraternidad sociopolítica en nuestra sociedad. En estos signos se juega la credibilidad histórica del mensaje cristiano y se revela la honestidad humana de las personas que los realizan. Ya en 1971, el papa Pablo VI proponía que: "en este encuentro con las diversas ideologías renovadas, la comunidad cristiana debe sacar de las fuentes de su fe los principios y las normas oportunas para evitar el dejarse seducir y después quedar encerrada en un sistema cuyos límites y totalitarismo corren el riesgo de aparecer ante ella demasiado tarde si no los percibe en sus raíces. Por encima de todo sistema, sin omitir por ello el compromiso concreto al servicio de sus hermanos y hermanas, afirmará, en el seno mismo de sus opciones, lo específico de la aportación cristiana para una transformación positiva de la sociedad"(Octogésima adveniens, 36).
Solo posibilitando gestos concretos de fraternidad sociopolítica podremos dar un salto de la violencia y la destrucción sistemática, hacia la paz y la construcción del bienestar común: «de y para todos». Nuestra sociedad no puede construirse sobre un proyecto político único y totalitario, que anule toda diferencia, disidencia y pluralismo de pensamiento (Solicitudo Rei Socialis, 37), o que se apoye en la discriminación como política de Estado (Provea, Diciembre 2006).
La institución eclesiástica venezolana tiene la tarea de profundizar su rol de provocación profética más allá de las palabras, y comenzar a realizar gestos concretos de fraternidad sociopolítica, como son la visita a los presos políticos y la atención directa a las víctimas de la violencia, así como lo hizo en otros tiempos. Estos signos contribuyen a la credibilidad del mensaje cristiano y elevan la esperanza frente al crecimiento de un ambiente generalizado de deshumanización generado por la práctica de la discriminación político ideológica y la desestructuración institucional de la sociedad venezolana.
Muchos quieren que nos dejemos vencer por la pesadumbre de aquellas lamentaciones que rezan: "entregué mi corazón al desaliento, por todos mis fatigosos afanes bajo el sol" (Qo 2,20), "¿qué ganancia tiene el hombre en todas las fatigas con que se afana bajo el sol?" (Qo 1,3). Sí existen signos concretos de personas e instituciones que luchan a diario por restaurar la auténtica fraternidad sociopolítica en nuestra sociedad. En estos signos se juega la credibilidad histórica del mensaje cristiano y se revela la honestidad humana de las personas que los realizan. Ya en 1971, el papa Pablo VI proponía que: "en este encuentro con las diversas ideologías renovadas, la comunidad cristiana debe sacar de las fuentes de su fe los principios y las normas oportunas para evitar el dejarse seducir y después quedar encerrada en un sistema cuyos límites y totalitarismo corren el riesgo de aparecer ante ella demasiado tarde si no los percibe en sus raíces. Por encima de todo sistema, sin omitir por ello el compromiso concreto al servicio de sus hermanos y hermanas, afirmará, en el seno mismo de sus opciones, lo específico de la aportación cristiana para una transformación positiva de la sociedad"(Octogésima adveniens, 36).
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