Roger Vilain 21 de
marzo de 2015
Vamos
a hacer un ejercicio de transposición. Cambiemos algunos términos, apenas unos
cuantos en el original (cuya diana son los adversarios del gobierno) e imagina
ahora a Capriles, o a Andrés Velásquez,
o supón a María Corina, muy trajeada y formalita, en un plató de televisión
afirmando ante las cámaras: “Los francotiradores apuntan a cabezas, pero llega
un momento en el que una cabeza chavista no se diferencia de una cabeza
opositora, salvo en el contenido. El sonido que produce [una bala, claro está]
en una cabeza chavista es mucho menor, porque el cráneo es hueco y pasa rápido,
pero eso se sabe después que pasa el proyectil”.
Detente un segundo y lee otra vez. Entonces
piensa en lo que estuviera sucediendo aquí si cualquier dirigente opositor
hubiera en realidad vociferado (las emitió el embajador venezolano ante la OEA)
tales monstruosidades y desplegado semejante abanico de patético humor negro.
Humor negro, sí, no creas que has leído mal. Tal fue la excusa dada por el
señor Chaderton para justificar lo imperdonable, junto con señalamientos
sugiriendo que sus afirmaciones resultaron mediáticamente trastocadas. Yo opiné
A pero no opiné A, sino B. Yo manifesté lo que manifesté y muy bien
manifestado, pero ustedes los malvados entienden lo contrario, razonan al
revés, decodifican mal. Y así. Cantinflas reloaded.
El señor Roy Chaderton, supongo, sabe mucho
del humor, de todos los humores de este mundo. Del blanco, del azul clarito,
del negro por supuesto, del humor acuoso y del vítreo, pero sabe un pepino del
humor dañino, del humor imbécil, ese que ha disparado bajo un manto de
impunidad que sólo da el poder retorcido por el abuso, por el mira que estoy en
las alturas, cómodo sitial al que llegamos los privilegiados. Casi puedo verlo
en pleno zapping mental con el control remoto ideológico presto a la tarea de
ejercitar su magnífico humor a base de crujidos escuálidos o chavistas del
occipital. Crujidos como de cáscara de huevo o como de cráneos con mucha
materia gris según el caso. Leo de nuevo las declaraciones de Chaderton y digo:
hay que ver, este individuo anda de lo más campante haciendo de las suyas por
el mundo cuando ya no podría dar un paso más debido al peso infinito de su,
ahora sí, negrísima conciencia. Y de seguidas pienso en Geraldine Moreno, en
Basil Da Costa, en Kluiverth Roa, en tantos burlados a fuerza de una realidad
que es el horror trivializado por un funcionario sin escrúpulos.
En el fondo el mensaje de Chaderton, con el
humor ennegrecido y la sonrisa desdentada que le venga en gana, es siempre el
mismo, presente con puntualidad de reloj suizo en totalitarismos de cualquier
pelaje. Como el lenguaje nos conforma, como los seres humanos por re o por fa
estamos cruzados de cabo a rabo por lo lingüístico, decir escuálido y asociarlo con calaveras huecas saltando
como confetis gracias a balas antojadizas, supone la exclusión, la negación
total, la cosificación del otro, de quien es distinto, de quien no piensa ni
comparte la lógica del poder (y por ser un vacío andante ni siquiera piensa).
El mensaje de Chaderton nace de una
perversión: el convencimiento de que es dueño de la verdad, de la
justicia e incluso de la historia, y ya puedes imaginarlo, quien posee las
llaves para acceder a tamaño triunvirato posee también superioridad moral para
emitir y sentenciar cuanta barbaridad coquetee con sus neuronas. Minimizar al adversario, transformarlo en poco menos que un insecto, invalidarlo en
todos los terrenos, esa es la idea. Un escuálido es entonces un descerebrado
que ve tú a saber qué más podrá ser, porque está vacío de contenido.
Cuando Chávez inventó la palabreja no
andaba tan perdido en la luna de Belén con los pastores. Señalar, disminuir,
excluir, convertir en bichos a quienes lleven la impronta de escuálidos
colgando de la frente, tenía y tiene objetivo muy bien delimitado. Un
escuálido, en fin, es una oquedad y por eso el proyectil le atraviesa la cabeza
en un zumbido, no faltaba más. Lo demás es humor negro y sonrisitas de rigor,
que para tales menesteres siempre hay gente bien dispuesta, como el triste
Chaderton.
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