Nelly Arenas 25 de
marzo de 2015
Todo
liderazgo populista se construye al cobijo de un enemigo al que es necesario
aniquilar. El líder y su pueblo forman una díada inexplicable si ese enemigo no entra en escena. De modo pues que para que
haya identidad populista es vital la aparición de ese tercero. Como se le llame: inmigrantes indeseables,
corruptos, oligarquía, apátridas, imperialismo, el caso es que para que la
estrategia política populista se despliegue, es imprescindible que ese tercero,
el cual representa el vivo retrato del mal, forme parte del juego. Real o imaginario, casi siempre más imaginario que real, el
“tercero incluido”, término que le debemos a D. Martuccelli y M. Svampa, dos
estudiosos del fenómeno, es tan importante como son el líder y el pueblo para
comprender el contenido de toda mitología populista.
América
Latina, continente pródigo en experiencias de ese tipo, nos brinda variados
ejemplos de cuan eficaz puede ser este mito a la hora de nutrir liderazgos en
su ascenso hacia la cima del poder, o de
venir en su auxilio cuando éste se ve amenazado. Un ejemplo del primero de los casos nos lo ofrece la
Argentina de Perón de 1945.
En
mayo de ese año aterrizó en el país del tango el embajador americano Spruille
Braden dispuesto a conjurar un “nuevo brote fascista” en el mundo, encarnado
por el gobierno argentino de acuerdo a una matriz de opinión instalada
internacionalmente. Y es que, ciertamente, los militares gobernantes, entre los que se encontraba el
coronel Juan Domingo Perón, profesaban una inocultable admiración por las
potencias del Eje, derrotadas en la guerra. Pero, contrariamente, la llegada
del plenipotenciario, sirvió para impulsar el ascenso de Perón a la presidencia
de la República.
Percibido
como una intromisión en los asuntos internos del país, el desempeño del
Embajador avivó el fuego nacionalista que daba calor a la prédica militar, en
especial, a la del flamante líder. Los
oficiales revolucionarios que habían derrocado al gobierno en 1943 con el propósito de establecer un “nuevo
orden nacional”, enfrentaban al momento una considerable crisis de
gobernabilidad. Tal crisis, signada por la presión de un frente de variadas
fuerzas sociopolíticas y una gama de protestas lideradas por los estudiantes
universitarios, no aseguraba el futuro del régimen castrense. Las fuerzas en
cuestión reclamaban el regreso al orden constitucional severamente lesionado
por los golpistas. Pero la historia tiene posibilidades insondables y Perón
supo jugar hábilmente en el tablero de los imponderables políticos.
Como
se sabe, valiéndose de su cargo como Secretario de Trabajo y Previsión, el
coronel Juan Domingo Perón logró avanzar con paso firme y acelerado hacia la
presidencia de la República. Los comicios de 1946 le dieron el triunfo
inaugurando sólidamente la era peronista de la que todavía la nación del sur no
se deslastra. No fue ajeno al acontecimiento el embajador Spruille Braden. El famoso slogan “O Braden o Perón” impreso
en letras de hierro en la campaña electoral de febrero de 1946, colocó a los
argentinos en la disyuntiva suprema de escoger entre el diablo yanqui o el Dios
argentino. Y, así, el secretario del trabajo se convirtió cómodamente en
presidente de la república: el tercero incluido había puesto lo suyo. Spruille
Braden no fue el responsable absoluto de que el militar golpista accediera a la
primera magistratura, pero su cuota fue importante. Los reclamos por el retorno
a la vía constitucional se estrellarían contra la muralla autoritaria que
impondría la voluntad omnímoda del oficial Perón en el transcurso de su primer
gobierno (1946-1951).
9
de marzo de 2015. Luego de soportar continuas agresiones diplomáticas
provenientes del gobierno venezolano, el
Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, recoge el guante y toma medidas soberanas contra varios
funcionarios públicos al servicio del
régimen chavista. Violadores de los derechos humanos e incursos en graves
delitos asociados al lavado de dólares, las actividades de los siete
implicados pudieran afectar la
estabilidad del sistema financiero del país
norteño según sus autoridades expertas. La medida luce justa, qué duda
cabe, pero ha sido calibrada pensando en
los efectos políticos estadounidenses;
no en los que pudieran incidir sobre los factores opositores venezolanos
en tiempos pre-electorales.
Nicolás
Maduro se frota las manos. De donde menos lo esperaba le ha sido enviado un
paracaídas salvador. “Tal vez Obama le está dando a Maduro lo que Maduro tanto
ha buscado: un enemigo más grande que la crisis”, ha escrito Alberto Barrera
Tyszka en su cuenta de Twitter. En menos de 140 caracteres el escritor
venezolano lanza un dardo certero que apunta hacia las hipotéticas
consecuencias políticas nacionales. En efecto, Maduro truena enseguida la frase
quizás largamente ensayada puertas adentro de Miraflores: “El Presidente Obama
ha dado el paso más agresivo, injusto y nefasto que jamás se haya dado contra
Venezuela (…) Los Estados Unidos y el Presidente Obama, representando la elite
imperialista de los Estados Unidos, ha decidido pasar personalmente a cumplir
la tarea de derrocar mi gobierno e intervenir Venezuela para controlarla desde
el poder estadounidense.”
Seguidamente,
concentraciones antiimperialistas van y vienen; bufos ejercicios militares,
recolección de firmas en todas las plazas Bolivar del país para repudiar “la planta insolente del extranjero” y atajar
la invasión de los marines quienes, en la fantasía bolivariana posiblemente,
preparan con avidez sus aperos bélicos; Ley habilitante otorgada al Presidente
para enfrentar al peligroso Tío Sam; “Maduro, Maduro al gringo dale duro” y,
otra vez, el fastidioso “Yanqui go home”… El enemigo ha sido construido
simbólicamente de cuerpo entero como en los mejores formatos populistas
clásicos. Como el “Braden o Perón” sin duda. La apelación al finado caudillo se
desliza automáticamente: “Esta es una oportunidad maravillosa para recordar a
nuestro comandante Chávez y su discurso antiimperialista, su mensaje patriota y la necesidad de tomar
conciencia para defendernos de las garras del imperio” clama el gobernador del
estado Vargas, General García Carneiro.
Ante
la posibilidad de que el Presidente Maduro recupere el terreno que ha perdido
según las más confiables firmas encuestadoras locales, la inquietud en la oposición venezolana está
más que justificada. Sin embargo, la
Venezuela de Maduro no es la Argentina de Perón. Venezuela hoy es un país
económicamente quebrado, cuyo Estado acusa una mengua significativa de sus ingresos petroleros dificultándole
hasta la importación de alimentos básicos; la Argentina de ayer gozaba de altas
tasas de crecimiento económico que hacían posible amplias políticas
redistributivas. Es decir, la réplica del
esquema maniqueo consustancial al populismo no tiene porque arrojar
resultados favorables cada vez.
El
ardid de convertir una medida focalizada en unos pocos corruptos en una que
involucre a todo el universo pueblo no necesariamente da dividendos
electorales. Pero, sobre todo, Maduro no calza los zapatos de líder, ni es
populista aunque lo intente de mil maneras. No sólo porque la naturaleza
no le obsequió ni con un gramo de carisma, sino porque su complexión política
no da para articular las disímiles fuerzas que se mueven en su entorno,
ingrediente indispensable para calificar como líder populista, como ha indicado
Fernando Mires. A pesar de que se
esfuerce por replicar las claves discursivas
de su “padre”, sus palabras
suenan huecas, saben a cartón. Aunque se
proponga fabricar un nuevo Dakazo, esta vez regalando “soberanía” y “dignidad
nacional” en vez de licuadoras y televisores, la tragedia que desgarra al país debería pasarle factura
a él y a su régimen. Por más que el tercero sea
magistralmente incluido.
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