Alberto Barrera
Tyszka 22 de marzo de 2015
¿Por
qué Nicolás Maduro necesita pagar una página completa en The New York Times?
¿Por qué necesita publicar, con el dinero de todos los venezolanos, una carta
en un periódico gringo? ¿Por qué no financió, más bien, un aviso clasificado en
un diario de Andorra, solicitando patriotas cooperantes que nos den alguna
información sobre los corruptos que blanquearon miles de millones de dólares?
Gastar
178.633 dólares en un remitido escrito en inglés… ¿es algo eficiente? ¿Es
audaz? ¿Es un acto valeroso? ¿Es muy revolucionario? ¿Es acaso ético? En un
país donde han fallecido ciudadanos esperando turno frente a un quirófano,
donde la falta de medicinas puede ser un problema de mortalidad, luce frívolo
usar el dinero público en una carta a los ciudadanos de una república
extranjera. Políticamente parece, incluso, un signo de debilidad. Si Maduro fuera
un líder y tuviera cosas qué decir, sus argumentos serían noticias. No tendría
que pagar para que lo leyeran.
Pero
el gobierno necesita mantener encendido el conflicto externo, la pelea con el
imperio. Por eso también lanzó esta semana el nuevo espectáculo de la
recolección de firmas. Es un show tan desesperado que tiene su propio “Comando
Nacional por la derogatoria del decreto”. Son tan obvios que dan vergüenza. Ya
no hallan cómo estrujar más la sentencia. Casi parece que secretamente desean
un bloqueo. En el fondo, para Maduro y su combo el decreto es casi un milagro.
La guerra es el oxígeno de la revolución.
¿Cuánto
costó la maniobra militar del fin de semana pasado? ¿Cuánto le cuesta al país
el teatro de combate? Esta semana, en otra de sus fugaces resurrecciones, Fidel
Castro afirmó que Venezuela tiene “el ejército mejor equipado de América
Latina”. Para él se trata de un logro, por supuesto. Pero, en el fondo, para el
país es un gran fracaso. Después de 16 años de supuesta revolución, no tenemos los
hospitales más equipados del continente. Ni las mejores cifras económicas. Ni
el sistema de justicia con menos impunidad. El récord del chavismo son los
uniformes y las armas.
Y
la corrupción, por supuesto. Ese es el tema que no toca el gobierno. Es
descarada la forma como los medios oficiales han omitido las noticias sobre el
blanqueo de dinero. Los supuestos paladines de la ética periodística practican
un asqueroso silencio ante las denuncias de corrupción oficial. No hay
información sobre los escándalos bancarios en Andorra, República Dominicana o
Suiza. Son miles de millones de dólares que el gobierno no quiere que veamos.
La revolución es una fábrica clandestina de millonarios. Es mejor hablar de la
invasión gringa que de la corrupción bolivariana.
Todo
forma parte de un mismo guion, empeñado en justificar el ejercicio de la
fuerza. También el comentario de Roy Chaderton. En un país donde hay tuiteros
encarcelados, acusados de conspiración, la declaración de Chaderton en
televisión resulta particularmente perversa. No es un guiño de humor negro. El
embajador del país ante la OEA hizo algo fatal e inadmisible: legitimó una
forma de violencia. La conclusión que se saca de sus palabras es brutal. Al
final, una bala en la cabeza de un opositor no hace mucho daño, no destruye
nada.
El
libreto de la guerra le conviene al gobierno. La inflación es más peligrosa que
el decreto de Obama. Lo saben pero no quieren enfrentarla. No quieren asumir
las consecuencias de su propia historia. Por eso prefieren las maniobras
militares a la política. Por eso acuden a otra ley habilitante. Porque
necesitan instalar formas de autoritarismo preventivo. Porque le tienen pavor a
la democracia. Porque prefieren enfrentar las guerras fantasmas que investigar
y detener las empresas fantasmas. Porque no saben cómo manejar la crisis
económica, cómo esconder la realidad. Porque ahora es mucho más fácil hacerle
la oposición a Obama que gobernar el país.
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